lunes, 2 de diciembre de 2019

Los herederos

Los herederos

  Hay una mansión de dos pisos, sótano y nueve habitaciones, escondida en una calle oscura cerca de la plaza del Congreso. Muertos todos sus habitantes, a lo largo de 62 años, permaneció mucho tiempo vacía. Parece que se empeña en seguir así. Cerrada.
  
  Llegó con un poco de miedo a la producción fotográfica. Y eso que ella misma había elegido al maquillador y peinador. Hacía frío en el lugar y costó romper el hielo. "No, fotos en la terraza no, por favor", rogó la actriz, al comienzo, enfundada en un tapado. Pero con el correr del tiempo, Débora Funes se fue relajando. Su cuerpo tomó calor, entró en confianza y se aflojó. De hecho, al rato accedió a posar al aire libre donde hicieron varias de las tomas.
   
   En 1930, una viuda compró el lugar en el que, cuando falleció, siguieron viviendo sus hijos: Elisa Galcerán, profundamente religiosa, y cinco varones que disfrutaban de su soltería y ponían en conflicto la moral de su hermana. Jóvenes, profesionales y exitosos, de pronto comenzaron a morir. Ella iba cerrando, después de cada entierro, una a una sus habitaciones.

   Dijo "Sí" cuando le ofrecieron tomar algo y pidió un cortado. Mas tarde, picoteó una masita seca. Se mostró encantada con el vestuario y no tuvo ni una queja. Jugó con la lente del fotógrafo: posó parada, sentada, de costado, de perfil, sin decir ni mú. Eso sí: cada tanto pedía chequear las tomas en la cámara digital del fotógrafo.

   La casa fue achicándose y vaciándose hasta que se clausuró el subsuelo, donde el último Galcerán solía encontrarse a escondidas con la mucama. Algunos dicen que Elisa los fue envenenando, pero ese secreto se lo llevó a la tumba. Desde entonces, los herederos tratan de vender la propiedad. Y no lo logran.


   Distendida y como abstraída del mundo, nunca preguntó la hora ni se mostró apurada. Sobre el final (la sesión de fotos duró poco mas de cuatro horas), la música que salía del grabador, sintonizado en una FM de tango, la terminó de inspirar. Y para sorpresa de todos, Débora improvisó unos pasos de 2x4, mientras tarareaba el tema. Daba gusto verla y parecía otra: mas despojada, mas liviana y sin coraza. Hubo aplausos, por supuesto.


El chico marciano.


El chico marciano.


  El chico marciano estaba parado junto a una pila de latas de aluminio cerca de la cinta transportadora y miró fijo al terrícola que salía del iglú. El terrícola le devolvió la mirada y pensó que le pedía una limosna. Recibió un billete de cinco mones, cantidad ínfima aunque suficiente para dos panchos, una gaseosa y un alfajor. El chico no se movió; con la apariencia de no darle importancia, guardó el billete en el bolsillo, el único sin agujeros, y antes de que el terrícola posara la bota en la cinta, el pequeño marciano, con una voz dolida pero segura preguntó: "¿Tenés latas?"


