lunes, 1 de mayo de 2023

Onda Cerebral S. & P. Palmer

 Onda Cerebral

S. & P. Palmer


La puerta estaba cerrada, las persianas también her­méticamente cerradas, pero algo o alguien trataba de penetrar en su habitación.
Gary Jones estaba medio dormido en aquellos mo­mentos situándose en esa zona tan oscura que hay entre el dormitar y el soñar, entre la euforia y la re­saca. Sus defensas estaban bajas, como se asegura es­tán en todos nosotros durante esa maravillosa hora que precede al amanecer.
Su primera impresión fue la de un foco de linterna que se reflejaba en el techo del cuarto, manejada quizá por algún bromista, o quizá se trataba simplemen­te del reflejo de los faros de un automóvil desde el ex­terior.
Pero allí estaba..., una pequeña luz un tanto errática, una luz que se hallaba donde, razonablemente, no debía estar. Y lo que resultaba más extraño: la veía exac­tamente igual con los ojos cerrados como con los ojos abiertos. La aparición era débilmente prismática y como en suave technicolor. Por otra parte también resultaba atractiva..., en la misma medida que podría serlo un señuelo que se arrastrase sobre la superficie de un río para el pez que nadase más abajo.
Gary no pudo resistir la tentación de incorporarse y extender una mano para intentar tocar aquella cosa. Pero si en realidad era una luz, parecía no iluminar nada, ni siquiera sus dedos.
En aquel instante se acercaba más en sus erráticos giros, casi como si fuera algo que «sintiera» y anduviera tanteando un lugar donde posarse.
—Bien. ¡Ven o sal de aquí! —exclamó Gary.
Estaba cansado. El día anterior había dedicado casi catorce horas a los libros de texto, y antes de acos­tarse había tomado dos tabletas de Seconal con un re­confortante trago de whisky. Todo esto había caído sobre un estómago vacío porque estaba acercándose el final de mes, y porque él y Liz habían sostenido otra de sus estériles disputas de enamorados y había resul­tado costoso hacer las paces. Como ocurría con todas las demás cosas que se relacionaban con aquel tipo hippie de mujer, a veces fascinante, a veces imprevi­sible.
Pero Gary en aquellos momentos deseaba ardiente­mente que Liz estuviese a su lado, en lugar de aquella cosa que brillaba, y que en aquel preciso instante pa­recía haber cambiado de táctica y parecía tantear sobre su cráneo con suaves, pero persistentes dedos. Gary tenía la sensación que sonaba algo..., no palabras, pero sí algo muy cerca de serlo.
«¿Hay alguien ahí?», fue lo que pudo escuchar muy débilmente.
Gary se dijo a sí mismo que debía recordar definiti­vamente su sueño. Si fuese un sueño. Pero era un joven que siempre se enorgullecía de seguir adelante con una broma.
«¡No hay nadie aquí en el gallinero a no ser nos­otras las gallinas, patrón!», respondió.
La respuesta llegó entonces fuerte y clara:
«¿Quién eres tú? Por favor, responde si estás ahí. Es importante.»
En alguna parte había oído Gary que si se servía en las fuerzas armadas y el enemigo le capturaba a uno solamente había que dar el nombre, jerarquía, y nú­mero de serie. Y así, repentinamente se escuchó decir:
«Gary Jones está aquí. Graduado UCLA. Número de la Seguridad Social 567-45-3.032.»
Hubo una explosión silenciosa, o más bien el estruendo de imaginarias trompetas, o quizá el ruido de cuerdas de algún poderoso Wurlitzer. El brillante foco de luz encajó en la mente de Gary como una llave en la cerradura, o quizá como un anzuelo montado por un invisible pescador. En aquel momento se encontraba metido en un programa que particularmente no desea­ba recibir. Hubo algunos conceptos aritméticos simples, y luego llegaron las ecuaciones superiores, y después algo de lo que él imaginaba más difícil. Gary jamás se había sentido tan fuerte en matemáticas.
«¿Nos estás recibiendo bien?», fue el sentido del men­saje.
«Escucha, si quieres charlar con Einstein te has equivocado de número. Einstein ya ha muerto y yo soy solamente un pobre inglés con dos asignaturas atra­sadas. Así que dejarme dormir un poco, ¿eh?»
El mensaje, entonces, pareció llegar con más clari­dad y con más fuerza:
«Hermano Garyjones no te alarmes. Somos (¿soy?) inmensamente felices al establecer el primer contacto con una mente de tu mundo. Alabado sea Dios (Alá, Buda, Osiris, Siva, ¿alguien más?) por este importante acontecimiento. Todas las mejores mentes de nuestro planeta (¿Mundo, Tierra?), están comprometidas en este esfuerzo, amplificándose unas a otras y ayudando a pro­teger el pensamiento.»
«¿Quién eres tú?», musitó Gary sin creer aún lo que estaba sintiendo.
«Somos (¿soy?) felices al hablar en nombre de nues­tro pueblo, (¿ciudadanos? ¿nativos?) de nuestro mundo, el segundo planeta de nuestra estrella. ¿Querrás, por tu propia voluntad, tratar de mantener comunicación men­tal con nosotros, por favor?»
«¿Por qué no? Pero lo único que ocurre es que no les veo.»
«Por favor, comprende que nosotros sólo podemos enviar pensamientos. Debes traducirlos a tu idioma empleando tu propio vocabulario. Quizá este contacto pue­da ser de gran valor para ambos pueblos, ya que apren­deremos a pensar juntos. Puede parecerte a ti muy nuevo y muy extraño, pero por favor ten paciencia.»
Gary aún se hallaba muy lejos de estar convencido.
«Podría levantarme, tomar una aspirina y tú te lar­garías de ahí», pensó Gary que se sentía un poco en ridículo, como si fuera un adulto pillado en pleno juego de niños, como el del escondite.
¿O acaso era viceversa?
Luego añadió:
«Pero probaré una vez..., me siento demasiado débil para resistir. ¡Sí! Soy Gary Jones, de la Tierra, diciendo que te escucho con claridad. Saluda a todos tus paisanos y pregunta a los muchachos del cuarto de atrás qué es lo que quieren.»
«Mensaje poco claro. Tus imágenes y modismos no se parecen a los nuestros. Pero de todas maneras ben­ditos sean. Nosotros (¿yo?) tratamos de ser amistosos. No parece que tu mente esté cerrada. Por favor acepta nuestro amor (¿amistad, hermandad?) ¿Está bien?»
«Otra vez diré: ¿por qué no? Quiero decir sí, si esto es realmente auténtico y no se trata de una broma de los muchachos del departamento de física o psicología.»
«No seas aprensivo. Esto es auténtico. Venimos como amigos.»
