domingo, 10 de febrero de 2019

IRISH COFFEE







Continuará.

EL CHEQUEO

El Chequeo.

La muchacha gritó ante las fauces de la bestia y el joven le ordenó a la chica que corriera, para que el animal avanzara hacia él: sólo así, de cerca, horadaría la caparazón. Ante el monstruo, el joven dudó de esa estrategia, pero disidido, cargó el arma, apuntó, disparó y aquel engendro se desmoronó a sus pies. Entonces la muchacha tomó la mano del joven y reconoció que le había salvado la vida y se ofrecía para agradecerle cuando la escena se disfumó.
Mientras tanto, en el laboratorio, supervisaban el experimento un científico en jefe y su colaboradora. Ambos flanqueaban la mesa sobre la cual descansaba el cuerpo del aspirante, quien permanecía inconsciente. La asistente leía los datos en la computadora y valorizaba la aptitud del postulante ante las situaciones inesperadas. A continuación, el científico propuso medir el índice de patriotismo del candidato y ordenó a su asistente que reanudara la activación.
Una nueva escena se materializó en la mente del joven y ahora pilotaba una astronave de combate. Oyó, en el auricular de su casco, la orden de impactar su astronave contra el misil termonuclear que se acercaba a la Tierra. El piloto no lo dudó y dio, así, su vida por la patria.
La asistente puntualizaba en diez el heroísmo del paciente y el científico en jefe, que compartía la opinión de su colaboradora, ordenó la conexión de los sensores al cráneo del postulante, para realizar de esta manera, la última prueba.
El aspirante despertó en el interior de una estación espacial, donde se lamentaba de su permanencia de un año en completo aislamiento y sin esperanza alguna de que lo rescataran. Fue entonces que comenzaron las visiones. Primero la de su madre muerta; luego la de su padre que le reprochaba la vanidad y el abandono. También surgió la imagen de su esposa, traicionándolo con su mejor amigo; recriminándole que no necesitaba un héroe, sino un hombre. Todas estas pesadillas sumieron al joven aspirante en la desesperación. Sin nadie que lo oyera en aquella estación deshabitada, no dejaba de repetirse que era un idiota. Se lo recriminó una y otra vez, hasta que su desorden mental lo obligó a gritar y gritó, para que su grito se perdiera en las oquedades de la estación orbital. Gritó, para que su grito regresara a la mesa del laboratorio.
La pareja de legos guardó silencio, hasta que el candidato dejó de gritar. La asistente se lamentaba, mientras contemplaba la pantalla de la computadora, de que el joven no sirviera para el cargo. A su espalda, el científico en jefe ratificaba lo dicho por su asistente y agregaba la flaqueza del candidato para superar el miedo a la soledad, sumado a que los fantasmas lo obligarían a claudicar.

Horas después, la auxiliar se apersonaba en la sala de espera e invitaba, al siguiente postulante, entrar al laboratorio.