miércoles, 6 de noviembre de 2019

Oportunidad

Oportunidad

    "¿Querés una oportunidad?... Te la doy". Esas palabras me sonaron a música celestial, pero me giré para comprobar si no hablaba con otro. ¿Se dirigía realmente a mi? Perdoná, la escena transcurría en el despacho de mi nuevo jefe, el de la agencia de detectives. Yo, de pie, entre la puerta y su escritorio, muda, mientras él ordenaba unos papeles sin mirarme y yo pensaba que todo era una equivocación, no se por que. Sonó el teléfono y el colocó el auricular entre su cara y el hombro, continuando con los papeles. Las ideas se me cruzaban a mil por hora. ¿Quería darme una oportunidad a "mí"...? "Vení un momento, por favor", y yo "enseguida, señor". ¿Se había equivocado de extensión? Quizás. Era un tanto prematuro que siendo nueva me diese "una oportunidad", pero mi imaginación comenzó a volar. ¿Que qué esperaba? Un caso a lo FBI por supuesto, desde un asesinato múltiple hasta descubrir como la joven rubia platino se queda con los millones del  marido anciano, potentado impotente y penitente, con la ayuda del jardinero, que se la manduca no sólo en el huerto. ¡Qué sé yo! Me señala la silla mientras continuaba con el teléfono y los papeles. Estaba nerviosa y me senté pasando las palmas húmedas de las manos por mis pantalones nuevos. (Sí, unos marrones, no era cosa de comenzar un nuevo trabajo con mala imagen.) No me disperso, ¡sos vos la que preguntás! Sigo. Me dediqué a mirarme las uñas, luego los diplomas de las paredes y, finalmente, una foto de mujer —niños y perro incluidos— sobre el escritorio que, por algún motivo, el jefe guardó rápido en un cajón. ¿Pensará que soy chusma? Pues no lo soy aunque resulte inevitable quedarme con la imagen. De pronto deja el teléfono, acaba con los papeles, se reclina sobre su silla cruzándose de brazos mientras dice: "Te hice una pregunta". La respuesta fue una larga frase sin puntos ni comas acerca de "por supuesto todo lo que sea para eso estoy aquí con la mayor ilusión lo que me pida aunque pensé que sigo siendo nueva pero póngame a prueba yo ...". Qué vergüenza, por Dios. Me hubiese gustado escuchar, como en los set de cine, "¡corten! y repetir la escena desde el comienzo, diciendo lo justo, con seguridad y aplomo. Pero quien tenía que cortarla era yo. Me callé y esperé. Al rato iba camino de la calle y si bien la misión que me encomendaba era pura rutina para mis compañeros (que me deseaban buena suerte y aplaudían con exageración), para mí era excitante. Llegué a la cafetería indicada y me senté junto a la ventana. "Me traés fotos de todos los que entren y salgan de ese edificio -había dicho el jefe, dándome la dirección e indicándome la cafetería- hasta las 7 de la tarde". Pregunté que debía buscar pero no contestó. "Andá, llevate una cámara y a la calle. Suerte."
     No le quité ojo a la entrada intentando imaginarme que de allí podría salir desde el mismísimo Bin Laden hasta un espía ruso y vaya a saber cuántas posibilidades más que, por supuesto, me llevarían a la gloria... Comencé a sacar fotos poco emocionantes de una señora mayor con el changuito de las compras; del portero, con el mayor número de apariciones; una madre llevando a los niños al cole, trayéndolos de regreso, etc. En síntesis: salvo que el portero o un plomero que llegó justo mientras me comía una medialuna disimularan sus roles, todo era más que soso tirando a intrascendente. Hasta que salió una pareja. El franeleo fue de película, largo, intenso, como si estuvieran completamente solos inventando el amor. No podía dejar de sacar una foto tras otra y al mismo tiempo me sentía obscena. Cuando por fin se despegaron, ella se dio la vuelta y vi su rostro. Me llevó unos segundos reconocerla porque estaba sin niños ni perro, pero era ella.
   Al día siguiente el jefe me preguntó si eso era todo mientras pasaba sin mirar las fotos de portero, plomero y señoras varias. Le contesté que sí. Buen trabajo, asintió con una sonrisa. Oí un suspiro al salir del despacho, mientras abría el cajón y sacaba algo que seguramente volvía a ocupar un lugar sobre el escritorio.


domingo, 13 de octubre de 2019

Microprocesador.

Microprocesador.

Derretí la manteca con el chocolate en el microondas.
El que me derrite sos vos, bombón.
Yani, no te distraigas. Mezclá los huevos con el azúcar blanca y con la negra, sin batir.
Ok.
Fusioná ambas preparaciones...
¡Fusioná! ¡guau! ¿Sos un físico o un cocinero?
Por favor, Yani, dejáme continuar.
Sí, dale.
Agregá la harina tamizada.
¿Y si no la tamizo?
Se formarán grumos. Ahora volcá el contenido en un molde untado con manteca y llevá a un horno medio.
Y un horno medio ¿es?
180 grados centígrados.
Ajá.
Cociná durante 25 minutos.
25 minutos, bien. Y mientras se cocina ¿qué hacemos?
Dejá enfriar...
Yo voy a seguir a 180 grados...
Yani, por favor. Luego colocá la preparación en una procesadora con el ron.
No tengo ron. ¿qué tal oporto?
Se altera la receta original.
No me importa. Ahí van dos vasos... mejor cuatro; que tal.
Como desees. Procesá hasta que se forme una masa uniforme.
¡Vos sos una masa uniforme!
Por último, formá bolitas y pasálas por cristales de azúcar.

¡A tus bolitas las voy a pasar por cristales de azúcar!


lunes, 7 de octubre de 2019

Pronóstico

Pronóstico.

    La tarde daba para caminar, era viernes y quería pensar qué hacer con mi tiempo libre. Así que decidí dar una vuelta por el barrio antes de encerrarme en mi departamento.

Plin, plum, plaf.
—¿Ya estás acá?
—Es el momento propicio para que comiences a aprender otro idioma, Laia.
—¿Y quién te pidió concejos? borráte.
—Es algo que siempre soñaste hacer, así que dale para adelante.
—¡No me alientes! ¡Odio eso!  Rajá, No te necesito.
—Andá a un boliche con tus amigas, Laia. El Sol dice que van a bailar hasta el amanecer.
—Quiero caminar estas cuadras a solas. Desconectate, por favor o te desintegro.
Plaf, plum, plin.
—Bien.
Plin, plum, plaf.
—¡Oh, no! ¡Otra vez!
—Tomá las riendas, Laia y planificá una salida con tu pareja.
—¡¿Eh?! ¡¿Qué decís?!
—Bruno estuvo tan ocupado que, a pesar de sus ganas, no tuvo tiempo de organizar ningún plan de a dos.
—¡Encima lo defendés! ¡Qué sabés vos de ése, plasma descerebrado! ¡Hace una semana que no le hablo! ¡Seguro que ya se transa a otra! Te desintegro ya, plástico de mierda...
—No no. Plaf, plum, plin.
—Ah. Sabés donde te aprieta el zapato ¿no?

    Hubiese caminado unas cuadras más, pero el plástico me cagó la tarde. Así que pegué la vuelta. ¿Por qué carajo lo aguanto todavía?


miércoles, 11 de septiembre de 2019

Primero del lado del hueso


Primero del lado del hueso

(Nahuel Delgado, autor de este relato, tuvo el gesto grato de ofrecerlo a este blog. Muchas gracias).