Gary reflexionó. Su aparato de radio estaba apagado. Lo mismo ocurría con su televisor. No acababa de ave­riguar en qué forma alguien podría estar tomándole el pelo o gastándole una broma de aquel calibre. Aun así tampoco podía apartar de su mente todos los relatos que había leído acerca de los invasores del espacio exterior.
«¿Qué quiere decir eso de venir? —preguntó—. ¿En una flota de naves espaciales quizá? ¿Acaso vues­tro planeta está muriendo por falta de agua y oxígeno y les gustaría apoderarse del nuestro?»
«Negativo. Inimaginable. No estamos familiarizados con el concepto de naves espaciales, puesto que viaja­mos por el pensamiento. Nuestro planeta tiene abun­dancia de oxígeno y casi demasiada agua. Nuestras ra­zones para realizar este gran esfuerzo en la comunica­ción son, simplemente, que esperamos intercambiar ideas y filosofías.»
Aquello sonaba a cosa grande. Se le ocurrió a Gary pensar que había una gran diferencia entre el pensa­miento y el lenguaje y que estaba tratando de traducir al inglés conceptos extraños, con una alta probabilidad de error. Pero, ¿y si todo aquello fuera en verdad au­téntico? Suspiró hondo y dijo:
«Amigos, me temo que se han puesto en marcha y equivocado de individuo. ¿No hay alguna manera por la que yo pueda transferir esto a uno de nuestros grandes cerebros, quien podría tratar de hacerlo mejor?»
«No. Una vez que se ha establecido el contacto ya no puede cambiarse. Tú eres nuestro (¿mi?) Hombre en el Planeta.»
«Nosotros le llamamos Tierra. Creo que éste es el tercer planeta de nuestro sol. Pero si ustedes son realmente tipos de Marte o de algún otro lugar, enton­ces quizá desearán comerciar o vender algo..., como vuestra máquina del tiempo o la cura para el resfriado común o vuestro dispositivo antigravitatorio a cambio de nuestros secretos nucleares, propulsión iónica o algo así. Y, la verdad, yo no soy competente...»
«Muy oscuro. Difícil de mantener este canal que fun­ciona mediante el enlace de casi todas las inteligencias no ocupadas de nuestro mundo. Esperamos tener mejor contacto la próxima vez, ahora que ya podemos dirigir­nos directamente a ti. Hermano Garyjones, ¿estarás mañana en idéntico lugar y a la misma hora?»
«Está bien, creo que sí. Pero, ¿dónde diablos..., quie­ro decir, dónde están ustedes?»
«Estamos aquí. Es muy difícil de explicar el concepto de los mapas estelares. Nosotros (¿el pueblo?) ocupamos el segundo planeta de la estrella binaria, pro­bablemente el más próximo a ustedes, hablando galác­ticamente. Somos un planeta verde y pequeño, sola­mente con dos lunas, si esto te puede ayudar en algo.»
«No mucho. Nuestros telescopios no alcanzan a pla­netas que estén situados fuera de nuestro propio sis­tema, como supongo lo harán los vuestros.»
«Los nuestros son mucho más limitados aún. No somos una civilización técnica. Pero sentimos que no están lejos.»
«¡Bien, hola vecinos!»
Gary recordaba que la estrella más próxima a nues­tro sol se suponía era Alfa del Centauro. Los habitan­tes de sus planetas, si había alguno, seguramente le llamarían de otra manera.
«Está bien —añadió—. Así que nos figuraremos que ustedes llaman desde Centauro. ¿Les llamaré centaurianos?»
Hubo una pausa.
«Es poco importante como nos llames, hermano Garyjones. Excepto que el nombre centauriano parece arrancado de una de vuestras versiones cómicas. Nos­otros somos serios, y como nuestras anteriores sondas cerebrales, a través del espacio han demostrado que en cualquier planeta donde hay vida inteligente, los nativos siempre se llaman así mismos pueblo, y a su planeta Tierra, o Mundo, sugerimos que para el propósito de este cambio trates de pensar en nosotros como otro pueblo, y que nuestro planeta sea otro mundo.»
«Muy claro y muy bien entendido —dijo Gary Jo­nes, sin acabar de creer mucho en todo aquello—. Es­pero tener noticias vuestras mañana por la noche. ¡Un minuto!»
Se le acababa de ocurrir que quizá el planeta de aquella gente, con toda seguridad tendría un período de rotación diferente del de la Tierra, y que la palabra mañana podría significar muchas cosas. Así añadió:
«Díganme, otropueblo, ¿es vuestro tiempo igual que el nuestro?»
«¡Ah, lo sentimos!», fue la respuesta.
Hubo una larga pausa durante la cual Gary tuvo tiempo para darse cuenta que quizá aquellos tipos extraños, después de todo, no fueran tan omniscientes. Luego llegó el pensamiento desde muy lejos:
«Evidentemente necesitamos una medida (regla, cua­dro de referencia, común denominador). ¿Alguna suge­rencia?»
Gary estaba en aquel momento totalmente despierto, o al menos creía que lo estaba. Y se daba cuenta que los pueblos diferentes también debían tener tiem­pos diferentes. Pero debía haber una constante. ¿Cuál sería? Quizá la velocidad de la luz. Aquella medida sería igual para todo el universo. Se levantó de la cama y consultó el diccionario. Luego dijo:
«La velocidad de la luz es de 300.000 kilómetros por segundo. Al nivel del mar un huevo tarda tres minutos en cocer.»
Luego continuó detallando un poco más, lo que eran los segundos y los minutos, las horas y los días, espe­rando que sus ideas tuviesen algún sentido.
«Gracias, hermano Garyjones. Nosotros (¿yo?) proba­blemente lo conoceremos por eso. Nuestras mejores mentes tratarán de solucionar el problema. Hasta ma­ñana.»
«Entonces muy bien, viejo. ¡Ahora me dormiré y te encontraré mañana en el mismo sitio! ¿De acuerdo?»
«Corrección. No soy viejo.»
«¡Oh, no! —pensó Gary Jones—, supongo que no van a convertirse en grandes insectos o a hablar como pul­pos.»
«Poco claro. Piensa en nosotros como pueblo y en mí como La-Que-Piensa-Cosas-Por-Muchos, ¿te parece? Y para ti seré, querido hermano Garyjones, Aloha.»
La cosa había terminado. Aquellos suaves dedos se retiraron de su mente y la luz desapareció.
«Aloha, ¿todavía estás ahí?»
Luego recordó, de cuando había hecho el viaje con sus condiscípulos de segunda enseñanza a Hawai, lo que significaba Aloha. Pero, repentinamente, se sintió mucho más soñoliento de lo que se había sentido en todos sus veintidós años. Su rostro apenas tuvo tiempo de tocar la almohada antes que ya roncara sonora­mente.
