INFALIBLE
Por
Hugo Rodríguez
Lucas
murmuró ‘silenciar’. sintió una leve presión en los oídos y
la habitación dejó de hacer ruidos. Lucas no oía sus pasos, aunque
caminaba descalzo y sobre alfombra, tampoco oyó el quejido del sofá
polimorfo sobre el que acababa de acostarse y tuvo que imaginar el
cloqueo de los hielos en el whisky. Lucas recostó la nuca en el
respaldo y posó la mirada en el cielo raso. Murmuró algo más:
‘atenuar’ y la luz bajó su intensidad. Podía oír el aire que
entraba a sus pulmones, pero no el que exhalaba, le era suficiente
para calmar la respiración. Arrimó el whisky a los labios y apenas
lo besó. Prefirió sentir el aroma mientras se relajaba, lo bebería
de a sorbos, tan lento como pudiera. Era su tarde y la haría durar
una eternidad.
El
trino de un colibrí vibró en sus tímpanos: el único aparato que
podía eludir el silencio artificial era el timbre. El maldito,
detestable, infalible timbre de planta baja. Quién molestaría a
esta hora y en este día: el día de su reposo. Lucas se sentó en
el borde del sofá y posó el vaso en la mesa de cristal. De soslayo,
miró el celular. No se trataría de una amigo, ni de ninguna de sus
chicas, lo hubiesen llamado. Lucas se volvió a recostar. Quizás se
tratara de algún vendedor o de alguna travesura. Pero el colibrí
volvió a sonar. De todas maneras decidió esperar. Esperó por un
tercer trino y luego de varios segundos prevaleció el silencio, el
artificial y el otro. Los párpados de Lucas se cerraron. Podría
haber encendido la cámara y averiguar de quién se trataba, aunque
mejor así. Quien llama solo dos veces es alguien que no merece
atención. Por supuesto, porque ya se fue.
Tanteó
el vaso en la mesa, lo giró, adivinó el choque de los hielos y el
colibrí vibró de nuevo. No era el de planta. Sonaba el de su
departamento. El molesto visitante pudo entrar. Algún vecino
estúpido lo dejó entrar. ‘Que si está’. ‘Que no está’.
‘Que duerme’. ‘Que no duerme’. ‘Bueno, sí. Pase’. Él
también lo hizo en alguna oportunidad. Ahora, bebé de tu mismo
veneno, Lucas. Fingiría no estar. Era su tarde. No quería perderla,
la había deseado toda la semana. ¡Qué se vaya! ¡Qué vuelva otro
día! Nadie de importancia. Imaginaba los nudillos en la puerta. De
nada servía la barrera de silencio, los oía igual. ¡Maldita sea!
¿Debía abandonar el sofá y atender? ¡No! ¡Qué se vaya! Y otra
vez el trino. Y otra vez. Y una vez más. Resistí, Dic. Ya se irá.
Bebé el whisky. Te ayudará. Bebelo todo y sírvete otro.
¿Ves?
Ya no suena. Se cansó su dedo. Su repugnante dedo. Triunfaste. La
tarde es tuya. Disfrutala.
Lucas
no murmuró. Sintió una fuerte presión en el cuello y la habitación
dejó de hacer ruido.