domingo, 4 de diciembre de 2016

LA HIJA DEL ETERNAUTA. V EL HÉROE.

LA HIJA DEL ETERNAUTA.
Por
Hugo Rodríguez.

V
EL HÉROE.

Durante el mediodía del domingo, la familia Salvo, más numerosa que nunca, compartió un almuerzo. Para la viajera Martita fue un momento cargado de una inmensa emoción, su reencuentro con sus padres, con su pasado. Todo lo que había dado por perdido, ahora lo tenía frente a sí. Era demasiado para la joven, que varias veces fue invadida por  el llanto y la congoja. Martita miraba a su familia con infinita ternura.

Su familia disfrutaba el almuerzo, pero ella no podía hacer lo mismo ya que su traje la aislaba por completo de ese sueño extraño que era el presente.
—Marta contáme un poco eso de que yo soy un... ¿Eternauta? —Le preguntó el padre, para animar  a la emocionada hija del futuro.
—Bueno. Este no es mi primer viaje por el tiempo, hice otros pero no fueron muy afortunados. Porque los científicos de la resistencia no entendían muy bien el funcionamiento de la máquina del tiempo de los 'Ellos'. En al viaje anterior a este, me asomé a un mundo llamado 'Continuum 4'. El nombre me lo dieron a conocer unos extraterrestres de ese extraño lugar, que habían escapado del dominio de los 'Ellos'. Estos extraterrestres se hacían llamar 'eternautas', viajeros de la eternidad. Ellos te conocieron y te bautizaron de igual manera y me dijeron como comenzaste una desesperada búsqueda por el espacio y el tiempo...
Martita detuvo aquí su relato, interrumpida por un hondo desaliento, que volvió a llenar sus ojos de lágrimas. Todos la contemplaron en silencio.
—Me contaron cómo, vos papá —continuó, mirando a la madre y a su otro yo del presente—, iniciaste una búsqueda de mamá y yo. También me explicaron el funcionamiento de la máquina, en realidad me lo indujeron por algo parecido a la hipnosis y así, pude retenerlo en mi memoria y al regresar a mi tiempo logré comunicárselo a mis compañeros científicos.
Elena escuchó atenta  el relato de su hija. Dudaba de lo que oía, pero no de que  Martita había sufrido.
—¿Martita —le preguntó la madre y pensó en decirle hija—, por qué te eligieron a vos para este viaje por el tiempo?
—Porque yo soy la hija de Juan Salvo. Papá allá es nuestro héroe. Él nos enseñó la manera de resistir la invasión. Así es mamá, te has casado con el salvador de una parte de la humanidad. Así es Martita —miró a su yo del presente—, debemos sentirnos orgullosas de nuestro padre.

Juan bebió un poco de vino.

FUSIÓN


sábado, 5 de noviembre de 2016

CONFESIONES IV

LA HIJA DEL ETERNAUTA.
Por
Hugo Rodríguez.

IV
CONFESIONES

Después de una noche larga de viernes, con preguntas y respuestas, con más dudas que certezas, Juan, junto con su familia y amigos, decidieron tomar en serio lo relatado por la viajera del tiempo  y planificaron  la semana para prepararse, ya sea para la fiesta o la 'invasión'. Juan y Elena aceptaron que la otra  Martita se quedara en casa, después de todo no podía andar por ahí con ese traje. Aunque  digitó su costado y el traje quedó totalmente transparente pero ella quedó desnuda, así que la vistieron con  ropa de su madre, por que las de su 'hermanita' le quedaban chicas. Ajustándolas un poco, la vestimenta materna se adecuó a su cuerpo. También vistió una peluca rubia para cubrir su cabeza calva. La joven  del  futuro dormiría en su cuarto, junto a su hermana del presente. Así lo decidieron Juan y Elena, después de todo cada vez eran menos las dudas de quién era esa muchacha, venida del porvenir, sino su propia hija.

            Cuando Favali, Polsky y Lucas  hacía tiempo que se habían retirado y Juan y Elena descansaban en sus aposentos, las jóvenes aún no conciliaban el sueño.
—Si quisiera podría quitarme el traje digitando una clave —le comentaba  Marta del futuro a su homónima del presente que estaba sentada a su lado, mientras ella permanecía recostada en una colchoneta en el suelo—. Marco los números en este teclado que tengo a mi costado  —continuó explicando—. No se ve, pero se puede sentir su relieve. Los símbolos no se entienden;  son dígitos de los 'Ellos' supongo. Yo memoricé una clave y asocié cada símbolo con un número de los nuestros y así manejo el resto de las funciones.
La joven crononauta le enseñó a manipular el traje, de manera tal que este cambió varias veces de color e incluso de forma: las muchachas  se divirtieron. Martita del futuro recordó a un joven que la esperaba allá y a quién ama. Sabe que su 'otro yo' del presente lo conoce y que recién empiezan a madurar sus sentimientos por él.
— ¿Ya conociste a Héctor? —La interrogó con picardía.
— ¿Vos también lo conocés? –Respondió, Marta del presente.
—Lo conozco aquí y allá. No te olvides que somos la misma persona. Lo que sentís y pensás, también lo siento y pienso yo. 
 — ¡No me podés decir la clave? —Preguntó Martita del presente para cambiar de tema.
—No es conveniente que la sepas —le respondió la viajera con una sonrisa—. Como comenté  hoy en el comedor, es peligroso que el traje desaparezca. Las dos no podemos ocupar el mismo tiempo y lugar.
— ¿Por qué? ¿Qué puede suceder? —Preguntó nerviosa, su 'otro yo' del presente.
—No lo sé.