Despertó al mediodía, bajo el brillante sol californiano, sintiéndose descansado a pesar de aquel sueño. Había perdido una clase a las nueve de la mañana, ¿pero qué diablos importaba aquello? Tenía la sensa­ción que nadie, nadie en absoluto, había tenido ja­más un sueño como aquél.
Luego se fijó en que su diccionario Webster estaba abierto sobre la mesilla de noche, por la letra «L». A media columna se encontraba la palabra «luz»..., lo que hace posible ver en la oscuridad, esta energía se transmite a una velocidad de aproximadamente 300.000 kilómetros por segundo.
Aquel detalle le hizo pensar. De todas maneras, ¿qué clase de sueño había sido aquél?

Por supuesto, tenía que cometer la gran equivocación de contarle a alguien el asunto. A una muchacha natu­ralmente. Aquel mismo día se encontraban él y Liz sentados sobre el desnudo suelo del departamento que la muchacha compartía con otras dos chicas. La gran pelirroja, se hallaba arreglada, como siempre, en forma perfectamente funcional, y como siempre también, tenía respuesta para todo.
—Y dime, encanto, ¿qué sentido tiene eso de perder la sangre fría porque has tenido una pesadilla y te has dado un corto paseo como un sonámbulo?
—Puede que tengas razón —admitió Gary—. Pero más pronto o más tarde, ¿no será casi inevitable que ocurra una comunicación entre planetas...? ¡No podemos ser los únicos seres del universo!
—¡Tonterías!
—Pero Liz, ¡fue todo muy real! Y sabes endiablada­mente bien que todo el mundo olvida el sueño que ha tenido al cabo de unos minutos de haber despertado. ¡Yo puedo recordarlo palabra por palabra!
—Eso es muy típico en ti. Pero apuesto a que no estudiaste nada de nada. Hiciste un viaje psicodélico.
—Sabes bien que no hay nada de eso. No me gusta el LSD ni las demás drogas.
—Bien. Te sugiero, querido Gary, que trates de amar y no de soñar. Te sientes realmente muy conmovido por esa visión, ¿verdad? Déjame que sea yo el antídoto. ¿Qué te parece si violo las normas de la casa y mañana por la noche me acerco de puntillas hasta tu cama y allí te protejo entre mis brazos durante la media noche y las primeras horas antes del amanecer?
—Es la mejor oferta que me han hecho hoy. Pero me temo...
—Sé que tienes miedo. Pero Liz se encargará de ale­jar a los fantasmas.
La muchacha se echó a reír sugestivamente al mismo tiempo que movía sus pequeños senos.
—Pero..., como te iba a decir antes, no sé si temo que esa manifestación suceda o no de nuevo...
Gary tragó saliva y añadió:
—Prometí estar allí a la misma hora.
—Seguro..., y la promesa de Gary Jones es como dinero en el Banco. Dinero confederado. ¡Déjate de ton­terías, amiguito! Seguro que habrás prometido estar allí a la misma hora. Pero dime, ¿quién está obligado a ser fiel a una promesa hecha a un fantasma cerebral?
Liz en aquel momento jugueteaba con el pie izquier­do de Gary acariciando su empeine con los dedos.
—¡Escúchame un minuto! Si por una casualidad en­tre un millón, he sido elegido, aun al azar, como el pri­mer ser humano para recibir mensajes inteligentes de otro mundo, entonces..., la cosa es tan grande que me da miedo. Debo hablar por teléfono con la Casa Blanca, o con las Naciones Unidas, o al menos con la Prensa.
Liz le dirigió una larga y fría mirada.
—Encanto, no sabes lo que dices. Sufres alucinacio­nes, ¿verdad? Si cuentas esta historia a alguien más muy pronto te verás usando una camisa de fuerza.
La muchacha le rodeó con sus brazos y le besó en la boca con fuerza, pero aun así el gesto no pareció ejercer mucho efecto.
—Lo siento —dijo Gary cuando se liberó del abrazo de la muchacha—. Pero..., ¿te parece bien que te telefo­nee más tarde, esta misma noche...? Acabo..., acabo de recordar que tengo que ver a alguien.
Liz permaneció de pie en la puerta, inmóvil, al mis­mo tiempo que él escapaba. Luego gritó:
—¡No te des prisa por regresar! ¡Está bien, déjame por las doncellas verdes de Marte! No me importa en absoluto.
La muchacha se sentía herida. Incluso los hippies como Liz se sentían heridos algunas veces. Las relacio­nes de Gary con ella habían sido ocasionalmente tier­nas, ocasionalmente fogosas, pero siempre imprevisibles. Pero aquella era la única vez que en realidad debía haberle escuchado. Y no lo había hecho.
Para Gary era terriblemente importante que alguien le prestara atención. No en la forma que podría hacerlo el cantinero del cercano bar, sino alguien que le es­cuchara con suma atención e interés. Había buscado una excusa para huir de Liz y de sus brazos que tanto le atraían, pero ahora se daba cuenta que tenía que ver a alguien.
Alguien quizá como Barney Feist, aquel tipo duro e inteligente. Barney estaba a punto de terminar su carrera de filosofía y era un tipo sensato que no filosofa­ba constantemente, pero que avanzaba siempre con la tenacidad de un buey. Vivía solo y solía estar en casa en aquella hora.
—¡Entra! —fue la bienvenida que le dio Barney en la puerta—. ¿Comida, bebida, o ajedrez?
Siempre daba la impresión que le agradaba que le interrumpieran, o quizá le agradaba de verdad.
—Es ayuda lo que necesito —admitió Gary al dejar­se caer en su silla preferida—. Tengo una preocupación gorda.
—¿Te preocupa algo del curso?
—¡Diablos..., no! Ya pasé bien todo cuanto tenía atrasado.
—¡Oh, seguro..., ya lo sé, la pierna!
Gary había tenido un ataque de polio en su infan­cia durante una época anterior a Salk. Caminaba co­jeando un poco, excepto cuando estaba cansado, pero había sido suficiente para librarse del gimnasio y de ir al Vietnam.
Barney preguntó nuevamente:
—¿Tienes embarazada a tu chica?
—No, Barney. Pero ayer noche tuve un sueño endia­blado..., si es que fue un sueño. Y tengo otra cita igual para mañana por la mañana, aunque te parezca extraño.
—Tuve un sueño que no fue en absoluto un sueño..., o lo que haya sido.
—Bien, viejo amigo, no estoy muy fuerte en el terreno freudiano, pero los sueños siempre indican algo, aunque sólo sea una mala digestión. Pero me aventuraré a recetarte algo por adelantado.
Y acto seguido Barney sirvió dos vasos con unos dedos de whisky.
Gary contó su historia..., y allí, al menos, fue recibida sin la menor interrupción.
