jueves, 3 de septiembre de 2015

b10


Agradezco a Adrián su colaboración.

B10

Por

Adrián Dimarco.

 

            También estaba Sara, pero sintiéndose rehén de sus sueños, no le era posible contar con su apoyo. Pensar en ella era lo único que lo “libraba” de la paradoja de sentir que el tiempo le sobraba. Por todo lo demás, el Sr. Ludueña había caído en un laberinto sin entrada, y pasaba las horas solitario, deambulando inútilmente por la casa o tirado en una cama. En algún pliegue oculto de su alma, encontraba sin embargo, un resto de voluntad para fingir bienestar durante las comunicaciones con Sara; pero al cortar se desarmaba en llantos graves de hombre.

            La serie de lamentables estadíos transitados por el Sr. Ludueña, perduró hasta que fue sorprendido por la videollamada, en la que se fijarían fecha y hora para una cita: sería en su casa, con un alto ejecutivo que, si bien se identificó fehacientemente, se negó a anticiparle detalle alguno del motivo de la reunión. La intriga alrededor del asunto no esperanzó a Ludueña en su pesar, pero sí le acercó el soplo necesario para aliviar tanto ahogo de certezas.

            El día del encuentro, durante la mañana, reacondicionó su living. Al mediodía sintió ganas de almorzar (últimamente casi no tenía hambre) y pidió algo liviano. Después de comer media ración, se sirvió un café y se acomodó en el sillón a matar la espera viendo la señal de noticias. Logró olvidarse del reloj, sumergido en publicidades de ventanas de cristal líquido en alta definición, pronósticos criminológicos e informes bursátiles. Se sobresaltó al escuchar la alarma del sensor de visitas, tanto, que hasta podría decirse que corrió a abrir la puerta.

            — Buenas tardes. ¿Sr. Ariel Ludueña?

            —El mismo. Y Usted debe ser....

            —Lic. Guillermo Frisco, encantado —interrumpió el ejecutivo estrechando la mano ya huesuda de Ludueña—. Me acompaña el Ing. Rubén Melgar, especialista en seguridad integral. Si no se opone, Rubén hará

una rápida revisión de su hogar. No se preocupe, es solo para garantizar la privacidad de nuestro encuentro.

            —Adelante, pueden revisar tranquilos, no creo que encuentren nada raro.

            —Justamente por eso, porque lo raro es lo que menos se encuentra, es que debemos revisar para estar seguros.

Durante los cinco o seis minutos que demoró el escrutinio de la casa, Ariel y Guillermo se entretuvieron hablando de banalidades tales como lo extremo del clima y la rareza de los encuentros cara a cara entre personas desconocidas, como lo eran ellos dos.

            —Todo en orden señores, pueden conversar con total privacidad —sentenció el ingeniero al concluir su chequeo.

            —Gracias. Esperame en el transporte, por favor. Tengo que hablar a solas con el Sr. Ludueña.

            El ingeniero se despidió cordialmente y se marchó. Lo de “hablar a solas” fue una simple excusa para que Melgar saliera a velar por la seguridad, desde el vehículo estacionado en la puerta.

            —Bueno Ariel, ¿puedo llamarlo Ariel?

            —Sí, no hay problema.

            —Bien, comencemos. Supongo que estará intrigado por el motivo de este encuentro, ¿verdad?

            — ¿Y cómo estaría Usted en mi lugar? Desde su videollamada no pude dejar de pensar. Mil veces me pregunté: ¿qué tiene para decirme este hombre que requiera de un encuentro personal? ¿Y por qué no puede adelantarme nada del asunto?

            —Comprendo lo que siente, así que no lo hago esperar más, vamos al grano. Usted, es usuario avanzado de GlobaNet desde hace casi treinta años. Probablemente no lo recuerde, pero para ingresar a nuestra red, usted aceptó las condiciones de privacidad, que en la sección 7.2.2 detallan que la información volcada en nuestros sistemas, podría ser usada por GlobaNet siempre y cuando sea en pos de un beneficio claramente comprobable para la humanidad.

—Perdón, pero ¿usted se acordaría de un click que hizo hace treinta años? —preguntó Ludueña con ansiedad y razón—. Ni siquiera recuerdo haber leído esas condiciones; mucho menos puedo saber de qué tratan y, menos todavía, entender qué tienen que ver conmigo y con su visita.

—No se impaciente, por favor, le explico: soy el líder del llamado “Proyecto B10”, y estoy aquí porque usted ha sido seleccionado entre nuestros usuarios de todo el mundo para una prueba piloto.

— ¿Justo a mí? ¡Sí que tienen buena puntería en su empresa! —bromeó Ariel visiblemente nervioso—.Yo lo lamento mucho, pero se equivocaron de persona, porque hace unos días...

—Sé lo que me va a decir Ariel —interrumpió Guillermo tratando de ahorrarle un mal trago—.

Sabemos que recientemente le han confirmado lo irreversible de su enfermedad, y a riesgo de ser cruel, debo decirle que es precisamente por eso que lo hemos elegido.