Se miraron en silencio por un momento. La tertulia de las jóvenes continuó un rato más, hasta que la Martita del presente se acostó en la cama y las dos se durmieron.

ACTO REFLEJO

ACTO REFLEJO
Por
Hugo Rodríguez.

 ¡¿A vos te parece, pendejo?! Sí, pendejo. Tengo tu misma edad, pero igual tengo derecho a cagarte a pedo; a romperte la cara. Me hice mierda los dedos, la puta madre. Pero te rompí bien la jeta. Hablá, ahora, ¿eh? A ver, qué ganaste con ir a la casa. Hacer todo el quilombo que hiciste. Los vecinos, la policía. A las tres de la madrugada. ¡Gil de goma! ¡Pedazo de infeliz! ¡No te bancás un par de cuernos! ¡Borracho! Encima chupa el boludo. Si no sabés tomar. ¡Andá a cagar!

¡¿Te partí la boca?! Te lo merecías ¡¿Te arruiné la cara?! Te lo merecías ¡¿Te la hice pedazos?! ¡jodete, forro! Si la mina te cagó, te cagó. Boludo. Bo, lu, do. ¿O no sabés como son? ¡Claro que ya tenía el macho! ¡Estas son así! ¡No no! No intentés hablar. ¡Porque te bajo los dientes que te quedan!

Mirá cómo me hice la mano. ¡Carajo!  ¿Y mañana en el laburo...? Algo voy a tener que inventar.

¡Qué pedo que tengo! Qué quilombo armé por esa. Casi voy preso. Mejor me voy a dormir. Mañana junto los vidrios, me afeito frente a la ventana y listo.


Fin.

martes, 4 de octubre de 2016

LA HIJA DEL ETERNAUTA III LA EXPLICACIÓN.

LA HIJA DEL ETERNAUTA.
Por
Hugo Rodríguez.

III
LA EXPLICACIÓN.
                                                          

            Elena apoyaba su brazo en el hombro de Juan, mientras apretaba la mano de su hija del presente, los tres permanecían de pie en un rincón del comedor. Lucas, Polsky  y Favali estaban sentados a la mesa, este último más cerca de Martita -la del futuro-, quien se había sentado en la esquina opuesta a la de su familia.
           