—Y si no hubiese visto luego el diccionario abierto sobre mi mesa de noche, hubiese podido calificar esto como una alucinación. ¡Pero a nadie se le ocurre consultar un diccionario en pleno sueño!
Barney contempló su vaso como si fuera una bola de cristal y respondió:
—¿No? Hay personas que han asesinado mientras dormían. Los casos se describen en varios libros. Pero tú has estudiado dos cursos de psicoanálisis y debes poder diagnosticar tu propio caso.
—¿Cuál es?
—Fantasía. Pura fantasía que surge de tu subcons­ciente. No crees mucho ni tienes ninguna fe en el mun­do en que vivimos, ni en el estado de nuestra actual sociedad. La Bomba..., y demás. Te sientes persona ex­traña y me temo que vives en un mundo que tu no has hecho y, en consecuencia, vienes con una respuesta encantadora. Quieres vivir en el país de los sueños.
—Pero, Barney..., ¿es tan sencilla la cosa?
—Todo puede resumirse en una sola palabra: «cul­pabilidad». Te sientes subconscientemente culpable porque otros jóvenes han sido reclutados y enviado al Vietnam, quizá a morir en los arrozales sabe Dios por quién. Te sientes culpable porque lograste una beca para estudiar ciencias y después cambiaste a literatura inglesa, cosa que los dos sabemos es un retorno al pa­sado poético y literario, cosa que en nuestro mundo de hoy tiene poco o ningún significado. Casi me atreve­ría a decir que no has leído, o al menos no te impor­tan, poetas tales como Eliot o Round. ¡Vamos...!, ¿qué es lo que has leído recientemente..., para pasar el rato?
Barney volvió a llenar los vasos y colocó queso y unas galletas sobre una cercana mesilla. Luego preguntó nuevamente:
—¿Quizá ciencia-ficción?
—Recientemente..., nada de eso. Acabo de terminar El Señor de los Anillos.
—¡Vaya! Una fantasía de Tolkien acerca de caballe­ros, halcones y duendes, en el mundo de Gondor. Lo entiendo. Algunas veces yo también leo cosas así. Pero no me dejo influenciar por ellas. Y te apostaría una fortuna a que aún hay otro ángulo más, implicado en ese sueño tuyo..., un ángulo de más culpabilidad. Has vuelto la espalda al Dios de tu infancia, y así le has inyectado en tu sueño. ¿Qué es lo que dijeron tus ima­ginarios amigos del espacio exterior cuando se estable­ció el contacto? ¿No fue, gracias a Dios, o algo así? De manera que, subconscientemente, estás buscando al Dios perdido de tu infancia, y como tú crees que Él ha muerto en esta tierra, te agrada imaginarle vivo en alguna otra parte.
—Yo no veo así las cosas, Barney, pero, ¿para eso tienes que cambiar de Freud a Watson y luego otra vez a Jung? Lo único que yo quería que aceptaras, es el hecho que la última noche tuve un sueño fantás­tico y fascinante y que estoy completamente seguro que tendré otro esta misma noche mediante la cita.
Barney movió la cabeza y respondió:
—Sospecho que tendré que dejar que te aferres a tus ilusiones si es que te hacen feliz. Las llamamos esquizo­frenia. Sugiero que te metas en la cama y llames a tu amigo, o viceversa. Y no es que tenga ganas de meter­me en lo que no me importa, pero, ¿cómo marcha ahora tu vida sexual?
—Bien, muy bien —replicó Gary con la sensación que esta sesión no conducía a ninguna parte—. ¿De ma­nera que también todas las cosas, tarde o temprano desembocan en el sexo? Barney, soñé con mensajes mentales interplanetarios, ¡no soñé con encantadores súcubos en mi cama!
—Pero el sexo alzó su fea cabeza, o movió su en­cantador trasero en este sueño tuyo —señaló el psicó­logo con tono de triunfo—. Tu contacto inmediato en el otro extremo mental era una hembra, ¿verdad? «La que Piensa y Habla no sé qué más...» y, por favor, fíjate en eso de «la que». Mi sugerencia final es que te largues a dar un paseo y que cuando regreses a tu nido te tomes una aspirina y duermas todo lo que puedas.
—Gracias por haberme dedicado todo este tiempo, y gracias también por el trago.
Gary se puso en pie para retirarse y luego se vol­vió hacia Barney para decirle:
—Barney, ¿no crees que en todo esto haya ni la me­nor probabilidad que algo sea auténtico, y que entre tan­tos miles de millones de estrellas tenga que haber mi­llones de planetas habitados, y que a distancias extre­madas el único medio de comunicación pueda ser sola­mente la telepatía?
—No me lo preguntes. Interroga a los muchachos Rhine de la Universidad de Duke. No es que hayan he­cho muchos progresos, científicamente hablando. La te­lepatía aun es algo oscuro, si es que en realidad existe. No puedes apagarla y encenderla como si se tratara de un aparato de radio. No, Gary, tu sueño no ha sido auténtico. No has recibido nada que no estuviese ya en tu propia mente, recuérdalo. La forma de expresarse, las citas, ese nombre de Aloha, todo..., todo de fabrica­ción casera.
—Bien, puede que tengas razón.
Gary dio las buenas noches y se dirigió lentamente a casa atravesando el campus de Westwood. Primero su muchacha, y luego su mejor amigo..., nadie tomaría aquello con cierto grado de seriedad. Era probable que hubiese estado charlando consigo mismo, disfrutando de una especie de función mental con su mente sub­consciente. Pero, ¡qué forma más extraña de hacerlo!
Al cabo de unos momentos se encontró contemplan­do las estrellas, o las pocas que brillaban aquella noche a través de la neblina. Allí estaba la Polar y la Osa Ma­yor..., no, había muchas más que podía identificar.
Cuando regresó a su cuarto consultó de nuevo el dic­cionario, descubriendo que la Alfa del Centauro tenía que estar en la constelación Centauro, «situada entre Hydra y la Cruz del Sur», según el texto. Lo cual sig­nificaba que la estrella siempre estaría invisible y muy baja en el horizonte mirando desde estas latitudes.
El primer contacto, o lo que fuese, había tenido lu­gar un poco antes de las primeras luces del amanecer. Por esto Gary puso su despertador a las cinco de la mañana: intentaba estar totalmente despierto cuando aquello sucediese de nuevo.
Solamente el globo de luz y el invisible contacto le despertaron antes de las dos y media. En el caso que estuviese despierto. Se volvió hacia la lámpara de la mesa de noche y chocó contra una de sus es­quinas. Ya no estaba seguro de nada.
«Garyjones, ¿estás ahí? Llama otropueblo.»
«Sí, estoy aquí —respondió Gary, torpemente—, pero, ¿no me llaman antes de la hora?»
