lunes, 29 de enero de 2018

INFALIBLE

 INFALIBLE
Por
Hugo Rodríguez

Lucas murmuró ‘silenciar’. sintió una leve presión en los oídos y la habitación dejó de hacer ruidos. Lucas no oía sus pasos, aunque caminaba descalzo y sobre alfombra, tampoco oyó el quejido del sofá polimorfo sobre el que acababa de acostarse y tuvo que imaginar el cloqueo de los hielos en el whisky. Lucas recostó la nuca en el respaldo y posó la mirada en el cielo raso. Murmuró algo más: ‘atenuar’ y la luz bajó su intensidad. Podía oír el aire que entraba a sus pulmones, pero no el que exhalaba, le era suficiente para calmar la respiración. Arrimó el whisky a los labios y apenas lo besó. Prefirió sentir el aroma mientras se relajaba, lo bebería de a sorbos, tan lento como pudiera. Era su tarde y la haría durar una eternidad.

El trino de un colibrí vibró en sus tímpanos: el único aparato que podía eludir el silencio artificial era el timbre. El maldito, detestable, infalible timbre de planta baja. Quién molestaría a esta hora y en este día: el día de su reposo. Lucas se sentó en el borde del sofá y posó el vaso en la mesa de cristal. De soslayo, miró el celular. No se trataría de una amigo, ni de ninguna de sus chicas, lo hubiesen llamado. Lucas se volvió a recostar. Quizás se tratara de algún vendedor o de alguna travesura. Pero el colibrí volvió a sonar. De todas maneras decidió esperar. Esperó por un tercer trino y luego de varios segundos prevaleció el silencio, el artificial y el otro. Los párpados de Lucas se cerraron. Podría haber encendido la cámara y averiguar de quién se trataba, aunque mejor así. Quien llama solo dos veces es alguien que no merece atención. Por supuesto, porque ya se fue.

Tanteó el vaso en la mesa, lo giró, adivinó el choque de los hielos y el colibrí vibró de nuevo. No era el de planta. Sonaba el de su departamento. El molesto visitante pudo entrar. Algún vecino estúpido lo dejó entrar. ‘Que si está’. ‘Que no está’. ‘Que duerme’. ‘Que no duerme’. ‘Bueno, sí. Pase’. Él también lo hizo en alguna oportunidad. Ahora, bebé de tu mismo veneno, Lucas. Fingiría no estar. Era su tarde. No quería perderla, la había deseado toda la semana. ¡Qué se vaya! ¡Qué vuelva otro día! Nadie de importancia. Imaginaba los nudillos en la puerta. De nada servía la barrera de silencio, los oía igual. ¡Maldita sea! ¿Debía abandonar el sofá y atender? ¡No! ¡Qué se vaya! Y otra vez el trino. Y otra vez. Y una vez más. Resistí, Dic. Ya se irá. Bebé el whisky. Te ayudará. Bebelo todo y sírvete otro.

¿Ves? Ya no suena. Se cansó su dedo. Su repugnante dedo. Triunfaste. La tarde es tuya. Disfrutala.


Lucas no murmuró. Sintió una fuerte presión en el cuello y la habitación dejó de hacer ruido.