            Favali le preguntó a Martita por su extraño traje pero ella estaba algo abstraída, recorría la casa con su mirada y no le contestó.
—Papá, mamá —Martita prefirió hablar de otro tema—, qué hermoso es estar en casa otra vez ¿Puedo ir a mi cuarto?  —Miró a la otra Martita, como pidiéndole permiso.
—No —le contestó Juan y quiso ordenarle que no lo llamara papá pero le resultó imposible, de alguna manera sabía que era su hija.
—Este traje me mantiene aislada de este espacio y de este tiempo —Martita decidió responderle a Favali—, no es conveniente que yo entre en contacto con alguno de ustedes, en especial con mí otro yo. Y la miró a la Martita del presente.
—¿Porqué, que puede pasar? —preguntó Polsky.
—No lo sé muy bien, pero las dos no podríamos existir en el mismo tiempo y lugar, así me lo explicaron.
—¿Quiénes? —inquirió el atento Favali.
—Bueno —contestó la joven, algo preocupada—, mis compañeros de lucha, pertenecen a un grupo de resistencia que combaten a los 'Ellos', con mis compañeros logramos coparles un lugar donde habían instalado una máquina del tiempo. Como algunos de los que integran la resistencia son científicos, lograron descifrar su funcionamiento y tecnología. Eso nos dio cierta ventaja y ahora le hacemos difícil la invasión.
            —Parece que tu traje —Favali volvía a preguntarle por la indumentaria— fuera en realidad dos.
El físico extendió su brazo para tocarla, pero ella, casi aterrada, se inclinó para que no la alcanzase.
            —¡No, Favali por favor! No olvides que  es peligroso que me toquen o que yo los toque.
—¿Pero el traje no te aísla?
—Sí, pero mis compañeros del futuro me pidieron que igualmente fuera precavida. No quiero que le pase nada a nadie.
Superado el momento de tensión, la joven crono-nauta continuó: 
—Sí Favali, son dos trajes pero en realidad no lo son sino que este indumento es como una ventana, por la cual yo los miro desde mi espacio tiempo. Te lo explico como a mí me lo explicaron allá —la joven se dio cuenta que todos le prestaban atención y eso la distendió—. Imagínate dos globos de hule que están juntos y se tocan, cada uno representa un espacio tiempo. Uno, el de ustedes, aquí y el otro, el mío, allá. Entonces si yo tuviera la mano dentro de mi globo y empujara con uno de mis dedos la pared del globo por la parte en que se tocan, empezaría también a empujar la pared del globo de ustedes,  metiendo mi dedo dentro de su espacio tiempo, y el dedo quedaría revestido  por dos capas de látex. Así que yo todavía estoy 'allá' y es como si estuviera espiándolos. ¿Se entendió?
El breve silencio que se produjo fue interrumpido por la otra Martita:
—¿Y si tenés ganas de ir al baño?
Todos sonrieron un poco. Pero Martita —la del futuro—no sonrió y agradeció a su 'otro yo' la pregunta Porque entendía el sentido. Después de todo era ella misma quien se preguntaba. Una pregunta femenina, intima. Las dos Martitas se comprendían, quizás como lo que nunca tuvieron: hermanas.
—Bueno, mirá —Martita del futuro le contestó—, tengo unos tubos y algunos cables que entran en mi cuerpo por aquí.
Entonces la joven digitó otra vez el costado izquierdo de su traje y  un círculo  se hizo transparente a la altura de su abdomen por donde se veían los tubos entrar a su cuerpo y los extremos perderse en la nada. Todos se impresionaron y entonces la muchacha, al advertir la aversión en el rostro  de los demás,  oscureció la transparencia de inmediato.
—Estas sondas —continuó la joven del futuro— me mantienen vinculada a mi espacio tiempo y de ellas se nutre y controla todo mi metabolismo.
—¿Para qué te han enviado aquí a nuestro tiempo? —preguntó Favali.
—Para prevenirlos —Martita habló a los presentes—, para estar mejor preparados esta vez, cuando los 'Ellos' lleguen. Deberíamos estar todos juntos en mi casa, bueno en esta casa, con nuestras familias. Nuestro vecino de enfrente también —la joven hizo una pausa—. Antes que se asome por su ventana —dijo en susurro— y muera en contacto con la nieve.
Los presentes compartieron un silencio frío. Martita había extraviado su mirada en un punto lejano del comedor. Luego se repuso y continuó:
—El próximo viernes por la noche. Todos aquí, con armas; municiones y víveres —la hija del futuro se apresuraba a hablar, quería decirlo de una vez lo que había memorizado—. Las ventanas y puertas selladas —continuó su arenga nerviosa—, confeccionaremos trajes aislantes para protegernos de los copos…
            —Porque no te tranquilizás un poco —interrumpió Favali, que limpiaba sus anteojos con un pañuelo—, bebé algo, oh perdón, cierto que no podés. Decinos, Martita —el físico le habló en un tono pausado—,  vos suponés que si les contáramos esta historia a nuestras familias ¿nos creerían? ¿Que sería fácil para nosotros convencerlos que vengan a —Favali buscó la palabra— refugiarse a tu casa?
            —Vos me tenés que creer, Favali  —le dijo la muchacha, algo desconcertada, pero más tranquila—. No es necesario que sepan la historia. Podemos organizar una fiesta como excusa —continuó, mirando al grupo— para estar todos reunidos aquí. No hace falta que me crean, si lo mío es una mentira o una locura, simplemente habremos pasado una hermosa reunión.
Juan dejó de mirar a su hija del futuro y giró su cabeza hacia el rostro de Elena, que ahora lo ceñía del brazo y luego observó el perfil de  su hija, del presente, que intercambiaba miradas con su 'otro yo'.
—Esperá un momento —afirmó Juan, que volvió a mirar a la viajera del tiempo—, y vos  ¿Dónde pensás estar durante la semana?
Una breve pausa heló las miradas.               

—Acá, en casa —respondió la muchacha embutida en su extraño traje.

CAMBIO Y FUERA.

CAMBIO Y FUERA.
Por
Hugo Rodríguez.


En la pequeña barraca, dos pares de camas apiladas ocupaban casi todo el lugar. Un soldado permanecía recostado en una de las inferiores, con las manos bajo la nuca, las demás aún no se habían ocupado. El joven, de remera y pantalón de combate,  no dejaba de mirar los elásticos de la cucheta que tenía encima. La recluta entró sin mirar al soldado. 

—Hola, soy Rocío.

Uniformada también de remera y pantalón, la muchacha dejó caer la mochila y se derrumbó en la otra cama inferior. Se sentó mirando la bóveda del techo por un rato. Luego preguntó:

—¿Vendrán más? 

—Es posible —contestó él, que sí había observado a la recluta y había estudiado con detenimiento aquellas curvas. Aunque ahora decidió seguir contemplando los resortes.

—Creés que el enemigo atacará por el sur —ella insistió con las preguntas, pero esta vez echaba un vistazo al cuerpo de su compañero de barraca.

—Sí —contestó, girando la cabeza para mirarla—. Y me llamo Domínguez —agregó.

—¿Cuándo?

—Siempre que me llames Domínguez, responderé.

—¿Cuándo atacarán? —insistió ella, desatendiendo la burla.

—El enemigo te avisará, quedate tranquila.

El soldado tomó el birrete que colgaba del respaldo y se cubrió la cara. La muchacha  se masajeaba el antebrazo.

—Las porquerías que me inyectaron —preguntó la joven —¿Me harán dormir?

—Seguro —contestó el birrete— y tendrás pesadillas —afirmó.

—¿A vos te hicieron dormir?

—Llevo dos días sin pegar un ojo.

La mirada de ella volvió a posarse en el techo y continuó con los masajes en el antebrazo. Finalmente, se quitó los botines y se recostó. Contempló al soldado por un instante e imitó su posición en la cama, cruzando las manos bajo la nuca. Luego giró la cabeza y se concentró en el camastro de arriba. Permanecieron en silencio varios minutos. Ella comenzaba  a dormirse cuando, casi sin hacer ruido, entró el oficial.

García, Domínguez —el oficial hablaba en susurros—. El sargento los espera en cinco —concluyó y se retiró sin más.

