Agradezco
a Adrián su colaboración.
B10
Por
Adrián
Dimarco.
También estaba Sara, pero
sintiéndose rehén de sus sueños, no le era posible contar con su apoyo. Pensar
en ella era lo único que lo “libraba” de la paradoja de sentir que el tiempo le
sobraba. Por todo lo demás, el Sr. Ludueña había caído en un laberinto sin
entrada, y pasaba las horas solitario, deambulando inútilmente por la casa o
tirado en una cama. En algún pliegue oculto de su alma, encontraba sin embargo,
un resto de voluntad para fingir bienestar durante las comunicaciones con Sara;
pero al cortar se desarmaba en llantos graves de hombre.
La serie de lamentables estadíos
transitados por el Sr. Ludueña, perduró hasta que fue sorprendido por la
videollamada, en la que se fijarían fecha y hora para una cita: sería en su
casa, con un alto ejecutivo que, si bien se identificó fehacientemente, se negó
a anticiparle detalle alguno del motivo de la reunión. La intriga alrededor del
asunto no esperanzó a Ludueña en su pesar, pero sí le acercó el soplo necesario
para aliviar tanto ahogo de certezas.
El día del encuentro, durante la
mañana, reacondicionó su living. Al mediodía sintió ganas de almorzar
(últimamente casi no tenía hambre) y pidió algo liviano. Después de comer media
ración, se sirvió un café y se acomodó en el sillón a matar la espera viendo la
señal de noticias. Logró olvidarse del reloj, sumergido en publicidades de
ventanas de cristal líquido en alta definición, pronósticos criminológicos e
informes bursátiles. Se sobresaltó al escuchar la alarma del sensor de visitas,
tanto, que hasta podría decirse que corrió a abrir la puerta.
— Buenas tardes. ¿Sr. Ariel Ludueña?
—El mismo. Y Usted debe ser....
—Lic. Guillermo Frisco, encantado
—interrumpió el ejecutivo estrechando la mano ya huesuda de Ludueña—. Me
acompaña el Ing. Rubén Melgar, especialista en seguridad integral. Si no se
opone, Rubén hará
una
rápida revisión de su hogar. No se preocupe, es solo para garantizar la
privacidad de nuestro encuentro.
—Adelante, pueden revisar
tranquilos, no creo que encuentren nada raro.
—Justamente por eso, porque lo raro
es lo que menos se encuentra, es que debemos revisar para estar seguros.
Durante
los cinco o seis minutos que demoró el escrutinio de la casa, Ariel y Guillermo
se entretuvieron hablando de banalidades tales como lo extremo del clima y la
rareza de los encuentros cara a cara entre personas desconocidas, como lo eran
ellos dos.
—Todo en orden señores, pueden
conversar con total privacidad —sentenció el ingeniero al concluir su chequeo.
—Gracias. Esperame en el transporte,
por favor. Tengo que hablar a solas con el Sr. Ludueña.
El ingeniero se despidió
cordialmente y se marchó. Lo de “hablar a solas” fue una simple excusa para que
Melgar saliera a velar por la seguridad, desde el vehículo estacionado en la
puerta.
—Bueno Ariel, ¿puedo llamarlo Ariel?
—Sí, no hay problema.
—Bien, comencemos. Supongo que
estará intrigado por el motivo de este encuentro, ¿verdad?
— ¿Y cómo estaría Usted en mi lugar?
Desde su videollamada no pude dejar de pensar. Mil veces me pregunté: ¿qué
tiene para decirme este hombre que requiera de un encuentro personal? ¿Y por
qué no puede adelantarme nada del asunto?
—Comprendo lo que siente, así que no
lo hago esperar más, vamos al grano. Usted, es usuario avanzado de GlobaNet
desde hace casi treinta años. Probablemente no lo recuerde, pero para ingresar
a nuestra red, usted aceptó las condiciones de privacidad, que en la sección
7.2.2 detallan que la información volcada en nuestros sistemas, podría ser
usada por GlobaNet siempre y cuando sea en pos de un beneficio claramente
comprobable para la humanidad.
