lunes, 2 de noviembre de 2015

babel


Agradezco la colaboración del  joven escritor y amigo Nahuel Delgado.

 

BABEL.

Por

Nahuel Delgado.

 

Vienen en dirección contraria, lampiños, verticales, evolucionados, vociferantes, apilarán piedras, morarán, contemplarán y dialogarán en el último nivel de la torre, geométricos, refinados, urbanos. Hasta que la torre caiga en los pastizales, y un gesto de trueno se oculte cobarde detrás de una nube…

            En un momento rodarán las piedras. Se asentaran. Y sobre la catástrofe, el grito desesperado de los sobrevivientes. El efecto será inmediato. No habrá diálogos. No habrá voces. Solo sonidos bestiales que las emulen. Así arrancarán el desentramado. Dios tirando de un hilo.

            Primero las madres angustiadas, los hijos inalcanzables, los amantes distanciados para siempre. El pánico nuevo, y la lengua condenada al exilio. Seguirán así por horas, afónicos proclamando, emitiendo nada. Sobre la aldea un contrapunto de dialectos bárbaros, de silencios de pájaro, de llantos felinos, de hombres despojados y mujeres que no entenderán esta fractura múltiple del espacio.

            Impotentes recurrirán a los abrazos, a los rasguños, a los golpes y a las miradas penetrantes. Descubrirán que el guiño y las señas también les están vedados, pues comparten axiomas con las cuerdas bocales. Buscarán reunirse en silencio antes de que caiga la noche. No lo lograrán.

            Al cabo de unos años podrán sentarse alrededor de un fuego. De la aldea, sólo quedarán las ruinas de las piedras de la torre.

            De esa última reunión nada podrá decirse. Incapaces de acordar algo, desestimada la posibilidad de construir una nueva lengua (ya no será necesario) y sin el ejercicio del idioma (que sentencia la muerte de los conceptos), entrarán en una parábola furiosa.

            Encorvados perderán el ropaje, se destruirán las rodillas, descenderán a una comunicación básica, tosca, huraña, corporal. Vivirán los siglos. Intentarán la teatralización, después la danza, por último, la imitación de los bosques laterales. Las nuevas generaciones producto del pulso terrenal, ya no imitarán al bosque, serán el bosque, serán el oso, serán el águila y el lobo. Invulnerables, cuadrúpedos, alados morarán en las grutas, se arrastrarán, treparán los árboles para no bajar jamás, se poseerán en los ríos, se devorarán, se ultrajarán, se pudrirán, se multiplicarán en las últimas vueltas de la madeja.

            Ya reptando, escamosos, unicelulares, de ojos fríos, no sabrán que es el tiempo, y no advertirán que la historia ya no les pertenece, sino, que es de ellos, de esos que vienen en dirección contraria, lampiños, verticales…





domingo, 1 de noviembre de 2015

duplicate


 

DUPLICATE.

Por

Hugo Rodríguez.

 

GRABANDO.

“Hola, a quien sea. Mi nombre es Mary. Debo andar por los diez años. Creo que es lunes, si no perdí la cuenta. Vivo en Berazategui y anochece. Encontré este celu que no tiene cámara, pero al menos graba. Estoy sola. Ya no están ni mamá,  ni papá”.

PAUSA.

GRABANDO.

“No quiero ser melodramática. Vamos al punto. Bueno, ya saben, apareció uno que tocó  los botones y ¡plaf! ¡A la mierda todo! Por estos lados no quedó ni el loro. No hay agua, ni animales, ni plantas. Algún que otro robot patalea por ahí, como Frank, que me acompaña. Frank es grandote y fortachón. Habla poco, pero es muy inteligente. Me protege. Armó con lo que quedaba de un auto  un coche solar que está genial y con eso paseamos por todos lados. Esos sí, funca de día nada más. Nos refugiamos en el Bingo. Quedaron algunas paredes y algo del techo, lo demás es puro cascote”.

PAUSA.

            —Mary, conviene que descanses. Mañana salimos temprano.

            —Sí, Frank. ¿Frank? ¿Por qué no quedó agua?

            —Después de las explosiones, en la atmósfera se formaron posos enormes de vacío  por donde el agua de los océanos, lagos y ríos se fugó al espacio.

            — ¡Uy! ¡Sí! Recuerdo las olas, ¡Gigantes! Se perdían en el cielo.

            —Puede ser que queden lagos o ríos subterráneos, nada más.