«Lo sentimos mucho. Evidentemente vuestras cifras acerca de la velocidad de la luz no son exactas. Tra­taremos de ajustamos más en futuros contactos.»
«Escucha, otropueblo —dijo Gary, desesperadamen­te—, aquí nadie va a creerme. Necesito pruebas. ¿To­davía estoy hablando con Ella?»
«Respuesta afirmativa. Los mismos controles, pero ya no es necesario disponer de enlace de amplitud pla­netaria para asegurar la necesaria amplificación, ya que ahora poseemos foco direccional. Ahora estamos mante­niendo el contacto con un grupo altamente especializado y muy entusiasta. Ahora, para empezar, sugerimos...»
«¡Espera! Escúchame. Si esto es real, ¿no puedes en­viarme algo, quizá una fotografía, para que yo pueda demostrar que no estoy imaginando todo esto?»
Hubo una pausa.
«Comprendemos el problema. Pero el teletransporte a grandes distancias no está a nuestro alcance. Sola­mente podemos enviar pensamientos, no cosas materia­les.»
«¡Pero si incluso aquí en la Tierra podemos enviar telefotos!»
«Concepto interesante. Intentaremos realizar el ex­perimento de enviar un cuadro mental del grupo. Por favor, no te muevas.»
Hubo a continuación una larga espera y entonces la mente de Gary se llenó súbitamente con un cuadro en blanco y negro, con foco muy borroso. Finalmente dis­tinguió una imagen de un grupo formado por quizá un docena de figuras con aspecto semihumano sentadas alrededor de una especie de mesa llena de copas talla­das en lo que parecía ser madera o un material pare­cido y lo que también parecían ser blocs de notas. O quizá pizarras.
Por ninguna parte había la formidable maquinaria científica que Gary imaginaba. Había unas cuantas per­sonas (¿Pueblo?) sentadas en cónclave alrededor de una mesa. Dos eran varones..., si sus oscuras barbas bien recortadas podían servir de guía. El resto de las per­sonas usaba faldas blancas y muy anchas y estaban desnudas hasta la cintura. Evidentemente se trataba de hembras.
Las orejas de aquellos seres eran un tanto extrañas y Gary creyó observar que poseían dos dedos pulgares en cada mano. Había también otras diferencias, pero no tuvo tiempo para fijarlas en su mente.
«¿Realmente están ahí? ¿No se trata de una broma?»
«Aquí es Ella hablando. ¿Llegamos bien hasta ti?»
El cuadro cambió hasta convertirse en el primer plano de unas facciones..., era un rostro bello, con gran­des ojos, y pequeña barbilla, encuadrado en lo que más bien parecía ser una peluca rizada. No era exactamente un rostro humano, pero tampoco espantaba ni asom­braba mucho. Aquellos labios incluso sonrieron, y acto seguido la imagen se esfumó.
«Gracias», dijo Gary.
Súbitamente se sintió muy pequeño y muy fatigado.
«Esto es demasiado para que me lo trague tan re­pentinamente. Estoy muy cansado. Me alegro de conoce­rles. Me han dado muchas ideas y algunas de ellas nuevas.»
«Está bien, Garyjones. Pero como vemos que quieres dormir, haremos una sugerencia. Ahora que se ha es­tablecido un buen contacto, ¿nos permitirás continuar en él y explorar tu mente y recuerdos durante tu pe­ríodo de inconsciencia? Te prometemos que no habrá síntomas desagradables, (¿efectos secundarios?) para ti. Y en anteriores experimentos esto ha demostrado ser ya la única manera de recoger tu vocabulario y esbozos de recuerdos. Hará que los futuros contactos sean mu­cho más sencillos y más remuneradores para todos. ¿Te parece bien?»
«Realmente no tengo ningún inconveniente en con­vertirme en una especie de rata de laboratorio o en uno de los perros de Pavlov. ¿Seguro que no habrá lavado de cerebro?»
«El procedimiento, hermano Garyjones, es simple e inofensivo.»
«¿No me están mintiendo?»
«¡Nada de eso! Garyjones, piensa un poco. En una sociedad puramente telepática, ¿cómo puede alguien mentir? Ese concepto es totalmente desconocido para nosotros.»
«Entonces, está bien. Todavía me cuesta mucho creer que puedan leerme a través de una distancia de 4,5 años-luz, pero adelante.»
«Una cosa más, por favor. Tan pronto como me abras tu mente (¿a nosotros?) podemos, en cierta me­dida, al menos, ver a través de tus ojos y recibir im­presiones visuales. ¿Tienes a mano una luz y alguna superficie que devuelva la imagen? Aquí hay algunos a los que les gustaría saber cómo eres.»
A través de la enorme distancia, Gary creyó percibir como una suave risa entre dientes. Se levantó de la cama y se acercó hasta el pequeño escritorio para to­mar un espejo de bolsillo. Luego regresó a la cama y se observó en el espejo bajo la lámpara.
«Si son capaces de leerme ya pueden prepararse para recibir una sorpresa», dijo modestamente.
Debió ser mayúscula la sorpresa, ya que la pausa fue larga.
«¡Oh, pero si no tienes barba!»
En aquella frase telepática había sensación de sor­presa y desilusión. Luego llegó otra frase:
«Entonces, ¿eres un niño?»
«¡No, maldita sea! Aquí solamente los granujas usan patillas, por el momento. Soy un varón adulto y me afeito una vez al día y algunas veces dos. ¡De manera que ya pueden deducir algo de eso!»
«Lo sentimos, hermano Garyjones. Sin embargo, es­tarías mucho mejor con una barba. Debo explicar rápi­damente que todos nuestros varones en este planeta usan barba a la vez que las hembras usan peluca. So­mos una raza casi sin vello ni pelo desde hace miles de... (aquí se perdió una palabra), pero estamos seguros que con el tiempo aún descubriremos más diferen­cias entre nosotros. De manera que ahora ya puedes descansar, porque, efectivamente, también hemos descubierto que eres una persona atávica que debe pa­sar la tercera parte de su vida en la inconsciencia. Podríamos explicarte cómo evitar esa pérdida de tiempo, pero nos falta vocabulario para ello. Con tu permiso, ¿podemos grabar tu mente (¿cerebro, memoria?) Por fa­vor, no hagas mucho caso de esa crítica sobre el hecho de no tener barba. Ya cerramos el contacto. ¡Aloha!»
«¿Aloha? Eso significa hola y adiós y Dios te bendiga. Pero aún creo que Liz y Barney tienen razón y que todos ustedes no son más que una ilusión. Pero, Aloha también a ustedes. Y hasta pronto. Ahora déjenme dormir, por favor.»
