CURVA CERRADA.
Por
Hugo Rodríguez.
Entonces era la tarde otra vez. La
ruta desolada. El Ford y el Volkswagen.
Ella
veía en su retrovisor a aquel sol rojo besando el horizonte.
Él
veía en su retrovisor aquel cielo púrpura con las primeras estrellas.
Y
se encendieron los faros.
— ¡Bajá las luces! —gritó ella,
aferrada al volante de su Ford.
— ¡Bajá las luces! —gritó él,
aferrado al volante de su Volkswagen.
— ¡No veo nada! —volvió a gritar
ella, mientras daba volantazos y clavaba los frenos.
— ¡No veo nada! —volvió a gritar él,
mientras daba volantazos y clavaba los frenos.
Los dos autos se detuvieron a uno y
otro lado del camino.
Descendió
ella.
Descendió
él.
— ¿Por qué no bajabas las luces? —preguntó
ella.
—Porque no las bajabas vos —respondió
él.
Se sonrieron.
— ¿Estás bien? —preguntó él.
—Estoy bien —respondió ella.
—Me llamo Juan —y le extendió su
mano.
—Me
llamo María —y le extendía la suya.
Se volvían a sonreír.
Y la tarde caía lenta. Y
conversaban. Y se enamoraban. Y se amaban. Una vez en el Volkswagen: María y
Juan. Otra vez en el Ford: Juan y María.
Y la tarde caía más lenta. Y la tarde se detuvo.
No se hablaron. Se despidieron. Los
ojos brillaron. Y ya no se amaron.
— ¡Corre María, corre! —gritó Juan —.
¡No te detengas! ¡No regreses!
— ¡Corre Juan, Corre! —gritó María —.
¡No te detengas! ¡No regreses!
Subieron a los autos. Partió el
Ford. Partió el Volkswagen.
María
no miró el retrovisor. Juan tampoco. Aceleraron. La tarde seguía allí.
Aceleraron. Y brillaron las miradas. Y hundieron los pies en el pedal. A fondo.
Y la tarde seguía allí. Y no veían.
— ¡No te detengas! ¡No regreses!
— ¡No te detengas! ¡No regreses!
— ¡No mires atrás!
— ¡No mires atrás!
Entonces era la tarde otra vez. La
ruta desolada. El Ford y el Volkswagen. Y se encendieron los faros.