            — ¿Encontraremos alguno, alguna vez?

            —En la provincia de Buenos Aires es poco probable. En la Patagonia o cerca de los Andes, pudiera ser. Pero ahora descansá. Mañana tendremos una jornada intensa.

            —Sí. Ya se hizo noche.

GRABANDO.

“Mañana nos vamos para La Plata, porque en el celular había entrado un mensaje:

 

Hoy DUPLICATE. Cargá dde. $5

y duplicá tu crédito por 7 días.

 

            Frank me explicó que trianguliando, o algo así,  dedujo que la señal venía de allá. Según él había posibilidades de que alguien estuviera vivo. Yo creo que no hay nadie, que la señal se activó sola. Pero mientras vallamos para el sur está todo bien. Porque acercarse a la capital es jodido. Desde acá, se puede ver el cielo violeta eléctrico y eso quiere decir, radioactivo”.

PAUSA.

GRABANDO.

“Ah, me olvidaba, Frank le sacó las gomas al coche solar y las yantas calzaron justo en los rieles del Roca ¡Así que viajaremos por las vías! ¡Es un capo!”.

PAUSA.

GRABANDO.

“Bien, supongamos que hoy es martes. Perdimos toda la mañana preparando el viaje. Lo llenamos al coche de porquerías. Al final partimos para La Plata a eso de las cuatro de la tarde. Frank  hizo otra trianguliación con el sol y supo la hora. Por las vías el auto-solar anda más lento. Tenemos que ir con cuidado porque pueden estar rotas, como en el cruce de Villa España. El fortachón se tomó el laburo de traer unos rieles  del ramal de Ránelagh y los calzó donde faltaban y así pudimos llegar hasta Plátanos. En Plátanos no hay nada, ni árboles, ni plantas, ni pastos. Me acuerdo de que antes que todo se fuera al carajo vinimos un par de veces a la pileta con mis papis. Ahora no quedó ni el trampolín. El arroyo ese que olía a mierda está más seco que no sé qué. Para el oeste -yo sé dónde queda el oeste porque papá me enseñó; estirás los brazos en cruz y mirás hacia donde sale el sol, ahí es el este, a la espalda el oeste, a la izquierda el norte y a la derecha el sur-.  Bueno, miraba para el oeste, como decía, y está todo seco y pelado. Lejos, lejos, se ven algunas chimeneas y nada más”.

PAUSA.

            —Frank, lo que dejamos atrás era  Hudson ¿no?

            —Correcto. Ahora toda esta planicie que vez  era un bosque.

            — ¿Un bosque?

            —Sí, Mary. Miles de árboles y plantas de diversas especies. Esto ya pertenece a Pereyra.

            — ¡Ah! El parque Pereyra.

            —Correcto.

            — ¿Frank? ¿Debería sentir hambre, no? ¿Trajiste comida?

            —Negativo. No se encuentra por ningún lado.

GRABANDO.

            “Se iba la tarde y nos detuvimos en los restos de un andén. Primero bajó Frank, que limpió el lugar de vidrios, de maderas y escombro. Era la estación de Villa Lisa, Frank encontró un pedazo de letrero, el que decía “Lisa”. Yo intentaba reconocer el lugar desde el vehículo”.

PAUSA.

            —Frank. ¿Vez este camino que va para el río?

            —Afirmativo.

            —Por ahí íbamos a Punta Lara. A papá le gustaba pescar. A mí no. Pero le hacía el aguante. A mamá tampoco le gustaba y se aburría. Ahora no debe haber ni un pescado.

            —Tampoco hay agua, Mary.

            —Tampoco está papá.

            —Pasaremos la noche aquí. Dormirás en aquél banco junto al muro.

GRABANDO.

“Frank le arregló la pata al banco  y acomodó unas frazadas. Yo me senté, no quería acostarme. No sé para qué, no dormiría y tampoco soñaría. No recuerdo ningún sueño. Miré para el lado del río, ya se venía la noche y empezaba a soplar viento, debería sentir frío. Recogí un  pedazo de vidrio para mirarme la cara. Hacía días que no me miraba: el viento me despeinaba las mechas, sucias y descoloridas ¡si me viera mamá! Mi rostro es igual al de ella, aunque ahora le falta un pedazo: se ve mi cámara óptica y mi estructura de titanio. No creo que Frank me pueda reparar”.

 
Fin.