Sin embargo tenían razón acerca de una cosa. Fuese lo que fuera que deseaban hacer o trataban de hacer era inofensivo e incluso tranquilizador; durmió algunas horas como el proverbial leño y despertó mucho más fresco que nunca. Pero lo más sorprendente era que recordaba su sueño tan vívidamente como el primero. Y el espejo de bolsillo se hallaba sobre la mesa de no­che, junto a su cama, para recordárselo.
En aquel día, Gary no faltó a ninguna de sus clases, y vio a Liz brevemente en el campus y a Barney tam­bién. Pero, aunque los dos le miraron crítica y compasi­vamente, y le hicieron muchas preguntas, Gary les min­tió. Después de todo, ¿quiénes eran ellos para saber ciertas cosas íntimas?
—No, no hay nada de particular —les respondió—. ¿Por qué debía sucederme algo?
Gary había decidido que aquél era su secreto, su bebé, su happening, su experiencia particular. Era muy probable que él entre un millón o más pudiera lograr algo mediante aquellos cerebros del espacio exterior. Pero tendría que existir un quid pro quo. Si en realidad se hallaba en contacto con otra civilización más antigua y más alta, si era cierto que estaban estudiando su men­te, entonces tendría que haber un noble intercambio. Podría haber algo de su cultura que no viniese nada mal a la Tierra. Por ejemplo, ¿qué? Quizá alguna clase de inventos...
Gary permaneció despierto a la noche siguiente, re­flexionando sobre lo que preguntaría..., o pediría. Aque­llo era casi como el cuento en el que aquel mortal pe­día tres cosas a una lámpara maravillosa. Había que estar muy seguro acerca de los tres deseos.
Aquella noche la lejana visita llegó aproximadamen­te sobre las 3.45. Una vez más le despertó, pero ya es­taba acostumbrándose a aquella especie de nuevo curso escolar. También le pareció que había cierto tono de restricción en el mensaje.
«Pueblo a Garyjones. ¿Estás ahí? Responde.»
«Suenan en forma extraña. ¿Ocurre algo?»
«Nada que no hayamos previsto. Ocurrió que tu men­te y tus recuerdos fueron excesivamente raros para nos­otros. El tuyo es un mundo sediento de sangre. Eres mucho más diferente a nosotros de lo que suponíamos.»
«¡Soy lo que soy! —como dice Popeye—. ¿Qué es lo que ocurre ahora?»
«Hermano Garyjones, te amamos. Pero el mundo en que vives y tu sociedad nos confunde. Teníamos gran­des esperanzas de trabajar sobre un plan de intercam­bios culturales y disponer para ti y para uno de nues­tros varones más jóvenes un intercambio de conocimien­tos. Es difícil, pero factible. Pero ahora, sobre la base de lo que estamos aprendiendo creemos que no será posible hallar aquí un voluntario.»
«¿Y quién ha dicho que yo me prestaría voluntario..., aun cuando me convenciesen del hecho que ustedes pueden realmente encender y apagar las mentes?»
«No sabemos mentir. Es cierto. Hemos desarrollado técnicas de transposición mental, memorias, y persona­lidades, a través de distancias de años-luz. Sin embar­go, por favor, no olvides que conocemos tu mente... Creemos que te agradaría estar aquí, en nuestro mun­do, ya que pareces sentirte insatisfecho con tu propia civilización supertécnica.»
«Podría ser. Pero, ¿pueden enseñarme a dominar la telepatía?»
«Esa habilidad, usualmente se adquiere aquí durante la infancia. Además, te sentirías muy desgraciado con el poder de leer en otras mentes en ese mundo tuyo. Constantemente vivirías amargado y sorprendido.»
«Bien —insistió tenazmente Gary—. Debe haber algo. Vuestro mundo está por delante del nuestro en muchas cosas. ¿Y qué me dicen acerca de la adivina­ción? ¿Pueden explicarme cómo sabré el caballo ganador de mañana en las carreras de Santa Anita?»
«Datos insuficientes. Petición frívola. Un caballo siempre puede correr más que otro caballo, pero no nece­sariamente en un determinado momento.»
«Entonces, ¿qué me dicen acerca de algunas invencio­nes de nuevos aparatos y cosas así? ¿No pueden enviar­me la fórmula para convertir en oro los plomos de pescar, o la de construir un aparato que vaya en contra de las leyes de la gravedad, o la de un par de prismá­ticos que me hagan ver el pasado?»
«No. Lo sentimos mucho. No estamos familiarizados con los conceptos que expones. La nuestra no es una sociedad tecnológica. Solamente nos interesa la poesía, la música, la filosofía, el arte, y la historia. Por favor, ¿querrías leernos algo de vuestros libros?»
«¡Seguro! Si me corresponden, y si me permiten traer aquí un tablero de dibujo, algún papel y lápices, y luego, en trance, pueda automáticamente escribir algo. Envíenme los planos de una de vuestras últimas inven­ciones. ¿No tienen ahí oficina de registro de patentes?»
«El concepto no está claro. ¿Para qué tiene alguien que retener una invención?»
Pero al menos Gary ya había logrado algo que de­seaba, y el otro mundo no rechazaba probar el experi­mento. Entonces Gary leyó (silenciosamente) los prime­ros capítulos de The Outline of History, de H. G. Wells. Después cayó en el más profundo trance y durmió profundamente.
Despertó por la mañana ya tarde, para descubrir que, aunque no había libros de consulta sobre su mesa de noche, de alguna manera se las había arreglado para cubrir el papel de dibujo con unos esbozos increí­blemente bellos, que representaban algo. Eran, en cier­ta medida, tridimensionales y poseían diminutas figuras y símbolos que le recordaron los dibujos de Leonardo da Vinci.
¡Pero al menos aquello era una prueba!
«¡Gracias, amigos! —dijo—. Ahora estamos llegando a alguna parte. Les leeré mañana.»
«En el mismo lugar y a la misma hora —dijo Ella..., un poco tristemente—. Pero nada más de Wells, por favor. ¿No hay algo que sea más ligero?»
«¡Aloha!», exclamó Gary.
En aquel día Gary faltó de nuevo a sus clases y buscó unos cuantos amigos de la Escuela de Ingenie­ros.
Se sintieron gratamente impresionados con los dibu­jos y sugirieron que llevase aquella obra de arte a un museo.
—¿Quieren decir con eso que no tienen valor práctico e inmediato? —preguntó.
—No demasiado —le dijo un amigo—. Porque, por muy bellos que sean estos planos o proyectos, lo que en realidad hay aquí son los planos del Madurador de Grano de McCormack, la Bomba Orgánica, y los de una cisterna de toilette. Nada nuevo.
—Gracias —murmuró Gary.
Se llevó consigo sus bellos pero inútiles dibujos y caminó lentamente por el campus bajo la luz del sol. Tenía que hablar con alguien, y en aquellos momentos tenía la impresión que, por lo menos, poseía una prueba para mostrársela a Liz. La esperó en el exterior de Price Hall, donde ella tenía una clase por la tarde.
