jueves, 16 de noviembre de 2017

HUNDIMIENTO.

En la noche gélida se desprendió del resto del hielo con un bramido de dolor. No hubo botadura, ni aplausos. Flotó en el océano, en el Atlántico; que le escupió su espuma y le gritó por su atrevimiento. El témpano navegó soberbio, pesado y en silencio.

En la mañana del 10 de abril de 1912, el Titanic apenas se mecía en la bahía. Allí estaban todos: colmando los pasillos del trasatlántico o agitando pañuelos en el muelle. Todos, a los que aplaudían la jactancia. No importaba la humildad hipócrita de los de abajo o los del medio.Todos eran cómplices, porque todos ambicionaban viajar algún día en primera clase con los que ostentaban las joyas y las capellinas de plumas, con los de esmoquin y galera. Aceptaban la trampa y la mentira. El buque aristócrata no contaba con cuatro motores. La cuarta chimenea era innecesaria. No había un motor bajo ella, la chimenea solo refrescaría los camarotes opulentos, el comedor lujoso, el gimnasio o la biblioteca. El Titanic mentía a los que saludaban su estirpe fastuosa.

Cuatro noches después, el Atlántico se había resignado al silencio pálido del témpano. Ahora lo arrullaba bajo un manto de estrellas y le rozaba con suspicacia las aristas. El Atlántico sabía de la
trampa, sabía que había más témpano bajo el agua, sin embargo, el océano aceptaba la mentira del
glaciar.

El domingo 14 de abril, a cuatro días de zarpar, el reloj del puente señalaba las 22:30. Se habían ejecutado los relevos sin novedad. Afuera, las estrellas acompañaban la marcha pesada y vehemente del Titanic. Lo acompañaban titilando: el trasatlántico orgulloso creyó que le temían y ellas, sin embargo, tremolaban de curiosas.

A medianoche, justo por proa, el iceberg surgió como una sombra desde el velo nocturno.
Sonaron las campanas y el timbre del teléfono. El puente gritó: '¡Timón a estribor! ¡Paren las
máquinas!'. Como una justa medieval, acerada y cruel, como el roce del torero y la bestia, los colosos se cruzaron: plebeyo y silencioso uno, monárquico y desmedido el otro. Se batieron en la noche
funeral, en la sal del Atlántico, que saludó la puja, agitando espuma desde las crestas.

Dos horas después, en la madrugada del lunes 15 de abril, el Titanic se alzó en la noche para
hundirse en el Atlántico. Dejaba en el agua helada, sin esperanza de salvarse, a 1500 pasajeros:
pasajeros del medio, de abajo, de arriba. Se partió en dos y tocó fondo. Allí descansa y se oxida la
máquina imperial. El otro titán se desgastó varios días después, y también reposa, esparcido en el Atlántico.