—Perdón, pero ¿usted se acordaría de un click que
hizo hace treinta años? —preguntó Ludueña con ansiedad y razón—. Ni siquiera
recuerdo haber leído esas condiciones; mucho menos puedo saber de qué tratan y,
menos todavía, entender qué tienen que ver conmigo y con su visita.
—No se impaciente, por favor, le explico: soy el
líder del llamado “Proyecto B10”, y estoy aquí porque usted ha sido
seleccionado entre nuestros usuarios de todo el mundo para una prueba piloto.
— ¿Justo a mí? ¡Sí que tienen buena puntería en su
empresa! —bromeó Ariel visiblemente nervioso—.Yo lo lamento mucho, pero se
equivocaron de persona, porque hace unos días...
—Sé lo que me va a decir Ariel —interrumpió
Guillermo tratando de ahorrarle un mal trago—.
Sabemos que recientemente le han confirmado lo
irreversible de su enfermedad, y a riesgo de ser cruel, debo decirle que es
precisamente por eso que lo hemos elegido.
El
rostro afilado de Ludueña se transformó para dar paso a una incontenible descarga
de sarcasmo que, confieso, hasta a mí llegó a turbarme.
—A ver si entiendo bien: ustedes buscaron “moribundo
+ solitario + desesperado” y... ¡Bingo, aparecí yo! Pero supongo que no debo
ser el único en todo el mundo; es más, debemos ser unos cuantos, así que,
dígame licenciado, ¿por qué a mí? ¿Qué tengo de especial además de tener mis
días contados? ¿Acaso soy el primero en su lista de resultados? ¿Es por orden
alfabético o por número de días restantes? La presión fue insoportable pero
Guillermo no me defraudó: lo dejó terminar respetuosamente, haciéndose cargo de
la reacción de Ludueña. Luego actuó una pausa larga en la que permaneció
mirando al suelo, como avergonzado.
—Discúlpeme si lo herí. La verdad es que no encontré
otra forma de encarar el tema, lo siento. Y permítame decirle también, que
sabemos que su enfermedad no es lo que más lo atormenta. Su mayor aflicción es
por la carrera de su hija, que está a punto de doctorarse en Budapest. Usted
teme que la noticia sobre su estado de salud o su inminente muerte, le afecte
negativamente en sus investigaciones, que no logre ese doctorado que ella tanto
ansía. La ama profundamente, más de lo que cualquier padre puede amar a su
hija. Usted es el apoyo más fuerte para Sara y jamás se perdonaría ser el
impedimento para que concrete su sueño. Este asunto lo tiene más angustiado que
su propia muerte.
—Lo felicito Señor, ¡realmente sabe más de mí que yo
mismo! Y como si fuera poco, sigo sin saber cuál es mi papel en este juego
—Ludueña tenía ganas de echarlo pero no lo hizo. También quería conocer la propuesta.
—Cálmese Ariel, lo más difícil ya pasó, llegamos al
punto: el Proyecto B10 de GlobaNet tiene metas que la ciencia médica jamás
alcanzará porque ni siquiera están en sus dominios. Si luego de conocer de qué
se trata, acepta ser protagonista de esta prueba piloto, le garantizo que
pasaremos a escribir otra historia gracias a su
indispensable aporte.
Ludueña escuchó atentamente al líder del proyecto.
Éste le explicó con lujo de detalles los alcances de la propuesta. También le
entregó una carpeta con folletos y una especie de contrato para que firme en
caso de aceptar. Por último, le pidió absoluta discreción y le dio dos días
para pensar su respuesta. Se despidieron. Rubén esperaba al licenciado en el transporte.