Pero todo cuanto Liz dijo, fue:
—Amiguito, estoy muy preocupada contigo. ¡Ya has dejado de estar con nosotros! ¡Tomarse semejante mo­lestia de hacer esos dibujos para demostrarnos que tus alucinaciones son cosa real!
—Pero son dibujos bellos y tú sabes endiabladamen­te bien que yo no pude crearlos por mi propia inicia­tiva.
Gary hablaba casi tímidamente.
—Encanto, no sé lo que tú eres capaz de hacer, sólo sé que probablemente sería algo inútil...
Liz hizo una pausa para tomarle por un brazo, a la vez que se lo oprimía con cierta fuerza para añadir a continuación:
—Gary, soy la última persona del mundo que desea mostrarse arbitraria, pero tienes que elegir entre las doncellas de esa Luna Verde y yo... ¡Te lo digo en se­rio!
—No se trata ni de la Luna ni de Marte..., ¡maldita sea! Se trata del segundo planeta de la Alfa del Cen­tauro, la que solamente tiene dos lunas.
—¿Quién lo ha dicho?
—¡Lo ha dicho Ella-Quien-Habla y Piensa!
Liz retrocedió dos pasos.
—Creo que me das miedo. Creo que ya has elegido. Dejemos de pretender que entre tú y yo hay algo. Te devolveré tu anillo. Todo cuanto me has dado fue un juego de tambores-bongo y una imitación de una pul­sera navajo. La pulsera se perdió no sé dónde, pero me quedaré con los bongos para recordarte en el caso que alguna vez quiera recordarte. ¡Adiós!
—¡Aloha! —exclamó Gary Jones un poco tristemente cuando la muchacha se volvió y se alejó de él.
Tanto mejor o peor para Liz. Era una muchacha tan simpática como otra cualquiera, pero jamás recorda­ría lavarse los pies.
Una vez más visitó a Barney en aquella misma tarde, y su amigo le invitó a otro trago.
—¡Pareces ahora más relajado! —fue el saludo del psicólogo en embrión—. De manera que, después de todo me hiciste caso, y has apartado de tu mente todos esos sueños, ¿no? Buen muchacho. Ya veo que también te has arreglado nuevamente con Liz. Es una gran mu­chacha. ¡Seguro...! Su carácter es un tanto bohemio, pero ya se corregirá con el tiempo... Olvidará todo ese cuento hippie, abandonará las drogas, y llegará a ser una buena esposa.
—¡Claro, Barney...! Eso significará un bebé cada año, pago de la renta del piso y de los muebles, aparte de la lavadora automática y así sucesivamente. Liz irá al su­permercado con rulos puestos y a las reuniones de pa­dres de familia toda indignada porque alguno de los profesores no ha dado buenas notas al pequeño Johnny. ¡Y todas las demás cosas que hacen grande a Norteamérica y que no menciono!
Barney se inclinó hacia delante.
—¡Oye...!, ¿te estás dejando crecer la barba?
—¿De veras?
Gary no se había dado cuenta de ello, pero su barba había crecido un tanto. Todos los varones adultos de otropueblo usaban barba. Pero, mientras tanto, Gary intentó relacionarse con su inmediato ambiente, olvidar a los adultos de otropueblo, y así, él y Barney pasaron el rato viendo la televisión, bebiendo unos cuantos grogs y jugando unas partidas de ajedrez durante dos horas. Finalmente Gary enseñó a Barney sus dibujos, que recibieron una fría recepción.
—Muy extraños. No los entiendo —dijo Barney—. Sin embargo, creo que serían maravillosos como modelo para papel de pared. Podrías probar por ahí. Son parte de tu fantasía, pero..., ¡mira eso de Kafka!
Barney centró de nuevo su atención en la pantalla pequeña, y Gary murmuró:
—Está bien, gracias por los aperitivos.
Gary abandonó la estancia dirigiéndose hacia el lu­gar llamado hogar, deteniéndose en el más cercano es­tablecimiento de bebidas para armarse de valor median­te un trago de Old Stenfather.
Tenía la sensación que en las próximas horas iba a necesitar mucho valor, y quizá aquel trago de licor holandés no le vendría mal del todo.
Aquella noche se sentía sólo ligeramente eufórico. Cuando se estableció la comunicación, tal y como la esperaba, eran ya las cinco de la mañana. Llegó la lla­mada más fuerte que nunca.
«Llamando a Garyjones. ¿Estás ahí?»
«Sí, aquí estoy. ¿Qué hay de nuevo?»
«¡Saludos!»
Pero parecía que Ella y los otros técnicos de la mesa tenían malas noticias para él. Después de haber publi­cado telepáticamente sus modelos básicos de memoria-mente y retazos del libro de Wells parecía que ningún joven varón de otro mundo se presentaba voluntario para pasar un par de años, o cualquier otro período de tiempo en la Tierra. Tenía que abandonarse el inter­cambio estudiantil.
«Bien, si es así, así habrá que aceptarlo.»
«Lo sentimos mucho, hermano Garyjones. Estábamos deseando verte aquí en nuestro próximo Día de Mayo (Baile de la Cosecha, o ¿Ritos de la Fertilidad?) Podrías traernos muchas cosas. El proyecto aún no está can­celado. ¿No volverás a leer otra vez alguna poesía o filosofía?»
«Seguro..., si me dicen algo. Quiero decir..., ¿cómo evitan las guerras en vuestro mundo?»
«Tenemos una sola sociedad, un estado, y aún cuando en el distante pasado hubo luchas tribales, ya hemos superado tales cosas.»
«Pero aún creen que esa cisterna de toilette es nue­va. Está bien, son ustedes básicamente una sociedad comu­nista, ¿no es así?»
«Respuesta negativa, si te comprendemos bien. La nuestra es, básicamente, una cultura agraria. Traba­jamos con nuestras manos. La mayor parte de noso­tros vivimos en granjas (¿ranchos, pueblos?) y, culti­vamos nuestra propia comida. Somos vegetarianos en gran parte. Nuestro índice de natalidad es bajo y está totalmente controlado. Nos agrada mucho enlazar men­tes, a través de nuestro mundo y a través del espacio. ¿Suena aburrido? Estamos recibiendo una respuesta ne­gativa.»
«Lo siento —dijo Gary—, me gustaría saber más semántica. Pero, ¿puedo preguntarles por vuestra reli­gión, en vuestra cultura?»
«Hemos tenido muchas religiones en nuestro mundo. Algunas muy hermosas, y algunas terribles. Por el mo­mento es cuestión de inclinación personal. Hay un alto poder, pero ninguno de nosotros, hasta ahora, en­contró forma de expresarlo.»
