…GRANDES ESTEPAS
HELADAS…
Silvia Simonetti
García se despertó
tenía frío y no sabía donde estaba. Quiso moverse, pero le pareció
que toda su piel se resquebrajaría.
- ¡Tranquilo! -se ordenó
mientras su cerebro lo ubicaba en la realidad de a poco.
Ahora sabía que estaba
en el nicho, que había otros siete más y que estaban próximos a Io
ya que él estaba despertando.
El otro dato de la
realidad que siguió fue que estaba allí por una imposición que el
sindicato había hecho a la megacorporación para la que trabajaba:
en toda misión debía haber un obrero por cada siete científicos o
ingenieros.
No le hacía gracia estar
ahí, orbitando un planeta enorme y sulfuroso. Su tarea consistía en
conducir sobre la incierta superficie de Io un transporte-robot. Para
ello lo habían entrenado, le pagaban bien y computaba doble la
antigüedad.
Recordó que debía
moverse lentamente y no exigir demasiado a su cuerpo, en especial a
los pulmones que sentía latir como pájaros asustados dentro de su
pecho. Se apoyó con cuidado sobre el piso blanco y comenzó a
caminar en dirección a la hilera de nichos. Esperó encontrar a los
tres primeros desocupados ya que si él estaba despierto debían
estarlo los otro tres, dos bajarían al satélite, uno quedaría a
cargo de la nave principal y los restantes serían despertados para
hacerse cargo del regreso a la Tierra. Sin embargo a través del
vidrio escarchado de los visores vio los rostros de sus compañeros,
debían estar despiertos, pero dormían sus sueños criogénicos.
Cinco nichos ocupados,
dos vacíos: el suyo y el de su despertante. Giró buscándolo, la
falsa gravedad lo hizo moverse raramente, se sujetó de una consola y
siguió buscando.
- ¡ Amaya ! ¿Se llamaba
Amaya? no importa- gritó su nombre y otra vez fue raro, sonó a
hueco, a poco, a que nadie lo escuchaba.
Siguió caminando,
apoyándose en los tableros, al principio se preocupó de no tocar
nada que provocara una catástrofe, pero cuando al inicio de un
pasillo transversal vio asomada esa pierna enfundada en el traje de
la compañía se precipitó a toda carrera hacia allí sin importar
los click que sentía sonar bajo sus dedos crispados.
Amaya estaba en el piso
con la boca abierta y los ojos apagados. Lo sacudió con bronca
sabiendo que era inútil, estaba muerto.
- ¡Qué hijo de puta! ¡
Amaya....! ¡Me cago en tu alma! Me despertaste y te moriste sin
despertar a los otros- lo pateó con fuerza, quería matarlo él, que
se muriera de nuevo ante sus ojos.
Volvió hacia los nichos,
miró los monitores con los parámetros de cada uno de los dormidos y
el comando de controles. Por una de las ventanas observó a Júpiter
que ocupaba todo el espacio existente y a Io que acompañaba la
órbita de la nave mostrando su superficie caldosa.
- Yo sólo sé manejar el
carrito, no importa, son cinco, con alguno la voy a pegar, de arriba
a abajo, de izquierda a derecha, como escribo aprieto los botones -
estiró los dedos y los hizo crujir.
Las suaves curvas de los
latidos criogénicos de Juárez fueron reemplazadas por una férrea
línea continua y el sonido de una alarma.
García no se intimidó,
probó con el segundo nicho y usó el procedimiento inverso,
volvieron a sonar las alarmas. La cara del durmiente del tercer nicho
le pareció a García que se contorsionaba en una especie de ruego
desesperado, pero siguió adelante. Cuando llegó al cuarto nicho ni
miró de quien se trataba y golpeó con fuerza las teclas, se tapó
los oídos para no escuchar la alarma.
Se le ocurrió que la
Corporación ya debía saber que algo andaba mal, seguro estuvieron
tratando de comunicarse, pero pensó que Amaya había desconectado
algo por eso nadie podía lograrlo, él no tenía la menor idea de
cómo hacerlo, ni despertar dormidos, ni comunicarse con la
Corporación, ni arrojar a Amaya al espacio, que ya estaba empezando
a oler mal.
Se acercó al quinto
nicho y miró a Zapata con su cara blanca y lustrosa como de cera.
- Te voy a dar una
oportunidad flaco - le dijo golpeando el cristal con sus nudillos, se
sentó recostándose contra la base del nicho, le pareció que
Júpiter se los estaba devorando con su inmensa masa gravitatoria, ya
no se veía a Io, seguramente alguno debería haber hecho una
corrección de trayectoria.
- ¡Ma sí! alguien va a
venir Zapata, comida hay, oxígeno también - tuvo un escalofrío y
se sintió medio obligado a hacer algo para salir de esa situación,
pero estaba cansado, había dormido durante tres meses y seguro que
el pelotudo de Amaya no había completado como se debía el proceso
cuando lo despertó y por eso se sentía tan débil. Decidió dormir
un rato, soñó con desiertos y grandes estepas heladas.
Silvia Simonetti
Julio, 2012
Muchas gracias Silvia por
compartir tu relato en este blog.