El rostro afilado de Ludueña se transformó para dar paso a una incontenible descarga de sarcasmo que, confieso, hasta a mí llegó a turbarme.

—A ver si entiendo bien: ustedes buscaron “moribundo + solitario + desesperado” y... ¡Bingo, aparecí yo! Pero supongo que no debo ser el único en todo el mundo; es más, debemos ser unos cuantos, así que, dígame licenciado, ¿por qué a mí? ¿Qué tengo de especial además de tener mis días contados? ¿Acaso soy el primero en su lista de resultados? ¿Es por orden alfabético o por número de días restantes? La presión fue insoportable pero Guillermo no me defraudó: lo dejó terminar respetuosamente, haciéndose cargo de la reacción de Ludueña. Luego actuó una pausa larga en la que permaneció mirando al suelo, como avergonzado.

—Discúlpeme si lo herí. La verdad es que no encontré otra forma de encarar el tema, lo siento. Y permítame decirle también, que sabemos que su enfermedad no es lo que más lo atormenta. Su mayor aflicción es por la carrera de su hija, que está a punto de doctorarse en Budapest. Usted teme que la noticia sobre su estado de salud o su inminente muerte, le afecte negativamente en sus investigaciones, que no logre ese doctorado que ella tanto ansía. La ama profundamente, más de lo que cualquier padre puede amar a su hija. Usted es el apoyo más fuerte para Sara y jamás se perdonaría ser el impedimento para que concrete su sueño. Este asunto lo tiene más angustiado que su propia muerte.

—Lo felicito Señor, ¡realmente sabe más de mí que yo mismo! Y como si fuera poco, sigo sin saber cuál es mi papel en este juego —Ludueña tenía ganas de echarlo pero no lo hizo. También quería conocer la propuesta.

—Cálmese Ariel, lo más difícil ya pasó, llegamos al punto: el Proyecto B10 de GlobaNet tiene metas que la ciencia médica jamás alcanzará porque ni siquiera están en sus dominios. Si luego de conocer de qué se trata, acepta ser protagonista de esta prueba piloto, le garantizo que pasaremos a escribir otra historia gracias a su indispensable aporte.

Ludueña escuchó atentamente al líder del proyecto. Éste le explicó con lujo de detalles los alcances de la propuesta. También le entregó una carpeta con folletos y una especie de contrato para que firme en caso de aceptar. Por último, le pidió absoluta discreción y le dio dos días para pensar su respuesta. Se despidieron. Rubén esperaba al licenciado en el transporte.

—Controlalo bien de cerca —le dijo Guillermo en voz baja al cerrar la puerta del vehículo—. En su estado, no va a consultar a nadie, pero no quiero correr riesgos.

— ¿Creés que aceptará?

—No es cuestión de creer, va a aceptar. Hace mucho que somos infalibles —respondió Guillermo con esos aires de grandeza que nunca fueron de mi agrado.

El salón europeo de GlobaNet se encuentra repleto. Desde su atril, el Lic. Guillermo Frisco comienza su exposición sobre los resultados del Proyecto B10:

“Tengan todos muy buenas noches. Les doy la bienvenida a esta presentación —el salón se fundió en aplausos.

“Permítanme hacer una breve reseña histórica del recorrido que nos trajo hasta aquí: a mediados del siglo XX surgió una red mundial llamada Internet. Alguno de ustedes, tal vez haya oído hablar de ella. Hoy solo quedan algunos tramos de esa red, pero ahí comenzó todo. Servicios como el correo electrónico, chat y páginas web fascinaron a los usuarios en todo el mundo. En los comienzos del siglo XXI, se difundió el uso masivo de redes sociales. En ellas, las personas subían voluntariamente toda clase de información, incluyendo detalles de su vida privada. Confiaban plenamente en las empresas que custodiaban sus datos, aun cuando, por aquellos días, la seguridad tenía incontables flaquezas. Luego, los avances tecnológicos acrecentaron este fenómeno: teléfonos inteligentes, cámaras de seguridad en calles y hogares, sistemas de posicionamiento global satelital. Todo se fue integrando. La gente, a su vez, expresaba la voluntad de exponer todos los aspectos su vida en las redes: ubicación global en cada instante, relaciones sociales, familia, amigos, trabajo, gustos, hábitos de consumo, miedos, creencias, fantasías, y podría seguir enumerando. Aquí es donde entra en juego la visión de GlobaNet de este fenómeno humano.

“Hace poco cruzamos el portal de entrada a un nuevo siglo y podemos afirmar que con B10 también hemos logrado saltar un límite inimaginado —me irritan los alardes innecesarios de Guillermo, pero debo admitir que la atención de la concurrencia no decaía—. En poco tiempo, la capacidad de almacenamiento y proceso aumentó increíblemente. Los algoritmos de seguridad son infranqueables. Nuestros usuarios confían ciegamente en la custodia y privacidad que hacemos de sus datos. En resumen: un conocimiento inédito y profundo de cada ser humano, sumado al desarrollo de avanzadas técnicas de virtualización, son las bases de este proyecto.