El asado está a punto. Tiene una pinta bárbara. El paisano será un hijo de puta, pero se manda unos terribles. Como mierda lo hace, ni idea. Pero esta carne es lo mejor que comí en mi perra vida. ¿O no gorda que esta buenísimo esto? Genial. Che gorda, ¿y el mocoso donde está? Ese pelotudo vaguea todo el día, andá a saber a que hora llegó y a que carajo de hora se levanta. Lo que se pierde el salame ese. Pero volviendo al paisano, ahí lo tenés, echo mierda. Se agacha a filetear y parece que no se levanta nunca más. Ya esta viejo. Hasta acá llegaste. Mira paisanito, viene complicada la cosa. Si, ya se que fueron treinta años. Si ya se que fuiste uno de los primeros y que le ayudaste a levantar todo esto a mi viejo. Pero mi viejo fue mi viejo y yo soy yo. Además no te hagás el gil que ya te lo venias venir. Hace unos año que a penas te movés. Sacando estos asados que te mandás, durante la semana te rascás las bolas a quince manos. No, no me hagas el número de las lágrimas. Gorda vos no te metas que de negocios no sabés un carajo. Al final, que gaucho no se que, que gaucho que saca pecho y ahora andás mariconeando. Tuviste tiempo como para buscarte otra cosa. Pero no, te digo que no es nada personal. Ya está paisano. No, esperá, no te vayas así enojado. Ni siquiera probaste la carne. Dale, vení, sentate, nos tomamos un vinito por los viejos tiempo. Estás emputecido, eh. ¿Qué ya voy a ver? ¿Me estás amenazando paisano? ¿A mi? Hijo de remil puta, pero si sos un vagabundo de cuarta. Mirá ¿sabés qué? andate. No te quiero ver más por acá. Sos un viejo choto. Te tendría que haber sacado a patadas en el culo hace un par de años. Si, si. Bla, bla. Agarra las porquerías que te quedan y levantá campamento. Andate a la mierda.
Gorda no me mires así. Qué me iba a imaginar que se iba a calentar de esta manera. Uno le da de comer y salta como leche hervida. ¿Venganza? No gorda, a este no le da el bocho como para planear algo. Es una mierda desagradecida. Es más, lo tendría que haber ubicado de un saque. No lo cagué a palos por que el asado está genial.
Che, Gorda ¿hace cuánto no ves al pibe? ¿Dos días? Que raro. Que va a ser, ese pelotudo se lo pierde. Qué bueno que está esto la puta madre.

Ahora del lado de la carne

Che, que cagada Benítez.
Usted por que no vio a la familia, comisario: estaban echos mierda.
Me imagino, cuanto morbo Benítez, y esto recién empieza, ahora viene todo el papeleo, toda la cagada de los medios, que los fiscales, que lo otro, esto va para atrás, vos le tomaste la denuncia?
Yo en persona comisario, como es domingo no había nadie más.
Oh pobre familia, no pegan una, bue, a ver, léeme esa porquería que redactaste, pero lee bien hijo de puta.
Quédese tranquilo comisario, que me salio alta joya.


En la comisaría octava de la ciudad de Ayacucho, dependiente de la dirección general de la policía de la provincia de Buenos Aires. A los veinticinco días del mes de marzo del año dos mil uno, siendo la hora 21.45 se hace comparecer a despacho un N.N quien manifiesta deseo de radicar un escrito y al ser interrogado por sus datos de identidad personal dijo llamarse “Rogelio Juan de la Olla” de Nacionalidad Argentino, de 56 años de edad, estado civil casado, con instrucción, terrateniente, domiciliado en Estancia “La esperanza” Nº 4317, titular del DNI “13.949.798”, identidad que acredita con juramento de ley. Seguidamente abierto el acto, en uso de la palabra expone: que viene a poner en conocimiento ante esta instancia policial, que en el día de la fecha, al encontrarse dentro de su vivienda, siendo las 20:15 escucha en el exterior una voz de alerta; al salir toma conocimiento a través de uno de sus peones acerca del hallazgo de restos de apariencia humana y en sus inmediaciones prendas de vestir, las cuales Rogelio pudo identificar como pertenecientes a su hijo Marcos Juan de la Olla, de 23 años, DNI “35.444.909” cuyo paradero se encontraba en situación desconocida por parte de sus progenitores, quienes lo creían ausente del ámbito familiar por cuestiones recreativas y de ocio. Agrega Rogelio que en situación de conmoción total y siguiendo la pista de miembros amputados, culmina el seguimiento en la parrilla ubicada en el jardín de la Estancia, donde dos tiras de carnes ya frías, al igual que las brasas, aguardaban sobrantes del asado dominguero. En un estado de emoción alterada, corriese Rogelio al baño, pero la incontinencia del contexto y la ausencia de control total sobre su esfínter esofágico superior, produjeron un desbordamiento gástrico y la consecuente regurgitación de trocitos de su primogénito, entre ensalada de repollo y rabanitos semi-digeridos. Poniendo al corriente de la tragedia a su esposa, Patricia Noemí Viveros, DNI 16.134.229, Alias “La gorda”, deciden comparecer y radicar la presente para dejar constancia de lo sucedido, a la vez que incriminan al presunto sospechoso, Walter Jacinto Gómez, DNI desconocido, Alias “El paisano” o “el paisanito”, autor material, intelectual y gastronómico del asado del mediodía, y actualmente de paradero desconocido.
Preguntado Rogelio si puede establecer el motivo por el cual Walter “el paisanito” Gómez, habría procedido de tal manera, responde que desconoce el por que de su actuación, según su testimonio, el “Paisano” era buena gente y ese mediodía luego de oficiar de asador se retiro pacíficamente sin probar bocado, alegando otro compromiso. Agrega Rogelio que esa misma tarde tenía pensado notificar al Paisano su ascenso a capataz general, en reconocimiento a tantos años de fiel trabajo.
No siendo para mas, se da por finalizado el presente acto, previa integra lectura del compareciente quien para constancia legal lee, se ratifica y firma al pie por ante mi que certifico.
Se instruye sumario judicial nº 78/07 caratulado “homicidio” con intervención de juzgado de instrucción Nº 3, secretaria Nº 5 de la cuarta circunscripción judicial de la provincia de buenos aires.
Se expide el presente a solicitud de parte interesada para los fines que estime conveniente.


