domingo, 4 de septiembre de 2016

LA HIJA DEL ETERNAUTA.
Por
Hugo Rodríguez.

II
EN SU CASA.


            Luego de andar unas pocas cuadras, la adolescente se detuvo  frente a la pared de un chalet, la trepó y saltó al otro lado, parecía entrenada para esto. Cayó sin hacer ruido en el fondo de la casa... de su casa. Oculta en la oscuridad y soberbiamente erguida, miró la vivienda; la ventana iluminada de su habitación; el laboratorio de su padre y de los amigos; donde inventaban... pobres sus amigos, recordó. Ahora miró otra ventana iluminada, era la del altillo y vio a través de las cortinas. No le cupo la menor duda: era la silueta del  padre y la de sus compañeros y la partida de truco; y las bromas; y las risas; pero no podía reír y comenzó a llorar como nunca, porque nunca hubo tiempo para hacerlo, de donde venía.

Quizás el intenso llanto hizo atraer la atención del grupo  que jugaba cartas, como haya sido, de pronto se encendió la luz del fondo y la chica enfundada en el extraño traje de buzo quedó expuesta a la vista de los cuatro hombres. Se acercaron y el padre, sin reconocerla, le apuntó con una escopeta:

— ¿Qué haces adentro de mi casa?

 Lo miró con ojos húmedos y un temblor enorme le recorrió el joven cuerpo, un nudo se le hizo en la garganta que le congeló el llanto. La muchacha no podía controlar la enorme emoción que significaba tener de nuevo al  padre tan cerca, después de tanto tiempo y tanto dolor transcurrido. Pero al fin pudo controlarse, porque sabía cómo hacerlo:

—Te amo papá —-le contestó con un tono de vos que hacía tiempo no se escuchaba a sí misma —. No sabes cuánto te extrañé.

            Los cuatro hombres escucharon la frase de la chica. Conmovidos prestaron mayor atención al rostro de la joven. Simplemente no lo podían creer, era la cara de Martita, la hija de Juan Salvo. Juan era el más incrédulo. Pero eran los profundos ojos negros de su hija los que lo miraban. Y fueron esos ojos los que lo obligaron a bajar el arma.
            De la casa salieron dos personas más, Elena, la esposa de Juan y la ‘otra’ Martita, algo menor que esta.

            —Mamá —Marta susurró desde el interior del traje —. Y comenzó a lloriquear.

            Desconcertado, Juan Salvo, volvió a increparla, esta vez con un tono más bajo, sin apuntarla  y sin aceptar todavía la paradoja de dos Martitas al mismo tiempo:

—Te parecés mucho a mi hija, pero no eres ella, así que decí quién sos y que hacés acá.

Respirando profundo el 'otro' aire, Martita se recompuso y miró a Favali, el profesor de física amigo de Juan:

— Favali —dijo —, seguro vos vas a entender mejor, por tus conocimientos de física.

Todos se alertaron al notar lo bien que lo conocía. Martita al darse cuenta del asombro que produjo, comenzó a enumerar datos de los demás.

—Ud. Es  Polsky, jubilado, y vos sos Lucas, empleado  bancario: con Favali quieren armar un micro láser, allá en el laboratorio —dijo, señalando el lugar en la casa.

Volvió a mirar al padre con enorme ternura:

— Y vos, además de ser mi padre, tenés el hobby del astro-modelismo.

Martita se detuvo en los ojos  a la mamá y a de la ‘otra’ Martita y les sonrió con amor. ¡Amor, por fin amor! Fue lo que pensó.
           
            Volviéndose hacia el desconcertado Favali,  comenzó a recitar una explicación que había aprehendido de memoria:        
 
—.Favali, yo soy Martita Salvo pero vengo del futuro, de algunos años en el futuro. Por eso estoy más crecidita. Ya soy adolescente y vengo a prevenirlos de la invasión. Sucederá dentro de una semana... el próximo viernes por la noche... se cortara la luz, cuando ustedes estén jugando al truco en el altillo y luego…

Martita comenzó a perder las palabras y la ilación del relato, siguió diciendo:

—Y luego comenzará una nevada... los copos te matan...

No es que Martita no recordara el relato, lo sabía y muy bien, lo había vivido, sino que de pronto la embargó una profunda consternación por el futuro funesto de los amigos del padre. Trató de simular y continuar con el relato, pero en ese momento Lucas interrumpió:

— ¡¿Una nevada en Buenos Aires?¡

— Si, así es Lucas —le contestó—. Solo que no es una nieve de este planeta, sino que la traen los ‘Ellos’: una raza maldita que nos quiere invadir y doblegar.

Ahora el que la interrumpía era el padre:

—Bueno ahora sí creo que no eres mi hija y también creo que estás loca.

Favali pidió la palabra:

—Juan, puede ser que no sea tu hija, pero el parecido y lo que sabe de nosotros... una forma de explicarlo es... bueno, la posibilidad de que haya viajado en el tiempo, lo cual yo creo posible, y me gustaría seguir escuchando la explicación pero dentro de la casa, si te parece. Está muy frío aquí y  no creo que ella sea peligrosa, además tenés la escopeta.

            Luego de dudarlo un poco, Juan Salvo invitó al grupo a entrar a la casa. Los tres amigos avanzaron delante, luego Martita en su traje de buzo y luego él, la esposa y la hija del presente.
  


BAJO LA PIEL



ATONAL

ATONAL.
Por
Hugo Rodríguez.

Ella se había despedido del sol y de alguna nube mediocre. Había dejado que la brisa le entibiara la piel y le contara historias de gaviotas.
Pálida.
Tersa.
Despiadada.
Se hundía su espalda en la arena igual que sus ojos en las cuencas, y la espuma ya la tocaba: en el hombro, en las manos, en el muslo, en los tobillos, en las uñas.

¿Por qué tanto silencio? Si aún la noche no comienza. No se oyen las estrellas.

Había dudas en ese cuerpo, tembloroso y  reciente que esperaba el desierto como quién espera el horizonte. Sus pechos como médanos. Su abdomen como playa, su pubis como océano.

El frío entra en los huesos, hiela la sangre y la brisa ya no habla.  

Pálida.
Tersa.
Despiadada.

Se alejaría con el agua y la sal  hasta el fondo impreciso, oscuro y entumecido.