—Controlalo bien de cerca —le dijo Guillermo en voz
baja al cerrar la puerta del vehículo—. En su estado, no va a consultar a
nadie, pero no quiero correr riesgos.
— ¿Creés que aceptará?
—No es cuestión de creer, va a aceptar. Hace mucho
que somos infalibles —respondió Guillermo con esos aires de grandeza que nunca
fueron de mi agrado.
El
salón europeo de GlobaNet se encuentra repleto. Desde su atril, el Lic.
Guillermo Frisco comienza su exposición sobre los resultados del Proyecto B10:
“Tengan
todos muy buenas noches. Les doy la bienvenida a esta presentación —el salón se
fundió en aplausos.
“Permítanme hacer una breve reseña histórica del
recorrido que nos trajo hasta aquí: a mediados del siglo XX surgió una red
mundial llamada Internet. Alguno de ustedes, tal vez haya oído hablar de ella.
Hoy solo quedan algunos tramos de esa red, pero ahí comenzó todo. Servicios
como el correo electrónico, chat y páginas web fascinaron a los usuarios en
todo el mundo. En los comienzos del siglo XXI, se difundió el uso masivo de redes
sociales. En ellas, las personas subían voluntariamente toda clase de información,
incluyendo detalles de su vida privada. Confiaban plenamente en las empresas
que custodiaban sus datos, aun cuando, por aquellos días, la seguridad tenía
incontables flaquezas. Luego, los avances tecnológicos acrecentaron este
fenómeno: teléfonos inteligentes, cámaras de seguridad en calles y hogares,
sistemas de posicionamiento global satelital. Todo se fue integrando. La gente,
a su vez, expresaba la voluntad de exponer todos los aspectos su vida en las
redes: ubicación global en cada instante, relaciones sociales, familia, amigos,
trabajo, gustos, hábitos de consumo, miedos, creencias, fantasías, y podría
seguir enumerando. Aquí es donde entra en juego la visión de GlobaNet de este
fenómeno humano.
“Hace poco cruzamos el portal de entrada a un nuevo
siglo y podemos afirmar que con B10 también hemos logrado saltar un límite
inimaginado —me irritan los alardes innecesarios de Guillermo, pero debo admitir
que la atención de la concurrencia no decaía—. En poco tiempo, la capacidad de
almacenamiento y proceso aumentó increíblemente. Los algoritmos de seguridad
son infranqueables. Nuestros usuarios confían ciegamente en la custodia y
privacidad que hacemos de sus datos. En resumen: un conocimiento inédito y profundo
de cada ser humano, sumado al desarrollo de avanzadas técnicas de virtualización,
son las bases de este proyecto.
“Lo que a continuación van a ver en pantalla, son
los registros audiovisuales de una experiencia realizada hace aproximadamente
seis meses con dos de nuestros usuarios: Ariel Ludueña, argentino, viudo, de 52
años de edad y su única hija, Sara, de 27 años, haciendo su doctorado en Budapest”
Un gesto en el aire de la mano de Ariel hace bajar las luces y echa a correr el
video.
—Hola Papá...
— ¡Sarita! ¡Estaba comiéndome las uñas esperando tu
llamada! ¡¿Y, cómo te fue?!
—Mal papá... me traicionaron los nervios, y eso que
me preparé muchísimo, te juro, pero no alcanzó. No pude defender algunos puntos
y tengo que volver a... —aquí se ve cómo Sara no puede contener la risa y Ariel
se da cuenta de la broma que le estaba jugando— ¡Bien Papá, me fue bien! ¡Al
fin me doctoré! No lo puedo creer... no sé ni lo que siento, después de tanto
esfuerzo, la verdad es que...
— ¡Te felicito hija! No sabés la alegría que me da.
¡Quiero estar ahí para abrazarte!
— ¡Yo también muero de ganas de darte un abrazo,
Papá, y festejar! ¡Te amo! Sé que no te gusta que te diga estas cosas, pero
todo es gracias a vos, a tu apoyo, te lo debo todo!
