lunes, 6 de febrero de 2017

PACIENTE.

PACIENTE.
Por
Hugo Rodríguez.


Jamás volveré a salir con mis pacientes: la terapia en el consultorio.
No es mala idea, sicóloga.
No te burles. ¿Adónde me llevás, Juan?
Dejamos el auto acá. Caminaremos.
¿Pero esto es el medio del campo?
Así parece. Bajá, Gisela.
Yo no pienso bajar.
Bajá, dale. No me obligués a apuntarte.
No es muy profesional lo mío, pero estás re-loco.
Juntá las manos.
¿Y ahora qué? ¿Esposas también?
Sí.
Juan, no sigas. Me falta el aire. Es el asma.
No, no es el asma. Metete por ese sendero. Caminá, vamos.
Juan no sigas. Todo esto te lo estás inventando.
Caminá, dale.
Hace un calor de mierda.
25 grados es una temperatura agradable.
Para vos. Yo sufro el calor.
Lo sé.
Cuánto vamos a caminar.
Unos metros, seguí.


Es una locura.
Sí, Gisela. Sin duda.
Vos no sos ningún extraterrestre. Yo soy tu sicóloga. Sufro de asma y me falta el aire.
Claro. Tenés razón. Al menos una razón. Ahora sentate en ese tronco; —vamos a descansar. La nave está cerca.
Oh, la nave, sí, por supuesto. ¿Dónde aterrizaste?
Allá. Junto a aquellos sauces, a un lado de este arroyo.
¿Es grande tu nave?
Algo. Un ovoide de una manzana, más o menos.
Ajá. ¿Por qué no la veo?
Bueno, está activado el campo de invisibilidad.
¡Oh! invisible. ¡Qué oportuno!
Por supuesto. No era bueno que supiesen que estaba aquí ¿No te parece?
Juan, no sos de otro planeta. Sos humano. Como yo, como todos. Respirás de este aire. Tenés pulmones, corazón y un físico...muy imponente, por cierto.
Sí soy humano, Gisela. Pero no de la Tierra. De otra colonia.
Bueno, ahí vamos otra vez.
Mi físico es imponente, como vos decís, porque en 'Pirna', de donde vengo, la gravedad es un tercio mayor que la de la tierra.
No, Juan ¡carajo! ¡No existe ningún 'Pirna'! Tenés ese lomo porque hacés fierros y ¡seguro que tomás anabólicos que te plancharon las neuronas!
Levantate. Seguimos.
No doy más. Necesito mi inhalador.
No sufrís de asma, Gisela. Estás apunada.
Estamos al nivel del mar, boludo. No tenés cura, Juan.
Vamos. Levantate y caminá.
¿Es necesario que me apuntes y que me amarres?
Sí.
Y si me niego a caminar ¿serías capaz de matarme?
No lo dudes.
Ok.
Caminá delante de mí, costeando el arroyo.
Como digas.

¿Por qué te detenés? seguí caminando, Gisela.
Cuando lleguemos a tu nave y la nave no esté -que es lo más probable- ¿Qué me vas hacer? ¿Me vas a violar?
Antes me pego un tiro.
Se supone que el paciente se enamora de su analista.
Vos no sos sicóloga y yo no soy tu paciente. Ahora callate y caminá.
No puedo respirar, Juan.
Ya estamos cerca. En la nave vas a estar mejor.
Sí, claro.