domingo, 4 de agosto de 2019

Los anteojos están en la heladera

 Los anteojos están en la heladera

En Barrio Marítimo, la tarde de enero calma el vértigo del día. Aunque en aquel tercer piso, cercano a la rotonda, las cosas se resisten a abandonar su arrebato.
La figura desgarbada del joven José Quevedo, pronto a cumplir los veinte, se hunde en el sillón, allí junto a la ventana del comedor. La melena ensortijada y pelirroja enmarca su cara extensa, de nariz recta y puntiaguda, mentón prominente y hay dos ojos pequeños escondidos debajo de algunos rulos que le cubren la frente. Una remera verde, que exhibe 'Led Zeppelin' y empapada en sudor, le cubre las costillas. El vaquero gastado, que desflecó hasta las rodillas, deja ver sus piernas huesudas y cubiertas de pelos. Junto a sus pies descalzos reposan las ojotas, sucias y desinfladas que le regaló la abuela varios veranos atrás.
La brisa que entra por la ventana agitaría las cortinas, si José no las hubiese descolgado. Así como ha descolgado los cuadros de la pared, revoleado los almohadones del sofá, deshecho el árbol navideño, crucificado su pesebre, amontonado las sillas, desmontado la tapa del televisor, roto el jarrón con las margaritas, vaciado los cajones y alacenas del modular, atestado la mesa con diarios y revistas, la Gente y el Popular, la Pelo y el Gráfico, el Winco, la Anteojito, los tomos de la Quillet, el Topo Gigo, pantallas y muñecas, almanaques y servilletas, revestido el piso con tapas de discos, más tomos de la Quillet, los discos, el frasco de Hepatalgina, la portátil la brújula, portaretratos zapatos zapatillas cartas canastos servilletas manteles paquetes de harina bolsas de arroz las bolitas de la lotería ruleros tijeras el sacacorchos tarteras caracoles el cortaplumas escarbadientes sacapuntas portalámparas busca polo el abrelatas pisapapeles y adaptadores. José hincha sus pulmones y exhala un suspiro anémico.
En la penumbra de ese comedor desbastado, como si el lugar hubiera sido el epicentro de algún terremoto, el muchacho se hunde aún más en el sillón y deja que la mejilla se encuentre con la mano izquierda, mientras que con los dedos de la otra tamborilea en el apoyabrazos. El sismo también se registró en las otras habitaciones: los dormitorios, el baño y la cocina. Por más de dos horas, José Quevedo ha revuelto cielo, tierra; mares y montañas y no ha encontrado los anteojos de la abuela. Ha maldecido en baja y alta voz el reclamo telefónico de aquella: 'encuentra esos anteojos'. Los dedos de las manos, ahora se enredan en los bucles escarlatas de su cabellera y sus ojitos insisten en recorrer el desastre. El índice juega en la punta filosa de su nariz, mientras su cara larguirucha se derrite como una vela: su abuela regresará por la mañana, tendrá que hallarlos para entonces y de alguna manera reacomodar el departamento derruido.
Las sombras de la noche ya han alcanzado a los monoblock del barrio y José, abatido, trata de emerger del sillón apoyando las manos en los muslos para lograr lentamente erguirse. Se calza las ojotas y trata de encontrar huecos para sus pasos en el caos del piso. Alcanza el interruptor de la luz y el comedor se ilumina, José Quevedo gira, mientras lanza un nuevo suspiro y deja que sus brazos le cuelguen a los lados. Devuelta a revisar, devuelta a la búsqueda devastadora, es el panorama desalentador que se le presenta al sofocado y joven José.
Con marcha resignada le da la espalda al comedor y transpone la arcada hacia la cocina donde la hecatombe no difiere de la anterior. Sortea la barricada de sillas y mesa que ha construido durante la búsqueda desesperada e infructuosa de los anteojos. La lánguida luz llega hasta allí y decide no accionar la llave. Bajo sus pies crujen restos de vajilla y a trompicones, aplastando cuchillos y tenedores, consigue asir la manija de la heladera. La puerta se abre perezosa y la pálida lamparita del interior agrega dramatismo al escenario bélico de la cocina.