—¿Y esto? —Interrogó la joven, que  se había sentado en la cama— ¿Es una pesadilla? ¿O es la realidad? —terminó la pregunta, mientras miraba el piso y se rascaba la cabeza.

—No García —contestó su compañero, que ya se incorporaba.
—¿Y por qué habló en voz baja, Ese tarado?
—No lo sé, García…
—Rocío, por favor —ella lo interrumpió, mirándolo.
—Bueno, Rocío —continuó él, mirándola—. No sé por qué ese oficial entró en silencio y habló tan bajo. Seguro no es nada bueno. Vamos —la invitaba a salir y luego de calzarse los botines, la pareja dejaba la barraca.

* * *

—Domínguez, García, descansen —el sargento, sentado a su escritorio, leía unos papeles—. Hay una misión para ustedes —la pareja se miró—. La misión es sin regreso —continuó, sin desatender  los papeles—. Deberán penetrar la base del enemigo. Informar todo lo que vean, oigan, huelan  y en especial cualquier pista sobre el NEC. Espíen e informen hasta que los capturen. ¿Comprendido?

La pregunta quedó en el aire. La nuez de la garganta de Domínguez se movió y su compañera inspiró profundo. Entonces el sargento levantó la cabeza y los miró:

—¿¡Comprendido!?
—¡Sí, señor! —contestó, García.
—¡Sí, señor! —contestó, Domínguez.

—Parten en una hora. Alístense. Pueden retirarse.

* * *

La recluta apoyaba las manos en la cama superior, dándole la espalda a su compañero que la observaba. La joven hamacaba su cuerpo con nerviosismo y hacía dibujos en el piso con la punta de su botín.

—Me gustaría tener sexo con vos —fue la voz trémula de la muchacha.

Su compañero bajó la cabeza, guardó silencio por unos segundos y luego le contestó:
 
—Estoy de acuerdo.

Se le acercó y la  tomó del hombro. La ayudó a girarse y la miró en los ojos.

—Lo haremos, te juro que lo haremos, Rocío.

Sus bocas se chocaron mientras los brazos se enredaban en los cuerpos.

* * *

Amanecía en el bosque. Había pronóstico de nevada. García y Domínguez vestían casco y uniforme blancos. De los hombros colgaban rifles de repetición y en sus espaldas cargaban las mochilas. Camuflados para la nieve, la pareja corría siguiendo el cauce de un río. Corrían hacia el oeste, hacia la cordillera: el sargento les dijo que ese era el punto menos vigilado de la base enemiga.

Se detuvieron a una decena de metros de la alambrada, más allá se erguía la torre de vigilancia. Se ocultaron tras una loma tachonada de arbustos. Domínguez revisaba el cerco con los prismáticos.

—Por qué no nos rajamos de acá —le comentó Rocío exhalando vapor— informamos cualquier cosa  y salvamos el pellejo. Así cumplís con tu promesa ¿Qué te parece?

Domínguez, dejó los prismáticos. Miró a la muchacha y le tocó la mejilla con la mano enguantada, luego tomó el radio:

—Aquí ñandú uno, reportando —el joven hablaba y contemplaba  el rostro cómplice y sonriente de su compañera—. Aquí ñandú uno, reportando. Entramos a la base. Divisamos cinco tanques autómatas N23. Aún sin rastro del NEC. Seguimos con la misión. Fuera.

Se tomaron de la mano para erguirse y se alejaron de la base, corriendo río arriba.

El terreno se elevaba y los árboles comenzaban a escasear. La pareja se tumbó en la nieve y se entregaron a los besos y las caricias.

Domínguez divisó, lo que podría ser la entrada a una cueva. Se dirigieron hacia allí. Tuvieron la precaución de borrar sus huellas usando unas ramas como escoba. Efectivamente se trataba de una cueva.

—Parece profunda —afirmó Rocío—. Creo que continúa después del recodo, Domínguez —ella usaba el 'Domínguez' en tono irónico, intentando imitar al sargento.

—Sí—le contestó su compañero, aceptando la broma con una sonrisa—. Servirá para ocultarnos. Pero la exploraremos después. Ahora quiero explorar otra cosa.

Se quitaron los cascos, los rifles y las mochilas. Comenzaron a  desacomodarse las ropas y se animaron a las caricias por debajo de los uniformes.

—Bien, Domínguez, cumplamos la promesa —exhaló Rocío con voz ansiosa, voz que se ahogó en un beso.

Los jadeos de la pareja se repetían en las oquedades. El sexo los alejó del frio. Por un momento fueron animales, por un momento se sintieron salvajes, dueños de la caverna. 

Tumbados de espalda, los amantes fugitivos reposaban echando vapor por sus bocas y se divertían reconociendo imágenes en la cúpula de la cueva. Compartían besos, caricias y miradas. El mundo terminaba en esa cueva, pero el mundo era más amplio.

El motor de un vehículo los alertó y luego, las voces que se acercaban: voces que hablaban el otro idioma. Rocío quiso correr hacia el recodo, pero Domínguez la tomó del brazo y le indicó el sentido contrario. Le señaló  un montículo de rocas lo suficientemente grandes para ocultarlos y resistir un tiroteo.

