lunes, 9 de septiembre de 2013

Curva cerrada.


CURVA CERRADA.

Por

Hugo Rodríguez.

 

            Entonces era la tarde otra vez. La ruta desolada. El Ford y el Volkswagen.

Ella veía en su retrovisor a aquel sol rojo besando el horizonte.

Él veía en su retrovisor aquel cielo púrpura con las primeras estrellas. 

Y se encendieron los faros.

 

            — ¡Bajá las luces! —gritó ella, aferrada al volante de su Ford.

            — ¡Bajá las luces! —gritó él, aferrado al volante de su Volkswagen.

            — ¡No veo nada! —volvió a gritar ella, mientras daba volantazos y clavaba los frenos.

            — ¡No veo nada! —volvió a gritar él, mientras daba volantazos y clavaba los frenos.

 

            Los dos autos se detuvieron a uno y otro lado del camino.

Descendió ella.

Descendió él.

           

            — ¿Por qué no bajabas las luces? —preguntó ella.

            —Porque no las bajabas vos —respondió él.

 

            Se sonrieron.

 

            — ¿Estás bien? —preguntó él.

            —Estoy bien —respondió ella.

            —Me llamo Juan —y le extendió su mano. 

            —Me llamo María —y le extendía la suya.

 

           

 

 

Se volvían a sonreír.

 

            Y la tarde caía lenta. Y conversaban. Y se enamoraban. Y se amaban. Una vez en el Volkswagen: María y Juan.  Otra vez en el Ford: Juan y María. Y la tarde caía más lenta. Y la tarde se detuvo.

 

           

            No se hablaron. Se despidieron. Los ojos brillaron. Y ya no se amaron.

 

            — ¡Corre María, corre! —gritó Juan —. ¡No te detengas! ¡No regreses! 

            — ¡Corre Juan, Corre! —gritó María —. ¡No te detengas! ¡No regreses! 

 

            Subieron a los autos. Partió el Ford. Partió el Volkswagen.

María no miró el retrovisor. Juan tampoco. Aceleraron. La tarde seguía allí. Aceleraron. Y brillaron las miradas. Y hundieron los pies en el pedal. A fondo. Y la tarde seguía allí. Y no veían.

           

            — ¡No te detengas! ¡No regreses!

            — ¡No te detengas! ¡No regreses!

            — ¡No mires atrás!

            — ¡No mires atrás!    

 

            Entonces era la tarde otra vez. La ruta desolada. El Ford y el Volkswagen. Y se encendieron los faros.