José Quevedo retira una lata de cerveza. Pero no la abre. Sus ojos se le desorbitan y la mandíbula se le cae.



domingo, 7 de julio de 2019

Entre esos fantasmas


Entre esos fantasmas

Radioteatro de la narración ‘Voy con mi padre’
de Caballero Walter Jonatan.
Voz 1, narrador.
Voz 2, papá de Marcos.
Voz 3, Marcos.
Voz 4, Tito.
Acto uno.

Operador: música (tango-tecno). Luego baja y se mantiene.
Narrador. —La noche había cubierto con su aliento frío la ciudad de Quilmes. El rugido de algún colectivo rezagado se perdía por la avenida vacía. En la estación del ferrocarril los fantasmas deambulaban juntos con aquellos hombres que ya partieron antes de partir.
El joven Marcos había salido a buscar a su padre entre esos fantasmas y esos hombres. Lo vio recostado en un taxi, hablaba con el chofer. Marcos sabía que el alcohol, una vez más, lo había envuelto a su padre.
Padre (ebrio): —Escuchame Tito. Todo bien con vos, negro. Llevame a casa, dale loco, llevame a casa.
Tito: — ¿Tenés código de la agencia? No me comprometas.
Padre: —Dale chabón, sabés que no tengo, decime no y listo. ¡Qué tanto! Siempre me ven los ‘ferchos’. Paro ahí en el boliche de Roque. Les convidé ‘escabio’ banda de veces, loco. Todo bien con ustedes.
Tito: — ¿Cuantas te tomaste ya?
Padre: —Lo suficiente pa’ estar contento.
Tito (molesto): —Encima estás re borracho, dejate de joder. No te puedo llevar así ¿Querés lanzar en el asiento?
Padre (irónico): —No te pongás en ‘ortiba’. No seas bigote conmigo. Soy un ‘laburante’, ‘Amiguitin’. ¿Querés que me ponga un traje pa’ subir a tu coche? (pausa breve). Sabés una cosa, por ahí anda mi ‘pibe’. Esperá que lo llamo. El se viste como muñeco de torta. Es profesor, el guacho.
Tito (molesto): — No seas pesado, dale.
Padre: —Loco vengo de un treinta, todo ‘ligh’, quiero irme a torrar. Encima en casa me espera la ‘jabru’. Sabés cómo debe estar. Haceme la gamba amigo. Te pago diez pesos más de lo que cobrés.
Tito (molesto): —Que chabón loco. Dale llamá a tu ‘pibe’ y vamos que te llevo. ¡Y dejate de joder un poco!
Narrador: —Marcos se acercaba con pasos sumisos hasta el taxi. Al padre se le iluminaron los ojos cuando lo vio.
Padre (emocionado): — ¡Hey, Marcos, justo! Apurate que Tito nos lleva.
Marcos (al padre por lo bajo): — Papá no te desubiques por favor. (A Tito) Hola, que tal señor, buenas noches.
Padre: —Subite Marquitos, dale subí. Cerrá la puerta. Vamos a verla Tito, arrancá.
Operador: sube música (tango-tecno). Luego baja y se mantiene.




Acto dos.

Operador: ronroneo de motor.
Narrador: —El Dogge blanco de Tito recorría con marcha parsimoniosa las calles humedecidas de luz amarilla. Las casas de Florencio Varela desfilaban adormiladas ante las miradas de los tres hombres, abstraídos por la monotonía del viaje. No habían hablado en todo el trayecto, hasta que el padre de Marcos rompió el silencio.
Padre: (eructa).
Tito (molesto):— ¡Pará un poco hijo de puta! ¡¿Qué comiste ¡? Mortadela vencida. Abran las ventanillas. El tufo este es insoportable.
Padre (carraspeando): —No Tito. Disculpame se me escapó. Pará ahí, que ya llegamos.
Operador: se detiene el motor. Oímos dos puertas del taxi que se cierran.
Narrador: —Padre e hijo se miraron bajo la noche fría y desolada.
Padre (reflexivo): —Tenés razón Marquitos, soy tu padre y no me porto bien con vos. Te veo muy poco y cuando te veo estoy en dope. ¿No es así? Disculpame hijo, no seré el mejor padre de la tierra, pero soy tu padre igual. Tu corazón es mi corazón y vos continuarás mis pasos con tus pasos cuando me vaya de este mundo.
Narrador: —No hubo abrazos, pero se enderezó la mirada de un hijo avergonzado.
Padre: —Ahora vengo. ‘Bancame’, Tito.
Marcos: — ¿Qué vas hacer viejo? ¿Quién vive ahí pa’?
Padre: —Sh, sh, sh, que están durmiendo.
Operador: golpes a la puerta.
Narrador: —Nadie responde. El padre de Marcos camina hacia la esquina, pesaroso y oscilante y luego de doblar se pierde en la oscuridad de una desbastada calle de tierra. (Pausa).
Marcos: —Vamos señor, hasta los departamentos, frente a la plaza central.
Operador: puerta del taxi que se cierra.
Tito: — ¿Y tu viejo?
Marcos (pausado): —Bien gracias, como siempre.
Operador: motor que arranca y se aleja. Sube música, luego baja hasta silencio.