Eran cuatro, dos oficiales y dos subalternos. Domínguez era el único que podía verlos desde aquella posición. Se había tumbado de espalda, con el fusil en el pecho y espiaba por la ranura que dejaban dos piedras. Rocío se acurrucaba en un hueco estrecho, cerca de su compañero. Habían quitado las trabas de sus fusiles, estaban listos para el combate. Domínguez vio que el grupo se internaba en lo profundo de la cueva y que doblaban el recodo.  La pareja se consultó con la mirada. Rocío cabeceó en dirección al recodo. Hubo una pausa entre ellos y finalmente,  decidieron seguirlos.

Antes de empezar la persecución, la muchacha se asomó con cautela a la salida y vio sólo un jeep que esperaba. Con un gesto de la mano le indicó a su compañero que avanzara hacia el interior de la cueva. Ella lo siguió.

Después del recodo, la cueva se continuaba en un túnel y al final de ese túnel, los cuatro soldados  enemigos se paraban ante un portón incrustado en la roca. Rocío y Domínguez se habían arrojado de bruces tras una saliente. La penumbra del lugar facilitaba su ocultamiento: desde allí, podían observar a los soldados.  Luego que uno de los subalternos activó  la botonera del costado, el portón se descorrió.

Domínguez y Rocío reconocieron la luz esmeralda y el sonido que surgía del interior: era el NEC. La pareja intercambiaron miradas y abandonaron el escondite tratando de no ser vistos.  A la salida de la cueva, donde aún esperaba el jeep, Rocío le ordenó a su compañero que registrara las coordenadas de la entrada. Domínguez obedeció y las anotó en su GPS.

—Listo—le susurró.

—Bien, salgamos en esa dirección —Rocío señaló en sentido opuesto al río—. Por ahí no dejaremos huellas. Vamos.

Corrían a más no poder. Tropezaban cada tanto. Cuando consideraron que la cueva estaba lo suficientemente lejos, cambiaron de dirección para volver al cauce, pero muertos de cansancio, se tumbaron en la nieve.

—Avisá a la base —reclamó Rocío casi sin aliento.
—Aquí ñandú uno, informando. Tenemos las coordenadas del NEC. Repito: tenemos las coordenadas del NEC. 23 oeste, 12 sur. Repito: 23 oeste, 12 sur. Es una cueva, en la montaña. Repito es una cueva en la montaña. Tirenlé con lo que tengan.

El bosque se colmó de silencio. No silbaba el viento, no cantaban los pájaros. La pareja, de espalda en la nieve, miraba el cielo plomizo. Las bocas abiertas buscando el aire. Los ojos opacos por el frío. Algo rugía desde el norte. Algo agitaba las ramas de los escasos árboles. El rugido se intensificó. Les caía nieve en las caras. Entonces, como enormes buitres de metal, como dragones enfurecidos, atronadores, pasaron los misiles, cortando aquel cielo plomizo. Rocío  y  Domínguez se tomaron de las manos y se volvieron a erguir, para correr una vez más.

—No pienses en otra cosa que  en mover tus piernas —jadeó Domínguez.
—¿Puedo pensar en lo de la cueva, también? —dijo, Rocío.
—Claro —y él le apretó la mano.

Alcanzaron la orilla y se detuvieron: ahora el río surcaba el fondo de una Hondonada y los enamorados lo miraban desde arriba.

—Esto está muy alto, Domínguez.
—Sí —dijo el joven.  

La explosión se oyó en todo el bosque y es probable que en todo el planeta. El plasma del NEC arrasó los árboles  en segundos y derritió la nieve. La pareja fue alcanzada por la onda expansiva antes que por el plasma y cayeron al barranco. Derraparon hasta una saliente que los salvó de caer hasta el río. El agua de la nieve derretida calló como una cascada sobre ellos. El plasma verdusco del NEC sobrevoló la hondonada  y siguió arrasando el bosque de la otra orilla. 
Rocío y Domínguez quedaron boca abajo por un momento prolongado. Hasta que se calmaron las explosiones, los rugidos y comenzaba agitarse una brisa suave. Domínguez levantó la cabeza y tocó la espalda de su compañera que respondió levantando la suya. Domínguez miró más allá y sonrió.

—Rocío, detrás de ti, mirá —le indicó.

La muchacha se volteó con dificultad: a unos metros se desplegaba la entrada de una cueva. Mucho más pequeña que la anterior. Pero suficiente para ocultar a los fugitivos y continuar cumpliendo con la promesa.


Fin.

domingo, 4 de septiembre de 2016

LA HIJA DEL ETERNAUTA.
Por
Hugo Rodríguez.

II
EN SU CASA.


            Luego de andar unas pocas cuadras, la adolescente se detuvo  frente a la pared de un chalet, la trepó y saltó al otro lado, parecía entrenada para esto. Cayó sin hacer ruido en el fondo de la casa... de su casa. Oculta en la oscuridad y soberbiamente erguida, miró la vivienda; la ventana iluminada de su habitación; el laboratorio de su padre y de los amigos; donde inventaban... pobres sus amigos, recordó. Ahora miró otra ventana iluminada, era la del altillo y vio a través de las cortinas. No le cupo la menor duda: era la silueta del  padre y la de sus compañeros y la partida de truco; y las bromas; y las risas; pero no podía reír y comenzó a llorar como nunca, porque nunca hubo tiempo para hacerlo, de donde venía.