¿Y, Juan? Veo los sauces, pero ¿la nave? ...minga.
Frente a vos.
No hay nada...pero sí oí un ruido ¿Qué fue?
Se abrió la compuerta. Entrá.
¡No me empujés! ¡Mierda! ¡Carajo! ¿Don...dónde estoy?
Levantate. Caminá hacia allá.
Pero ¿qué es este lugar?
Ahora entrá allí. ¿Entrás o te empujo?
No, está bien.
Ya te podés quitar las esposas, están desactivadas, y no trates de salir; hay un campo de fuerza.
¡Ay! ¡Mierda!
Te lo dije.
¿Dónde estoy? ¿Qué carajo está pasando?
Este es tu calabozo, Gisela. Tiene el clima y la atmósfera de tu planeta. ¿Estás mejor?
Sí…pero… ¡qué importa! ¿De qué me hablás? ¿Qué planeta?
De 'Tersa'. Estamos en guerra con ustedes desde hace algún tiempo. Mucho tiempo diría yo.
Yo qué tengo que ver con... 'Tersa' o como se llame.
Sos una 'tersiana'. Han hecho un buen trabajo con vos. Te creés humana.
¡Soy humana!
¡Sos una mierda 'tersiana'! ¡Sos un engendro del cosmos! y estás a punto de estallar. Hubieses explotado en la Tierra y la hubieses destruido como destruyeron otras colonias.
¡Sacame de acá! ¡Quiero salir!
Vas a salir. Te arrojaré al vacío, Gisela; para que explotés en medio de la nada.
¿Qué querés decir?
Que ya dejamos la Tierra y el sistema solar; eso digo.
No oí que despegáramos. No oí motores o algo así.
No usamos motores, Gisela: plegamiento espacial.
Qué me sucede. ¿Qué le pasa a mis brazos?
Son tus tentáculos. Y ahora... humana... ¡fuera!


Fin.

LA HIJA DEL ETERNAUTA VII. FUSIÓN

LA HIJA DEL ETERNAUTA.
Por
Hugo Rodríguez.

VII.
FUSIÓN.

La noche fría del viernes, comenzó. El chalet de los Salvo, herméticamente cerrado, albergaba a un grupo humano que disfrutaba la tensa alegría de una falsa fiesta. Todos estaban a resguardo en el improvisado búnker, si la invasión que vaticinaba Martita era cierta. Pero si no, como ella misma había dicho, pasarían una agradable velada. Allí estaban los amigos de Juan con sus familias completas. También Ramírez, el vecino de enfrente y su esposa. La joven del futuro fue presentada como una sobrina de Juan, llegada de Mendoza, y así salvaron el parecido con su 'yo' del presente, que pasó por su prima.

La fiesta promediaba. Las jóvenes se habían encerrado en el dormitorio, buscando apartarse de la animosidad de los invitados. Quizás para estar juntas y distenderse, ya que parecía que el resto de las personas disfrutaban de la reunión, incluso los que sabían el real motivo del ágape.
De pronto un estruendo insondable, que hizo vibrar la casa, se escuchó desde la habitación de las jóvenes. De Inmediato se oyó también un patético grito. Todos acudieron al aposento. Elena abrió la puerta y encontró la pieza iluminada intensamente, algunos tuvieron que cubrirse los ojos. La luz provenía de todas partes, de todas las cosas, Elena, aún deslumbrada, pudo percibir a su hija que yacía de rodillas en el suelo. Martita emitía luz como el resto de la habitación pero enseguida la escena comenzó a normalizarse.
Elena, entonces se arrojó sobre su hija y la abrazó. Juan también se acercó, el resto de los invitados miraban aturdidos.
-¡Hija! ¿Estás bien? -preguntó alterado, Juan -¿Dónde está...tu prima?
-Yo le desactive el traje...-dijo trémula, la niña -yo conocía la clave porque yo era ella...lo hice porque tenía miedo por lo que viene.
La joven buscó la mirada de su padre:
-Papá, ella está aquí con migo. Ella y yo ahora somos una sola persona.
Entonces la niña levantó su blusa y dejó ver una cicatriz en el costado izquierdo de su abdomen.
Favali, Lucas y Polsky quedaron azorados. Elena y Juan miraron a su hija con asombro.
-Ya no tengo miedo -continuó la niña, ahora con voz firme-, y sé todo sobre como resistir la invasión. Crecí de golpe, como mi otro yo del futuro.

El conjunto de mujeres y hombres, no salía de su asombro. Atónitos por lo sucedido y tratando de encontrarle sentido a lo versado por la niña, guardaron un instante de reflexivo silencio. Silencio, dentro y fuera. Silencio, para dar lugar a un solo ruido. Un golpeteo similar a insectos chocando contra la ventana: los copos fosforescentes que comenzaban a caer. Los cuerpos se petrificaron al igual que las miradas. Martita dejó de observar la ventana para mirar el rostro de su padre. Ya no era él, ya era el viajero de la eternidad.

Fin.