«Entonces, ¿nunca han tenido algún Mesías en otropueblo? Ningún Hombre de Milagros que orase y enseñara el amor fraternal y luego fuese atormentado hasta morir en una cruz, o rotos sus huesos en un potro, o que haya muerto de otra manera por vuestros pecados?»
«¡Nada de eso! ¡Qué pensamiento más extraño!»
Desde otropueblo llegó hasta Gary una evidente muestra de revulsión. Luego:
«¿Nos leerás algo, Garyjones? ¿Poesía?»
«Sí. Lo haré. Si es que puedo hacerles sólo una pre­gunta más. ¿Tienen ahí la cuestión sexo, si es que en­tiendes lo que quiero decir?»
«Desde luego que sí. Pero con ello hacemos más y hablamos menos que ustedes en vuestro mundo, a juz­gar por lo que leo en ti.»
«Está bien, pueblo.»
Y Gary leyó (si es que se podía llamar leer a mirar las líneas) algunas cosas de los principales poetas. Tam­bién deslizó algunos versos propios. Y luego, cuando se detuvo, pues sus ojos estaban fatigados, el pueblo de otropueblo gritó:
«¡Más!»
Parecía que todo estaba siendo grabado, registrado y radiado en su planeta, para delicia general.
«Ahora tengo que detenerme», dijo finalmente cuan­do dejó los libros a un lado... The Golden Treasure y el Oxford Book of English Verse, y todo el resto de los sueños de los hombres.
Gary suspiró hondo y añadió:
«Pueblo, creo que me voy a dormir. Dijeron que penetrarían en mi mente sólo con mi permiso. Pues ahora retiro el permiso. De manera que aléjense y man­ténganse lejos. No puedo soportarlo. Son como alguien que estuviese enseñando comida en un escaparate a un niño hambriento. Ya tienen vuestra historia de Ame­ricanus Juvenilis, y probablemente sabrán más sobre nosotros de lo que necesitan saber. Pero han arrui­nado mi espíritu para este mundo en el que vivo. Así que..., ¡adiós para siempre! ¡Aloha!»
«¡Un momento, no te vayas!»
La voz de Ella (o los pensamientos de Ella), eran en aquel instante mucho más fuertes.
«No olvides, Garyjones, que nos has permitido en­trar en tu mente, y que ahora ya no tienes secretos para nosotros. Antes que abandones el contacto, dinos esto: ¿eres en alguna forma indispensable en tu planeta?»
«Desde luego que no. Realmente, no. Desde luego, tampoco lo soy para mis padres, para quienes he sido una carga durante años. Ni para nadie. ¿Por qué?»
«Entonces, ¿te gustaría venir aquí, no como inter­cambio estudiantil, sino de una forma real?»
«¿Te refieres a dejar mi cuerpo atrás?»
«No podemos transferir cuerpos. Se te proporciona­rá un perfecto cuerpo de varón, y tendrás tu propia personalidad, tus propios recuerdos, tu propia mente. Quedarás totalmente desnudo y se te trasplantará a este nuevo jardín. Podrá haber un momento de dolor cuando, por así decirlo, aterrices aquí, pero luego sen­tirás nuestro amoroso abrazo.»
«¿Y dices que ya han hecho esto otra vez?»
«Numerosas veces. Once, para ser más exactos. Una persona hembra del planeta Bootes es ahora nuestra primera bailarina en la Opera.»
«¿Y todavía me quieren? ¿Creen que encajaría en vuestro pueblo a pesar de mis recuerdos, personalidad, y ajuste deficiente?»
«Respuesta afirmativa. Serás nuevamente formado.»
Hubo una pausa. Era quizá la decisión más trascen­dental que Garyjones tenía que hacer en su vida, pero ya sabía lo que iba a decir. Lo que ocurría era que resultaba difícil decirlo con palabras.
«¿Te agradaría pensarlo?», fue la pregunta que llegó al cabo de un rato.
«No. Si lo pienso quizá me volvería a dormir. ¿Cuán­to tiempo se tardará en arreglar todo el asunto... Me refiero a esta transferencia, vía telepatía, del yo esen­cial a vuestro planeta?»
«Espera, lo comprobaremos. Dentro de breve rato saldrá el sol en el lado más poblado de nuestro plane­ta, y la mayor parte de nosotros usualmente estamos despiertos para saludar al sol. Este procedimiento nece­sitará de la amplificación de todas las mentes conscien­tes que podamos reunir, pero espera un instante. Aún no hemos encontrado un cuerpo conveniente para ti, pero eso será fácil.»
Gary saltó de la cama y bebió un largo trago de la botella porque tenía la impresión que iba a ser el último por largo tiempo. A menos que la gente de otropueblo hubiese aprendido las normas más elemen­tales de la fermentación de la uva. Lanzó una última ojeada alrededor de su cuarto, deseando poder llevarse consigo algunos de sus libros. Pero, no, aquello no era necesario, puesto que ellos podían investigar en sus re­cuerdos, en busca de todo cuanto él había leído. Pero, ¿y el resto? ¿Tendría que componerlo él?
«Garyjones a pueblo. ¿Dejo mi cuerpo en la cama, sosteniendo entre las manos una azucena?»
«Probablemente habrá suficientes residuos en tu mente para permitir que los restos funcionen posible­mente en unas manifestaciones de estudiantes. Mani­festaciones que se sugieren deben portar pancartas donde se lea LSD, no LBJ, o algo por el estilo. ¿Im­porta eso mucho? Ya estamos preparados. ¿Lo estás tú?»
«Garyjones a pueblo —dijo Gary casi ya sin fuer­zas—, pueden disparar cuando quieran.»
El viaje, de cuatro y medio años luz, puede hacerse en media décima de segundo. Hubo algún dolor, tal y como le habían dicho, y después abrió la boca para respirar aquel nuevo aire. Sus ojos no parecían enfo­car muy bien, aunque sí veía el rostro de una mujer (¿Ella?) sobre la almohada de un hospital, el rostro también de una enfermera muy cerca (¿también Ella?). Era una experiencia traumática.
Gary no estaba seguro de casi nada, excepto del hecho que súbitamente una gigantesca figura, ataviada con chaque­ta blanca, luciendo negras patillas, y una tranquiliza­dora sonrisa, le estaba sosteniendo boca abajo por los tobillos y que en aquel momento le aplicaba una tre­menda bofetada en el trasero.
Garyjones lanzó un fuerte vagido, como debía ha­cerlo cualquier recién nacido. Pesó ocho libras y cuatro onzas.
—¡Un niño maravilloso! —gritó el doctor.
—¡He cambiado de idea! —gritó el niño maravilloso, que hasta hacía un momento había sido el adulto Gary Jones. Pero ya la queja resultaba excesivamente tardía