—Hice lo que haría cualquier padre, el esfuerzo y
los frutos son tuyos y de nadie más.
—Tengo una idea Papá, ¿tenés algo para brindar? ¿Por
qué no llenamos unas copas y las chocamos por la pantalla?
— ¡Dale! —dice Ariel entusiasmado yendo a buscar su
copa y sirviéndose un poco de vino de una botella que ya tenía empezada.
La
concurrencia observa el “tele brindis” y comparte la emoción de la escena
sellándola con sentidos aplausos que Guillermo deja sonar por más de un minuto.
Luego retoma la palabra.
“Me alegra que les haya gustado la escena. Hasta
noto cierto grado de emoción en muchos de sus rostros. Sin embargo, me veo
obligado a preguntarles: ¿notaron algo extraño en el video? ¿Algo que les haya llamado
la atención? ¿Detalles, por así decirlo, fuera de lugar?”
El
silencio de la concurrencia es absoluto. Algunos asistentes intercambian
miradas y movimientos de cabeza compartiendo su negativa. Todos callados
otorgan un “no” rotundo a las preguntas de Guillermo.
“Bien. Esto, sin duda, demuestra el éxito de este
proyecto cuyo nombre 'B10' procedo a explicar tratando de no aburrirlos con más
tecnicismos: los números '0' y '1' son los símbolos del sistema binario, base
de la tecnología digital. Sus similitudes con las letras mayúsculas 'O' e 'I'
nos permitieron jugar con la palabra 'BIO' que, como todos sabemos, significa
'vida'. Así, el nombre 'B10' pretende simbolizar la penetración de lo digital en
lo analógico de nuestra existencia.
“Y me preguntarán ¿qué tiene que ver la genealogía
del nombre del proyecto con la emotiva escena que acabamos de disfrutar?
Simple: cuando Sara Ludueña, desde Budapest, fue grabada en el video que hemos visto,
habían transcurrido ya cuatro meses desde el fallecimiento de su padre. No
obstante, durante ese período, mantuvo varias videollamadas con 'él', en las
que charlaron de temas muy variados. Su hija logró el doctorado gracias a la
voluntad de este hombre valiente, que evitó que su enfermedad terminal sea un
obstáculo para ella en su carrera. Como han observado, no hubo un solo indicio
que pudiera hacernos creer que Sara haya percibido algo extraño en la conducta
de su padre virtualizado. Así, el Sr. Ludueña pasará a la historia como el
primer hombre que extendió digitalmente su existencia más allá de su muerte.”
Nuevos aplausos coronan la actuación de Guillermo.
Al retomar la palabra, comienza a redondear su discurso.
“A partir de hoy disponemos de esta nueva
herramienta. Si consideramos que hoy en día la mayor parte de las
comunicaciones humanas son canalizadas a través de algún medio digital, no
tengo ni qué hablarles del universo de posibilidades que se abre con su
implementación. No obstante, se trata un recurso que debe ser utilizado con
toda la responsabilidad que conlleva el rol que cada uno de ustedes desempeña
en el mundo, siempre inmersos en el marco establecido por el Código de Ética
Digital vigente.”
Los aplausos retumban por última vez contra las
paredes del salón. El cerebro del proyecto responde algunas preguntas y se
despide cordial agradeciendo la atención. Lentamente, los asientos van quedando
vacíos entre comentarios y murmullos. Todo resulta tal como fue proyectado,
gracias a, y a pesar de, el licenciado Guillermo Frisco.
Solo me llamó la atención el pensamiento de un
joven, el asistente técnico de la organización del evento, quien mientras
desmontaba el equipamiento audiovisual, se preguntaba en silencio si Sara se
habría enterado ya de la verdad o si aún seguiría conversando con la marioneta
digital de su padre muerto.
Adrián Dimarco.