viernes, 1 de octubre de 2021

Transcripciones

 

Transcripciones


Julia se sienta sola en el aula, junto a la pared.

 


Aquella mañana el profesor de Botánica blandía una hoja de papel mientras disertaba con los alumnos y se acercaba al banco de Julia.

...de hecho —decía el profesor—, las plantas monitorizan su entorno visible en todo momento. Las plantas ven si alguien se les acerca o se cierne sobre ellas.

Se detuvo ante la joven que permanecía abrazada a su pupitre, sumergida en un ensueño.

¿Me vio llegar, alumna Silena? ¿Señorita Silena? ¡Julia!

La joven emergió a la superficie mientras contenía un bostezo.

Buenos días —dijo el profesor que buscó la mirada de los alumnos—. Bien venida.


Julia Silena es una joven blanca y cándida, en apariencia muy tímida, muy susceptible, para evitar la visita de muchachos incómodos y faltos de delicadeza.


Este es su examen, Silena —dijo el profesor sonriendo, mientras agitaba la hoja de la prueba. Y, si usted me lo permite, leeré su respuesta a la tercera pregunta.

Esperó el permiso de la joven, pero no llegó.

Bien, la leeré de todos modos —le afirmó a la clase.

No hay que creer que la palabra sirva jamás para las verdaderas comunicaciones entre los seres. Los labios o la lengua pueden representar al alma del mismo modo que una cifra o un número de orden representa una pintura.”

El profesor se interrumpió y con la sonrisa aún en los labios giró la cabeza, para chocarse con la mirada de Julia, que le borró la sonrisa. Derrotado, regresó al papel y continuó: “Pero la palabra es grande también; aunque no es lo más grande que hay. La palabra es de plata, y el silencio es de oro, o, como mejor sería decirlo: la palabra es tiempo, y el silencio eternidad”.

¿Es esto de su autoría, señorita Silena? —interrogó, mientras plegaba el examen y continuaba con la mirada en los alumnos —. ¿Le pertenece?


Julia no es de este mundo y sin embargo se mezcla con la mayor parte de nuestras agitaciones. No se toma siquiera el trabajo de mostrarse en una mirada o en una lágrima.


¿Puede responder? —Insistió el profesor.


Julia se oculta por razones que no se adivinan. Se diría que teme hacer uso de su poder. Sabe que sus movimientos más involuntarios harán nacer en torno de ella cosas inmortales. Tan pronto como levanta la cabeza, o abre la mano, el lugar se ilumina: un abismo lleno de ángeles agitados donde todo calla y las miradas se vuelven un instante.


El profesor, entonces, se giraba hacia la joven.

¿O prefiere... la eternidad del silencio?