Quizás el intenso llanto hizo atraer la atención del grupo  que jugaba cartas, como haya sido, de pronto se encendió la luz del fondo y la chica enfundada en el extraño traje de buzo quedó expuesta a la vista de los cuatro hombres. Se acercaron y el padre, sin reconocerla, le apuntó con una escopeta:

— ¿Qué haces adentro de mi casa?

 Lo miró con ojos húmedos y un temblor enorme le recorrió el joven cuerpo, un nudo se le hizo en la garganta que le congeló el llanto. La muchacha no podía controlar la enorme emoción que significaba tener de nuevo al  padre tan cerca, después de tanto tiempo y tanto dolor transcurrido. Pero al fin pudo controlarse, porque sabía cómo hacerlo:

—Te amo papá —-le contestó con un tono de vos que hacía tiempo no se escuchaba a sí misma —. No sabes cuánto te extrañé.

            Los cuatro hombres escucharon la frase de la chica. Conmovidos prestaron mayor atención al rostro de la joven. Simplemente no lo podían creer, era la cara de Martita, la hija de Juan Salvo. Juan era el más incrédulo. Pero eran los profundos ojos negros de su hija los que lo miraban. Y fueron esos ojos los que lo obligaron a bajar el arma.
            De la casa salieron dos personas más, Elena, la esposa de Juan y la ‘otra’ Martita, algo menor que esta.

            —Mamá —Marta susurró desde el interior del traje —. Y comenzó a lloriquear.

            Desconcertado, Juan Salvo, volvió a increparla, esta vez con un tono más bajo, sin apuntarla  y sin aceptar todavía la paradoja de dos Martitas al mismo tiempo:

—Te parecés mucho a mi hija, pero no eres ella, así que decí quién sos y que hacés acá.

Respirando profundo el 'otro' aire, Martita se recompuso y miró a Favali, el profesor de física amigo de Juan:

— Favali —dijo —, seguro vos vas a entender mejor, por tus conocimientos de física.

Todos se alertaron al notar lo bien que lo conocía. Martita al darse cuenta del asombro que produjo, comenzó a enumerar datos de los demás.

—Ud. Es  Polsky, jubilado, y vos sos Lucas, empleado  bancario: con Favali quieren armar un micro láser, allá en el laboratorio —dijo, señalando el lugar en la casa.

Volvió a mirar al padre con enorme ternura:

— Y vos, además de ser mi padre, tenés el hobby del astro-modelismo.

Martita se detuvo en los ojos  a la mamá y a de la ‘otra’ Martita y les sonrió con amor. ¡Amor, por fin amor! Fue lo que pensó.
           
            Volviéndose hacia el desconcertado Favali,  comenzó a recitar una explicación que había aprehendido de memoria:        
 
—.Favali, yo soy Martita Salvo pero vengo del futuro, de algunos años en el futuro. Por eso estoy más crecidita. Ya soy adolescente y vengo a prevenirlos de la invasión. Sucederá dentro de una semana... el próximo viernes por la noche... se cortara la luz, cuando ustedes estén jugando al truco en el altillo y luego…

Martita comenzó a perder las palabras y la ilación del relato, siguió diciendo:

—Y luego comenzará una nevada... los copos te matan...

No es que Martita no recordara el relato, lo sabía y muy bien, lo había vivido, sino que de pronto la embargó una profunda consternación por el futuro funesto de los amigos del padre. Trató de simular y continuar con el relato, pero en ese momento Lucas interrumpió:

— ¡¿Una nevada en Buenos Aires?¡

— Si, así es Lucas —le contestó—. Solo que no es una nieve de este planeta, sino que la traen los ‘Ellos’: una raza maldita que nos quiere invadir y doblegar.

Ahora el que la interrumpía era el padre:

—Bueno ahora sí creo que no eres mi hija y también creo que estás loca.

Favali pidió la palabra:

—Juan, puede ser que no sea tu hija, pero el parecido y lo que sabe de nosotros... una forma de explicarlo es... bueno, la posibilidad de que haya viajado en el tiempo, lo cual yo creo posible, y me gustaría seguir escuchando la explicación pero dentro de la casa, si te parece. Está muy frío aquí y  no creo que ella sea peligrosa, además tenés la escopeta.

            Luego de dudarlo un poco, Juan Salvo invitó al grupo a entrar a la casa. Los tres amigos avanzaron delante, luego Martita en su traje de buzo y luego él, la esposa y la hija del presente.
  


BAJO LA PIEL



ATONAL

ATONAL.
Por
Hugo Rodríguez.

Ella se había despedido del sol y de alguna nube mediocre. Había dejado que la brisa le entibiara la piel y le contara historias de gaviotas.
Pálida.
Tersa.
Despiadada.
Se hundía su espalda en la arena igual que sus ojos en las cuencas, y la espuma ya la tocaba: en el hombro, en las manos, en el muslo, en los tobillos, en las uñas.

¿Por qué tanto silencio? Si aún la noche no comienza. No se oyen las estrellas.

Había dudas en ese cuerpo, tembloroso y  reciente que esperaba el desierto como quién espera el horizonte. Sus pechos como médanos. Su abdomen como playa, su pubis como océano.

El frío entra en los huesos, hiela la sangre y la brisa ya no habla.  

Pálida.
Tersa.
Despiadada.

Se alejaría con el agua y la sal  hasta el fondo impreciso, oscuro y entumecido.

miércoles, 3 de agosto de 2016

LA HIJA DEL ETERNAUTA

LA HIJA DEL ETERNAUTA.
Por
Hugo Rodríguez.