“Lo que a continuación van a ver en pantalla, son los registros audiovisuales de una experiencia realizada hace aproximadamente seis meses con dos de nuestros usuarios: Ariel Ludueña, argentino, viudo, de 52 años de edad y su única hija, Sara, de 27 años, haciendo su doctorado en Budapest” Un gesto en el aire de la mano de Ariel hace bajar las luces y echa a correr el video.

—Hola Papá...

— ¡Sarita! ¡Estaba comiéndome las uñas esperando tu llamada! ¡¿Y, cómo te fue?!

—Mal papá... me traicionaron los nervios, y eso que me preparé muchísimo, te juro, pero no alcanzó. No pude defender algunos puntos y tengo que volver a... —aquí se ve cómo Sara no puede contener la risa y Ariel se da cuenta de la broma que le estaba jugando— ¡Bien Papá, me fue bien! ¡Al fin me doctoré! No lo puedo creer... no sé ni lo que siento, después de tanto esfuerzo, la verdad es que...

— ¡Te felicito hija! No sabés la alegría que me da. ¡Quiero estar ahí para abrazarte!

— ¡Yo también muero de ganas de darte un abrazo, Papá, y festejar! ¡Te amo! Sé que no te gusta que te diga estas cosas, pero todo es gracias a vos, a tu apoyo, te lo debo todo!

—Hice lo que haría cualquier padre, el esfuerzo y los frutos son tuyos y de nadie más.

—Tengo una idea Papá, ¿tenés algo para brindar? ¿Por qué no llenamos unas copas y las chocamos por la pantalla?

— ¡Dale! —dice Ariel entusiasmado yendo a buscar su copa y sirviéndose un poco de vino de una botella que ya tenía empezada.

La concurrencia observa el “tele brindis” y comparte la emoción de la escena sellándola con sentidos aplausos que Guillermo deja sonar por más de un minuto. Luego retoma la palabra.

“Me alegra que les haya gustado la escena. Hasta noto cierto grado de emoción en muchos de sus rostros. Sin embargo, me veo obligado a preguntarles: ¿notaron algo extraño en el video? ¿Algo que les haya llamado la atención? ¿Detalles, por así decirlo, fuera de lugar?”

El silencio de la concurrencia es absoluto. Algunos asistentes intercambian miradas y movimientos de cabeza compartiendo su negativa. Todos callados otorgan un “no” rotundo a las preguntas de Guillermo.

“Bien. Esto, sin duda, demuestra el éxito de este proyecto cuyo nombre 'B10' procedo a explicar tratando de no aburrirlos con más tecnicismos: los números '0' y '1' son los símbolos del sistema binario, base de la tecnología digital. Sus similitudes con las letras mayúsculas 'O' e 'I' nos permitieron jugar con la palabra 'BIO' que, como todos sabemos, significa 'vida'. Así, el nombre 'B10' pretende simbolizar la penetración de lo digital en lo analógico de nuestra existencia.

“Y me preguntarán ¿qué tiene que ver la genealogía del nombre del proyecto con la emotiva escena que acabamos de disfrutar? Simple: cuando Sara Ludueña, desde Budapest, fue grabada en el video que hemos visto, habían transcurrido ya cuatro meses desde el fallecimiento de su padre. No obstante, durante ese período, mantuvo varias videollamadas con 'él', en las que charlaron de temas muy variados. Su hija logró el doctorado gracias a la voluntad de este hombre valiente, que evitó que su enfermedad terminal sea un obstáculo para ella en su carrera. Como han observado, no hubo un solo indicio que pudiera hacernos creer que Sara haya percibido algo extraño en la conducta de su padre virtualizado. Así, el Sr. Ludueña pasará a la historia como el primer hombre que extendió digitalmente su existencia más allá de su muerte.”

Nuevos aplausos coronan la actuación de Guillermo. Al retomar la palabra, comienza a redondear su discurso.

“A partir de hoy disponemos de esta nueva herramienta. Si consideramos que hoy en día la mayor parte de las comunicaciones humanas son canalizadas a través de algún medio digital, no tengo ni qué hablarles del universo de posibilidades que se abre con su implementación. No obstante, se trata un recurso que debe ser utilizado con toda la responsabilidad que conlleva el rol que cada uno de ustedes desempeña en el mundo, siempre inmersos en el marco establecido por el Código de Ética Digital vigente.”

Los aplausos retumban por última vez contra las paredes del salón. El cerebro del proyecto responde algunas preguntas y se despide cordial agradeciendo la atención. Lentamente, los asientos van quedando vacíos entre comentarios y murmullos. Todo resulta tal como fue proyectado, gracias a, y a pesar de, el licenciado Guillermo Frisco.

Solo me llamó la atención el pensamiento de un joven, el asistente técnico de la organización del evento, quien mientras desmontaba el equipamiento audiovisual, se preguntaba en silencio si Sara se habría enterado ya de la verdad o si aún seguiría conversando con la marioneta digital de su padre muerto.

 

Adrián Dimarco.