domingo, 1 de abril de 2018

INSTANTE REFLEXIVO

Instante Reflexivo.

Julia, así la bauticé a mi amiga aquella noche en el bar, era una hormiga de esas que lucen de un rojo lustroso y que ya había dado una vuelta completa a la boca de mi porrón y se disponía a pasear por segunda vez. Pero tomé una decisión, muy a contra gusto, porque reconozco que julia está en su derecho a dar cuantas vueltas quiera, pero yo también estoy en mi derecho, bueno, a beber de mi cerveza. Así qué posé la punta de mi índice para interrumpir el paseo de mi hormiga amiga.
Estaba dispuesto, en caso que se diera un serio conflicto, a preservar por sobre todas las cosas nuestra amistad. Sí señor. Lo más importante en ese momento para mí, y no dudo que para Julia también, era sostener esta sociedad afectiva, profunda, entre insecto y humano.
Aún no se había topado con mi índice, porque por un instante reflexivo, Julia contempló el reflejo de una de las lámparas de la barra en la superficie dorada de la cerveza. Atraída quizá por el batiburrillo metálico e hipnótico de aquel juego elíptico, que la luz provocaba en ese mar de ámbar y espuma.
Yo no dudaba de que Julia había suspendido su aventura de equilibrista para darse un instante de acercamiento a ese cosmos tornasolado que se exhibía ante sus ojos y antenas. Porque solo un alma sensible, como la de mi amiga, podía encontrar encanto y fascinación a esa ronda monótona y sinfín alrededor del círculo vidrioso de mi jarra.


Julia continuó su periplo hasta dar con las huellas dactilares de mi índice. Permití que olisqueara mi piel; que hurgara indicios en los surcos de mis huellas. Mi hormiga amiga no sabía como sortear este inesperado obstáculo que el destino le había puesto en el camino. Dudó un largo rato ante la nueva situación. Lo conseguiría. La sabía inteligente como para superar ese trance; además necesitaba que así lo hiciese, porque mi sed así lo requería.
El murmullo del bar pareció desaparecer; tal fue el golpe emocional, que la decisión de este insecto audaz, produjo en mí: mi amiga imprudente, angustiada por el desafío que le planteé, terminaba de arrojarse al mar de cerveza. La vi agitar sus patas para evitar hundirse. Aunque lograra mantenerse a flote, el alcohol entraría a su cuerpo provocándole la muerte inmediata. No deseaba que Julia concluyera su noche de esa manera y menos por algo de lo cual yo era culpable. Tampoco me agradaba la idea de presenciar su cuerpo agónico flotando en mi cerveza. No. Nada de eso deseaba que sucediera. Así que, la rescaté con mucho cuidado elevándola en la yema de mi dedo que había obstruido su paso. La sostuve y la contemplé por un rato: noté que se recuperaba y recomponía su temple de hormiga audaz. Bebí un largo sorbo para calmar la tensión y luego deposité suavemente a Julia en el borde de mi porrón, para que reanudara, como lo hizo, su ronda nocturna.

La noche recién empezaba, como recién empezaba nuestra amistad; que sin duda deparaba momentos extraordinarios y al límite del paroxismo.