Fin.





martes, 7 de mayo de 2019

Hora Suprema

HORA SUPREMA
Radio-teatro breve. Hugo Rodríguez.


OPERADOR: mar, gaviotas, viento. Se mantiene como fondo.
ELLA (entusiasta):¿Nos sentamos aquí? ¿Te parece bien?
ÉL (conforme): Sí.
Pausa.
ÉL (intenta ser simpático): La arena está fría.
ELLA (sonriendo): Pronto amanecerá.
Pausa.
ELLA (reflexiva): Ojalá no amaneciera.
ÉL (algo sorprendido): ¿Por qué? ¿No te agrada el sol?
ELLA (confusa): No, no es por eso. Es que son tan bellos los tonos que toman las nubes a esta hora. Y el mar cambia de color, despacito: del violeta al azul. Del azul al verde. Y hasta por momentos parece rojo.
Pausa.
ÉL (entusiasta): Mirá, ya amanece. Pronto asomará el sol. Será un día espléndido.
ELLA (resignada): Podría no ser el sol. Podría ser el aura de alguna divinidad que nos viene a buscar.
ÉL (admirando): ¡Qué imaginación! A mí me parece un enorme semáforo en amarillo: preparados, listos… ¡a vivir!
ELLA (ríe).
ÉL (entusiasta): ¡Vamos al mar! ¡Dame tu mano!
ELLA (sonriendo): Te iba a proponer lo mismo. ¡Corramos!
OPERADOR: las risas de ambos que se alejan. Fondo baja hasta silencio.
Pausa.
OPERADOR (sube): mar, viento, ulular de patrulla policial. Comunicaciones de handies. Se mantiene como fondo.
OPERADOR: crujido de radio handies
OFICIAL (indiferente): Sí comisario, se trata de sujeto masculino, de unos 30. Murió hace unas horas. Ahogado. Lo devolvió el mar.
COMISARIO (desde el radio): Había alguien con él.

OFICIAL (crujido): Negativo. Encontramos sólo sus pisadas en la arena.

OPERADOR: fondo, baja hasta silencio.
Fin.



Futuro y Presente

Futuro y Presente

Abrirás la puerta de tu departamento, John y presionarás la llave de la luz. Te recibirá el tufo de siempre, a nicotina y alcohol. Mirarás las manchas de humedad en las paredes. Esas paredes sucias y descascaradas. La gabardina caerá en la silla y tú, en el sofá. Allí beberás el vaso de ron y encenderás el cigarrillo. Entonces, en ese momento, te llamaré.

¿Hola? Ah, Peggy. No, acabo de llegar. Aún no tengo el dinero. No me presiones.
Lo tendrás para el fin de semana, como acordamos.

Colgaré el tubo para que bebas y fumes tranquilo. Después de todo, los próximos días serán tus últimos. Mirarás esa mancha de siempre, encima de la puerta, la que te sugiere un conejo. ¿A quién acudirás ahora, John? ¿Al viejo Tomy?

Hola, ¿Tomy?

Pero Tomy está peor. ¿Por qué acudes a él? No podrá ayudarte.

Sí, la perra sigue presionándome, Tom. Escúchame, sólo unos quinientos. Te los devolveré en dos semanas.

No le insistas, John, no puede ni quiere darte una mano. Olvídalo. Tendrás que buscar por otro lado.

¡Maldición!



domingo, 7 de abril de 2019

MÁS LEÑA AL FUEGO

MÁS LEÑA AL FUEGO.
Por
Hugo Rodríguez.


Escondida en el bosque nocturno, salpicada de luna, la cabaña enhebraba un humo azul en las ramas de los pinos. Solo la noche añeja, perdida en ese ayer desmedido, lo vio cerrar la puerta, cargar la leña en el hombro y dejar que un lobo, joven y jadeante, lo acompañara por la senda cubierta de hojarasca y nieve. Transitó aquel camino tortuoso acomodando de cuando en cuando el ato de ramas, soslayado por los ojos estrechos del animal. Caminó hacia la aldea flanqueado por alerces silenciosos y abedules distinguidos, caminó por ese sendero en el que las madres le prohibían a sus críos andar. Quien pisaba la nieve, quien hacía crujir las hojas, cubría su cabeza con una gorra de orejeras, vestía saco a cuadros, pantalón de lana y unas botas de cuero donde se atollaban las botamangas. Había rudeza en el físico de ese hombre, había algo de árbol en sus brazos y sus muslos.

—Se nos hizo tarde, Úrfur —gruñó el leñador—. Apuremos el paso —agregó, sin mirar al lobo.

Entonces las botas se hundieron y el jadeo del animal se apuró. Continuaron la marcha bajo la luna, por el bosque, por el camino sinuoso que los niños no debían recorrer.

El hombre y el lobo surgieron de la espesura y las pálidas luces del caserío atrajeron sus miradas.


—Úrfur, rodearemos la aldea, ahorraremos caminata —y el lobo agachó la cabeza.

Mientras tanto, la gente abandonaba las calles y en las tabernas comenzaban a juntarse los parroquianos. Alguien, quizás, desde alguna de esas tabernas, habría señalado a través de una ventana, la silueta del hombre con los leños a la espalda. Pocos sabían el nombre de ese leñador furtivo, pero todos conocían aquella historia y no muchos se animaban a contarla: la decían en susurros, en mesas arrinconadas que hedían a alcohol y ante la flama temblorosa de una vela agónica.

