LA
HIJA DEL ETERNAUTA.
Por
Hugo
Rodríguez.
VII.
FUSIÓN.
La
noche fría del viernes, comenzó. El chalet de los Salvo,
herméticamente cerrado, albergaba a un grupo humano que disfrutaba
la tensa alegría de una falsa fiesta. Todos estaban a resguardo en
el improvisado búnker, si la invasión que vaticinaba Martita era
cierta. Pero si no, como ella misma había dicho, pasarían una
agradable velada. Allí estaban los amigos de Juan con sus familias
completas. También Ramírez, el vecino de enfrente y su esposa. La
joven del futuro fue presentada como una sobrina de Juan, llegada de
Mendoza, y así salvaron el parecido con su 'yo' del presente, que
pasó por su prima.
La
fiesta promediaba. Las jóvenes se habían encerrado en el
dormitorio, buscando apartarse de la animosidad de los invitados.
Quizás para estar juntas y distenderse, ya que parecía que el resto
de las personas disfrutaban de la reunión, incluso los que sabían
el real motivo del ágape.
De
pronto un estruendo insondable, que hizo vibrar la casa, se escuchó
desde la habitación de las jóvenes. De Inmediato se oyó también
un patético grito. Todos acudieron al aposento. Elena abrió la
puerta y encontró la pieza iluminada intensamente, algunos tuvieron
que cubrirse los ojos. La luz provenía de todas partes, de todas las
cosas, Elena, aún deslumbrada, pudo percibir a su hija que yacía de
rodillas en el suelo. Martita emitía luz como el resto de la
habitación pero enseguida la escena comenzó a normalizarse.
Elena,
entonces se arrojó sobre su hija y la abrazó. Juan también se
acercó, el resto de los invitados miraban aturdidos.
-¡Hija!
¿Estás bien? -preguntó alterado, Juan -¿Dónde está...tu prima?
-Yo
le desactive el traje...-dijo trémula, la niña -yo conocía la
clave porque yo era ella...lo hice porque tenía miedo por lo que
viene.
La
joven buscó la mirada de su padre:
-Papá,
ella está aquí con migo. Ella y yo ahora somos una sola persona.
Entonces
la niña levantó su blusa y dejó ver una cicatriz en el costado
izquierdo de su abdomen.
Favali,
Lucas y Polsky quedaron azorados. Elena y Juan miraron a su hija con
asombro.
-Ya
no tengo miedo -continuó la niña, ahora con voz firme-, y sé todo
sobre como resistir la invasión. Crecí de golpe, como mi otro yo
del futuro.
El
conjunto de mujeres y hombres, no salía de su asombro. Atónitos por
lo sucedido y tratando de encontrarle sentido a lo versado por la
niña, guardaron un instante de reflexivo silencio. Silencio, dentro
y fuera. Silencio, para dar lugar a un solo ruido. Un golpeteo
similar a insectos chocando contra la ventana: los copos
fosforescentes que comenzaban a caer. Los cuerpos se petrificaron al
igual que las miradas. Martita dejó de observar la ventana para
mirar el rostro de su padre. Ya no era él, ya era el viajero de la
eternidad.
Fin.
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