Agradezco la colaboración
del joven escritor y amigo Nahuel
Delgado.
BABEL.
Por
Nahuel
Delgado.
Vienen
en dirección contraria, lampiños, verticales, evolucionados, vociferantes,
apilarán piedras, morarán, contemplarán y dialogarán en el último nivel de la
torre, geométricos, refinados, urbanos. Hasta que la torre caiga en los
pastizales, y un gesto de trueno se oculte cobarde detrás de una nube…
En un momento rodarán las piedras.
Se asentaran. Y sobre la catástrofe, el grito desesperado de los sobrevivientes.
El efecto será inmediato. No habrá diálogos. No habrá voces. Solo sonidos
bestiales que las emulen. Así arrancarán el desentramado. Dios tirando de un
hilo.
Primero las madres angustiadas, los
hijos inalcanzables, los amantes distanciados para siempre. El pánico nuevo, y
la lengua condenada al exilio. Seguirán así por horas, afónicos proclamando,
emitiendo nada. Sobre la aldea un contrapunto de dialectos bárbaros, de
silencios de pájaro, de llantos felinos, de hombres despojados y mujeres que no
entenderán esta fractura múltiple del espacio.
Impotentes recurrirán a los abrazos,
a los rasguños, a los golpes y a las miradas penetrantes. Descubrirán que el
guiño y las señas también les están vedados, pues comparten axiomas con las
cuerdas bocales. Buscarán reunirse en silencio antes de que caiga la noche. No
lo lograrán.
Al cabo de unos años podrán sentarse
alrededor de un fuego. De la aldea, sólo quedarán las ruinas de las piedras de
la torre.
De esa última reunión nada podrá
decirse. Incapaces de acordar algo, desestimada la posibilidad de construir una
nueva lengua (ya no será necesario) y sin el ejercicio del idioma (que
sentencia la muerte de los conceptos), entrarán en una parábola furiosa.
Encorvados perderán el ropaje, se destruirán
las rodillas, descenderán a una comunicación básica, tosca, huraña, corporal. Vivirán
los siglos. Intentarán la teatralización, después la danza, por último, la
imitación de los bosques laterales. Las nuevas generaciones producto del pulso
terrenal, ya no imitarán al bosque, serán el bosque, serán el oso, serán el
águila y el lobo. Invulnerables, cuadrúpedos, alados morarán en las grutas, se
arrastrarán, treparán los árboles para no bajar jamás, se poseerán en los ríos,
se devorarán, se ultrajarán, se pudrirán, se multiplicarán en las últimas
vueltas de la madeja.
Ya reptando, escamosos,
unicelulares, de ojos fríos, no sabrán que es el tiempo, y no advertirán que la
historia ya no les pertenece, sino, que es de ellos, de esos que vienen en
dirección contraria, lampiños, verticales…