La nieve era más espesa en las afueras de la aldea: hombre y bestia se esforzaban en la noche por mantener la severidad del andar. El pequeño rectángulo de una ventana encendida los alentó.

—Ya llegamos, amigo —dijo el leñador, casi en un suspiro.

La puerta de aquella casucha apartada se abrió. Los ojos del hombre se iluminaron y en su cara agreste y barbada, se le estiraron las grietas al sonreír. El animal se apresuró y llegó primero al portal.

—¡Úrfur! —Fue la voz joven de una muchacha—. Úrfur, qué bueno volverte a ver, ¡estás enorme! —lo abrazaba por el cuello y le acercaba la mejilla para que el animal la lamiera. El leñador ya se paraba junto al portal.

—Veo que se extrañaban mucho —dijo.

— ¡Hola! ¡¿Cómo estás?! — prorrumpió la joven que dejó el cuello del lobo y abrazó como pudo la cintura desmesurada del hombre.

—Con cuidado, con cuidado, ya mis piernas no me sostienen como antes —respondió él.

—Como ha crecido Úrfur —insistió la joven.
—Sí, crece todos los días un poco —agregó el leñador.
—Pero, él no será como su padre —dijo ella, que miraba en los ojos del hombre.
—No, claro que no –contestó él, mientras observaba al lobo.

Del interior de la casa, la voz de una mujer ordenó:

— ¡Caperucita, entren, no tomen más frio!
—Mamá siempre me llamará así, pero tiene razón, entremos que está frío; además hay pastel y chocolate.
—Necesito eso y creo que Úrfur también. Dejaré las maderas en el cobertizo –dijo, mirando al interior de la casa.
Fin.





domingo, 10 de marzo de 2019

IRISH







parabrisas

Parabrisas.