I
EL REGRESO.


           
            La noche fría se había instalado en el barrio. El silencio era el protagonista, interrumpido a momentos, por los zumbidos suaves de la brisa o algún automóvil lejano de la avenida. Las calles desoladas de Vicente López esperaban y en una de sus esquinas,  en un rincón de poca luz,  algo empezó a cambiar. El pequeño lugar se deformaba, parecía hundirse e hincharse al mismo tiempo. Algo en la ‘nada’  jadeaba y se quejaba. Algo en la ‘nada’ comenzaba a definirse: era una forma humana, erguida, curvilínea y entonces esa forma, en aquella noche fría y silenciosa,  jadeó y se quejó como en una tortura.
En esa esquina penumbrosa, en ese rincón jadeante,  yacía una  adolescente desnuda, delgada y blanca; con marcas de golpes y rasguños en la piel. La cabeza rapada sostenía una cara ovalada de ojos negros, abiertos, que no miraban a ningún lado. De su abdomen asomaban tubos que parecían conectarla al espacio y el espacio la envolvía como un paquete de  nylon.

            La joven se recuperó del trance y ahora sí, sus ojos lo miraban todo. Los dedos de la mano derecha digitaron algo sobre sus costillas opuestas. Y el ‘nylon’ cambio, dejó de ser transparente y lució de un negro opaco profundo cubriendo su desnudez. Solo un óvalo en la cara permaneció transparente: la chica parecía vestir  un ajustado traje de buzo. Respiró profundo, no el aire de la noche, sino el del interior de su traje. Se tomó un momento para orientarse, si bien conocía el lugar como su propia vida y también conocía la noche: noche de viernes, una semana antes. Viró a la derecha y trotó por la vereda. No había dudas en el trote sigiloso de la muchacha. Ella sabía a donde iba.

ÚLTIMO ENCUENTRO



lunes, 4 de julio de 2016

PUESTA A PUNTO.


PUESTA A PUNTO.
Por
Hugo Rodríguez.

Desde el viernes que no veía al gordo. El fin de semana lo pasé en lo de mi tía. Con él nos conocemos  desde pendejos. Vive pegado a mi casa, con la 'jermu'. Cuando preguntan por el gordo, dicen: 'vive al lado de chapita, el chatarrero',  y cuando preguntan por chapita, dicen: 'vive al lado del gordo, el cartonero'. Je. Lo de chapita es porque creen que estoy medio 'pirucho'. En fin. Así que, el lunes a la tarde lo visité. La casa de él es una prefabricada que se cae de a pedazos. El alambre tejido que nos separa  hace años que está caído y como siempre, me mandé por el fondo y  antes de entrar a la cocina lo llamé, no sea 'cosa' que estuviera haciendo la chanchada con esa negra inmunda. Bueno, al menos él está casado y lo hace de vez en cuando. Yo en cambio, nunca tuve mina y me las tengo que arreglar solo, je. Lo llamé, como decía, pero el gordo no contestaba, la esposa tampoco y había mucho silencio. Igual entré. Estaba oscuro. No habían levantado las persianas. Lo volví a llamar y nada. Cuando se me acomodó la vista lo vi, allá en el comedor. El gordo estaba aplastado en el sillón de hierro que le regalé: nunca lo pintó el desgraciado. Me acerqué despacito. Lo miré: parecía más muerto que vivo. No se había afeitado y tenía los ojos duros, clavados en la puerta de entrada.


—Se te ve mal, gordo ¿Qué te pasa? —le pregunté y lo zamarreé  un poco. 
—Maté a mi esposa –me dijo.
— ¡Ah! Pensé que era algo peor, ¿la mataste? – el gordo me lo confirmó moviendo la cabeza. Seguía  perdido, preocupado por la puerta.

— ¡Bueno, gordo! —traté de consolarlo—. Al fin te deshiciste de esa bruja.
—Sí, chapita. La maté; la estrangulé con mis propias manos.

Di unos pasos para atrás y miré hacia el dormitorio: la puerta estaba abierta. No vi a nadie. Ni vivo, ni muerto. También miré en el baño: nada.

— ¿Cuándo la mataste, gordo?
—El viernes. Después que vos te fuiste a lo de tu tía.
— ¿Qué hiciste con el cadáver?
—Lo cremé.
— ¿Eh?
—La llevé a la fundición de Carlos y la arrojé al horno.

Creí que el gordo me iba a seguir hablando, pero cerró la boca, bueno en realidad se le quedó abierta. Yo Pensé un rato. Pensé otro rato más.

—Buena idea —le dije—. Hiciste bien. Ese Carlos es un tipazo, chorro, pero buen tipo. 
—Sí, él me ayudó. Me dijo que necesitaba avivar el fuego para fundir más hierro y terminar un auto que estaba armando.
—Carlos es un genio —me enganché—. Un artista. Con chatarra construye un deportivo, una limusina, cualquier modelo. ¿Te acordás de la cuatro por cuatro? 
—Sí, me acuerdo.

El gordo se quedó en silencio. Mi amigo seguía sin arranque. Metido en sus pensamientos y en la puerta.

