SIMÉTRYKA.
Por
Hugo
Rodríguez.
De espalda al rectángulo de la entrada, en la penumbra del cubículo, un
hombre de mono-traje y corbata permanece
erguido. Lo acompaña una maleta de viaje, que flota a la altura de sus
rodillas. La silueta del hombre se desdibuja en la sombra y sólo
el ovoide pulido de su cráneo platea tenue. En el óvalo de su cara,
también de plata, se cincelan dos ranuras como ojos y dos líneas como labios. Desde las estrías de esos ojos contempla a
aquella mujer recta frente al panel de la ventana. Adivina sus curvas a través de la túnica que la cubre. Y la ve
girarse:
- ¡Ah! Todavía ahí - le habla la dama, de cráneo oval, de tez de plata,
de ojos como ranuras y labios como líneas -. Creí que te habías ido.
-No -responde él -.Quiero despedirme una vez más.
Deja que la mujer se le acerque lentamente, la ve deslizar los pies por
el parqué hasta que los rostros se enfrentan.
La rodea con los brazos, la oprime y las mejillas se tocan:
-Regresá pronto -, le susurra ella al oído.
-Sí. Sólo faltaré unos días.
Y en la luz mediocre del
cubículo se estrechan los cuerpos largos. Se cotejan una vez más los óvalos
pálidos de las caras. Se cierran los párpados y se fusionan los círculos de las
bocas en un beso ecuánime.
La dama le acomoda la corbata, él se gira y le da la espalda. Da los
pasos hasta el rectángulo de la entrada y lo atraviesa acompañado por la
maleta. Su figura surge al vestíbulo: un pasillo angosto, monocorde, flanqueado
por rectángulos opalinos. Camina hacia
el final del corredor, allí, el umbral
del variador de giro lo espera. 'Estacionamiento', vocaliza ante el umbral, lo
traspasa y emerge frente a un ejército de autos-esfera, obscuros, iguales, que
colman el lugar. Sus pasos repiquetean entre los vehículos hasta detenerse en
uno de ellos. 'Traslucir', vuelve a vocalizar, y el esferoide le revela el
interior: un asiento de pana frente a un tablero de control y una reducida
butaca trasera. El hombre se arremanga los pantalones, se inclina y luego de
traspasar la cubierta se confía a la pana del asiento. Por el
retrovisor ve a la maleta acomodarse en la butaca posterior. 'Opacar' es la nueva instrucción y
la esfera se poraliza. De todos modos, puede visualizar la miríada de globos
autómatas que aguardan en el estacionamiento. 'Sonorizar´, articula ahora su
garganta, y a sus oídos llegan monotonías relajantes que inundan la intimidad.
'Coordenadas 23E, 21U' y esa es la última orden antes que el paisaje uniforme
del estacionamiento se remplace por el gris compacto del cielo. Desde las
alturas, y a través del cristal esférico, divisa la ciudad: una cuadrícula
interminable de cubos idénticos que se repiten hasta el horizonte. Se
afloja la corbata y entrecierra los
párpados. La música relajante cumple su objetivo y el sujeto se adormila.
El velo cenizo del cielo aumenta la vaguedad uniforme de los cubos. Las
alturas se tachonan de esferoides voladores y sus ocupantes se confían al
juicio artificial de las máquinas. La
esfera se sacude una vez, dos veces y el hombre abre los párpados: las paredes
se han oscurecido y ya no puede ver el exterior. Un nuevo temblor, más violento
esta vez, lo desacomoda del asiento. Las líneas del rostro se le tensan, corrige su postura y con
dificultad manipula los controles. El vehículo repite las sacudidas, mientras
una luz titilante se ha encendido entre los mandos. Aleja las manos. Frunce el ceño y se toca la barbilla. Luego,
retoma el manejo del tablero y pronto, la luz deja de titilar, para apagarse después. Los temblores disminuyen y
el sujeto serena la mirada. Ya no tiembla el vehículo, pero las paredes
continúan opacas. Inspira profundo y
acciona una llave: los sonidos calmantes regresan y el cristal de la esfera se
transparenta. Afuera, la capa de nubes continúa empalideciendo a los perpetuos
cubos de la ciudad.
Abatido en el asiento,
contempla el métrico paisaje urbano
mientras su respiración se calma. Luego de unos minutos, recompone su
apariencia y ajusta el nudo de la corbata: en el tablero, en una pantalla
pequeña, han surgido las coordenadas dictadas al partir, '23E, 21U'. Balbucea
una instrucción y el arrullo musical ya
no suena. El paisaje urbano se remplaza una vez más por el interior de un
estacionamiento atestado de esferoides. Traspasa el vehículo y se dirige hacia el variador de giro, pero detiene sus
pasos por un momento e inclina la cabeza: la maleta no flota junto a sus
rodillas. Regresa al auto-esfera y el
asiento posterior se encuentra desocupado. El sujeto panea la mirada por el
recinto, revisa una vez más el interior del vehículo, se yergue, inspira y
estira su traje. Retoma los pasos hacia el variador y atraviesa el umbral luego
de pronunciar el número del nivel. Reaparece en un vestíbulo flanqueado de
rectángulos opalinos; camina, mientras los coteja desde el surco de sus ojos. Se
detiene ante uno de ellos y lo traspone entrando al aposento: el hombre de mono-traje y corbata permanece erguido.
Junto a sus rodillas, ahora flota la maleta de viaje y aquella mujer recta frente al panel de la
ventana se gira y le habla:
- ¡Ah! Todavía ahí. Creí que te habías ido.
Fin.