La autopista está jodida. Una tarde nublada y con llovizna, como a vos te gusta, pero más despacio Mica, que el auto es nuevo. Que tal si subís el aire, estás traspirando. Parabrisas. Tac, toc. tac, toc. Aún sos joven. Una periodista joven. Veinticinco no son muchos. No empezaste por dónde querías, pero la ciencia no está mal. Lo otro vendrá a su tiempo. Además, hace un año que trabajás y ¡ya cambiaste el auto!: un Toyota Corolla azul y según el tarado que te lo vendió 'el único azul rayo, con vidrio polarizado'; para chapar sin que te vean, ja. Tomalo con soda, Mica. No es la entrevista que soñabas, pero es una entrevista y debés exigirte como una profesional. Bien. Oigamos que más dice este gordito pelado...Enrique..., Enrique..., Moreno, clic: el simulador cuántico permite estudiar viajes en el tiempo, crear partículas más veloces que la luz, abrir la puerta a más dimensiones y, en definitiva, romper las normas más fundamentales de la física. Sí, interesante, Enrique, clic. Pero, ¿Qué te pregunto? Debo comenzar con una pregunta abierta. Por ejemplo..., cuándo surgió la idea...no, mejor: ¿qué lo impulsó a formar el grupo de Tecnologías Cuánticas que usted preside? y luego una pregunta puntual: ¿puede la naturaleza imitar procesos que la propia naturaleza prohíbe? así te doy pié para que digas que sí y te acomodes los anteojos. Ja. Bien. Te oigo, clic. Por inverosímil que parezca, el equipo ha demostrado que la naturaleza puede imitar procesos que la propia naturaleza prohíbe. Y por esotérico que esto pueda sonar, este tipo de simulaciones cuánticas abren la puerta a aplicaciones muy reales, como acelerar la creación de computadores millones de veces más potentes que el mayor de los supercomputadores actuales o diseñar moléculas que no existen en la naturaleza y usarlas como nuevos fármacos. Clic, y seguro que te das con esos 'nuevos fármacos', gordo...¡¿Y ese Toyota?! ¡Carajo! ¡Pero si me dijo que el único azul rayo, era el mío! ¡Qué hace ese ahí! ¡Y con polarizados! ¡vendedor de mierda! ¡iba en dirección contraria, sino lo hubiera seguido! ¡Le sacaba una foto y se la llevaba a ese chamuyero! ¡el tarado que lo manejaba se olvidó de quitar el guiño! ¡Ojalá se quede sin batería! Lo que conseguimos fue el equivalente a meter un gol antes de patear la pelota...¡callate..., Moreno! clic, o ¡¿cómo te llamés?! tranquila, Mica. Ya estás por llegar al edificio. Diez pisos de cristal: transparencia por arriba, aunque por abajo, en lo profundo, oculto, el superordenador cuántico más poderoso ¿construido? hasta hoy. Arreglate las mechas un poco. Lo demás esta bien: el pelado de anteojos no te va a invitar a tomar un café. Carajo, tengo los sobacos empapados. me pongo nerviosa al pedo. Soy una boluda. Calmate; ahí está el portón de entrada. Parabrisas, frená y bajá la ventanilla. Hola. Soy Micaela Toledo, de 'Actualidad Científica'. Venía por la entrevista al profesor Enrique Moreno. Buenas tardes, señorita. Permítame que le escanee el rostro. Claro. Bien, adelante. Siga recto y cuando el camino se divide, tome el de la derecha, allí está el estacionamiento. Respirá profundo. Relajate. Relajate...pero... si... ¡me dijo que el camino se dividía! ¡Me cago en su escáner! ¡Hay un solo camino! y es para la...¡izquierda! ¡Tarado! Ya. Vamos, Mica. Calmate. Respirá. Exhalá. Bien, bien. Allí está la playa, con los autitos en fila, ordenados. Llevá el Toyota despacio hasta allí, y lo estacionás...mirá, ese tipo te avisa que está por salir. Agradecele con una sonrisa. ¡No! ¡No puede ser! ¡Pelado; con anteojos...¡¿Enrique Moreno?! ¡El profesor! ¡El gordo! ¡Se acaba de ir! ¡¿Y mi entrevista?! ¡Mierda! No. Tranquila, Mica. No era él. Cerrá la ventanilla, no te olvidés ni del saco, ni de la cartera. Ahora bajate del auto. Solo respirá. Mirate en el polarizado. ¡Me dijo que era el único azul! ¡Vendedor de mierda! Acomodate la hebilla y el rodete. Ponete el saco, así tapás las axilas que están un asco. Estirate la pollera. Mirate de costado: está bien, no te marca el culo, parecés una científica. Cartera en mano y andá no más, Mica que ese no era Enrique, se parecía, nada más. ¿Ves? Se oye su voz. Acercate a la entrada. Subí los escalones. Allí está, dando una charla a un grupo de...¿periodistas? Buenas tardes señorita. Buenas tardes, y este botones cinco estrellas ¿quién es? Permítame que le adhiera en la solapa esta tarjeta y luego puede pasar. Pero yo venía para una entrevista con el profesor. Una entrevista a solas. Sí, comprendo. Pero hubo un contratiempo inesperado en el instituto y se suspendieron las actividades y en su lugar se convocó a esta conferencia de prensa. ¿Conferencia de prensa? Sí, adelante, todavía hay ubicaciones. En nuestro equipo nos hicimos esta pregunta: ¿sería posible que la naturaleza pudiera imitar cosas que contradigan sus propias leyes? La respuesta...Sentate Mica, tomalo con soda y disfrutá del espectáculo... es que sí. La naturaleza puede imitar cosas imposibles. ¿Contratiempo inesperado? ¿Qué pasó, Enrique? ¿Qué cagada se mandaron? ¿Vas a hablar de eso? La física cuántica promulga que una partícula puede estar en dos sitios a la vez, y que, por lo tanto, pueda teletransportarse. En este mundo cuántico se espera encontrar gran parte de las tecnologías del mañana, nuevos materiales, moléculas, fármacos...sí, la pastilla que te tomaste antes de la charla, por ejemplo. ¿Que hicieron, Moreno? ¿Con qué se toparon? ¿Qué les salió mal? o ¿demasiado bien? El problema es que, en este mundo cuántico, un solo átomo de hidrógeno, el elemento más simple que existe, tiene un número de variantes infinitas. Esto hace que sea imposible estudiarlas todas a la vez. Ahora, imaginen que una molécula está hecha de cien átomos, cada uno con sus variantes, y confronte la realidad: es imposible. Ahí es donde entra la simulación cuántica. Esta técnica permite crear sistemas hechos de iones o fotones que, gracias a las propias leyes de la física cuántica, imitan el comportamiento de esas moléculas imposibles de estudiar de forma directa. Ajá. ¿Entonces? ¿Hicieron las simulaciones? ¿Con el nuevo supercomputador cuántico? ¡Qué ya lo tienen! ¿no? y ¿Qué pasó, Enrique? ¿Las simulaciones cobraron vida? o ¿qué? Al pelado le hablaron por el audífono y se acomodó los anteojos. Cagamos. Disculpen, damas y caballeros. Debemos suspender la conferencia...¡Andate a la mierda! ¡Gordo paranoico! ¡Enrique Moreno, me debés la entrevista! aquí hay una noticia, Mica. tu olfato periodístico te lo dice y puede ser tu...Bueno, pero ahora mejor tomatelá, mujer; soldado que huye...ha disfrutar de esta tarde nublada y con llovizna. La tarjeta entréguela a la salida, en el portón. Sí claro. Me contuve de preguntarle al botones qué me iban a escanear esta vez, me estiré la pollera y bajé los escalones...¡No! ¡Carajo! ¡Estoy segura que era a la izquierda! ¿Por qué ahora los autitos están...? ¡a la derecha! ¡Mierda! Tranquila, Mica. No te olvidés de la tarde gris. Son las que a vos te agradan, a disfrutarla. Entrá al auto, dale. Sacate el saco, tirá la cartera y arribederchi. Ahí está el portón y el mismo pelotudo con el escáner, solo bajá el vidrio, sonreíle y dale la tarjeta. Chau. Ahora andá despacio. No te olvidés de la llovizna. Ahí está la colectora. ¿Y este tac, tac? ¿Los parabrisas? Si no los encendí. ¿Entonces? Ah, el guiño. ¿Y por qué no se apaga? Espero que no me agote la batería. Bueno, ya tengo un motivo para visitar la concesionaria y hablar cara a cara con ese vendedor chapucero.