—Y bueno, gordo —intenté animarlo—. Lo echo, echo está. Ahora pensá en lo  que viene: nunca más vas a tener que soportar los ronquidos de tu 'jermu', que eran peor que un 'mionca' como vos decías. Ahora vas a poder ver lo que quieras en la tele: el TC, películas de terror, minas en bolas.
—Sí.
—Podés llegar a tu casa a la madrugada y nadie te va a rezongar. Yo la escuchaba a 'la negra' cuando te gritaba. Sonaba como un escape roto.  
—Sí.
—Ahora también podés chupar y comer de todo.
—Ajá.
—Y hablando de eso, ya mismo traigo dos cervezas y algo para picar. Brindamos en memoria de… tu señora, je. ¿Qué te parece?
—Sí, es buena idea —el gordo, mi amigo, me hablaba como un fantasma.

Encaré para la puerta y en eso, se puso nervioso:

— ¡Esperá chapa! ¡No salgas! ¡Cuidado!
— ¡Qué hay gordo!
—Callate. Escuchá.
— ¿Qué? ¿Qué tengo que oír?
— ¿No sentís? Un motor.
—Sí, lo escucho, es de un auto en la vereda.
—Pero chapita, no es cualquier auto. Fijate por la ventana.

Me acerqué despacio. El gordo me pidió que mirara por las rendijas, así que separé dos tablitas y miré:

— ¡A la mierda! —dije— ¡Es un porsche! Está bárbaro.  Enseguida vi en el guarda barro el calco de ‘Mecánica Carlos’.
—Je, lo miré al gordo—, cuándo no, lo armó Carlos. Ese tipo es un genio.
—Sí, un genio —me contestó el gordo con los ojos como  huevos—. No lo conduce nadie ¿no? —me preguntó asustado.

Separé las tablitas otra vez.

—No —le contesté—. El dueño andará cerca. ¡Cómo suena ese motor, gordo! —le dije—. Vos lo reconociste por eso ¿he? Ya lo habías visto.
—Lo he visto —y mi amigo me habló igual que antes: como un fantasma—, claro que lo he visto. Desde el sábado que da vueltas por acá. Y sí, lo reconocí por el motor: se oye igual.

El gordo se quedó en silencio otra vez y yo me quedé pensando un rato. Pensé un rato más  y entonces le pregunté:

— ¿Igual que qué, gordo?
Fin.


CRONÓSFERA II

CRONÓSFERA II.
Por
Hugo Rodríguez.
 
Sentado en la butaca frente a los controles, Douglas giraba diales y corroboraba indicadores.

No, Douglas. No continúes. Quedarás atrapado en una espiral infinita.  ¡No, no!

Dejó la butaca para dirigirse a las columnas del computador, miró por un momento a través de sus anteojos las cintas magnéticas y luego estudió la tira perforada que saltaba del linotipo. La arrancó y la leyó mientras se encaminaba, ondulando su delantal desabotonado, hacia  el batiscafo, que descansaba en el centro del laboratorio. Se inclinó e ingresó por la abertura oval, el sillón giratorio lo recibió y alternando la lectura de la tira con miradas rigurosas al  tablero, Douglas permaneció absorto en el interior de la ‘CRONÓSFERA’  varios minutos.

Si cambias el flujo del tiempo, no alterarás el presente. Es imposible. No se puede desarticular el pasado.

Cerró la compuerta y giró la rueda. Sentado, Douglas contemplaba el tablero, en especial la palanca del tiempo. Posó la mano temblorosa en ella.

¡No jales la palanca! ¡No podrás volver! ¡Quedarás en el Limbo, para siempre!

La jaló lentamente hacia el pasado. Las bombillas en la bóveda de la esfera parpadearon, se agitaron las agujas de los voltímetros y por un momento la esfera tembló y Douglas se aferró al posa-brazos del sillón. Las gotas de sudor le recorrían las mejillas y los ojos se veían desmesurados a través de los anteojos. Dejó de inclinar la palanca y las agujas se calmaron, también cesaba el parpadeo de las luces. Douglas se secó el sudor con la manga e inspiró profundo.  Se irguió sobre sus piernas trémulas y se acercó con lentitud a la entrada. Giró la rueda y abrió la compuerta: se vio de espaldas, sentado en la butaca frente a los controles.


Sinfín.

viernes, 3 de junio de 2016

FÉMINA TORMENTA.

FÉMINA TORMENTA.
Por
Hugo Rodríguez.


Espérame recostada en el horizonte
Y acariciando el mar
Abierta, vulnerable, ansiosa
Espérame con tu melena de  nimbos y cirros
Encrespada en torbellinos de petróleo y azul
Espérame dispuesta al océano y al abismo
A la oscuridad
Y al relámpago

Aferrado al mástil de mi bajel y con el empuje de tu respiro, te surcaré. Precipitadamente, fanatizado, enardecido.  Me recibirás ebria de arrebatos, de espasmos y aluviones de sal. Me acosarás en lujuriosos remolinos, en tus senos de jade con cúspide de espuma. Me arrancarán la piel tus bocanadas desmedidas y tu tromba vertiginosa me llevará al mismo infierno.
Entonces, en tu vórtice como ombligo, desplegaré las sábanas de mi nave y buscaré el descanso  en el silencio de tu ojo, a la luz de tus fulgores y al arrullo de tu voz como trueno. Rodeado de tu obscena exaltación, aferrado al mástil de mi bajel, esperaré. Esperaré el empuje de tu respiro y me surcarás, una vez más. Precipitadamente, fanatizada, enardecida.

Fin.