domingo, 1 de mayo de 2016

LA GATA.

LA GATA.
   por
Hugo Rodríguez.

            El callejón  sombrío cortaba la calle, una calle de  adoquines encendidos por la luna. Una calle helada y en silencio. Recostado contra esa puerta y en ese callejón envuelto en  sombras, aquel hombre esperaba. Esperaba y respiraba con una regularidad perfecta. Premeditada. Mientras sus ojos astutos, permanecían fijos en un punto abstracto de la noche. Las aletas de su nariz se contraían y dilataban con una minuciosa exactitud. Hasta que se dejó sorprender  por esa  gata sagaz, que había surgido de la noche y que había caído sin hacer ruido sobre el empedrado luminoso.  El hombre desacomodó su postura; se había llevado la mano a la cintura y cambió miradas con el  animal, a tiempo que le regalaba una  mueca, casi una sonrisa. Volvió a afirmar su espalda contra la puerta y retomó su respiración sincrónica. Aquel hombre, envuelto en  las sombras del callejón, siguió esperando.   
                       
            Pasaron  esos segundos: minuciosos; exactos; fríos. Algo había alertado los oídos del hombre y volteó su cabeza hacia la esquina. La gata levantó su cola, clavando los ojos en el fondo de la calle. Un taconeo, preciso y sensual rompía el silencio de la noche. La mujer se acercaba por la calle bañada por la luz de la luna.  El hombre desabotonó su saco lentamente y sin quitarse  el revólver de la cintura, acomodó con sumo cuidado su índice en el gatillo. Con la regularidad de un reloj, los pasos de la mujer se hicieron más intensos. Gradualmente, el tipo se quitó el arma, la blandió en su mano derecha y en ese instante, la noche helada volvía al silencio: el taconeo había cesado.
           
            El semblante del hombre se preocupó y su respiración  se alteró. Miró a la gata, que había arqueado su lomo y que  ahora, había elevado  sus ojos  a la noche. Entonces, ese hombre, que esperó con paciencia envuelto en las sombras caminó cauteloso hasta la esquina. Dio un paso, casi un salto, para asomarse a la cortada y apuntar a la calle vacía. Su rostro, fragmentado por la luz de la luna, forjaba un gesto de desconcierto. Sin dejar de apuntar su arma miró a cada rincón, a cada zaguán, hacia cada árbol, a cada montículo de basura; hasta que fijó sus ojos en ese par de zapatos de tacos, abandonados al filo de una pared.
           
            No tubo tiempo para pensar, una mano de mujer le cubría la boca y la daga se le hundía con precisión quirúrgica justo a la altura del riñón. Se desplomó de rodillas y el revólver caía sobre los adoquines. Luego, el cuerpo del hombre se volcó, y como un feto recién parido se abatió sobre su charco de sangre.
           
            La mujer se acuclilló y cambió miradas con él, a tiempo que le regalaba una  mueca, casi una sonrisa. Limpió la daga en el saco  y pasó por encima del cuerpo. Con sus pies descalzos caminó sin hacer ruido hasta la pared y se puso los zapatos. Volvió a pasar por encima del cuerpo que ya no respiraba. La mujer se inclinó para rascar el lomo de la gata que olisqueaba la sangre, y su taconeo, preciso y sensual, se perdía por el callejón envuelto en sombras.

Fin.

HORA SUPREMA.

HORA SUPREMA.
Radio-teatro breve.
Por
Hugo Rodríguez.

OPERADOR: mar, gaviotas, viento. Se mantiene como fondo.
ELLA (entusiasta):— ¿Nos sentamos aquí? ¿Te parece bien?
ÉL (conforme): —Sí.
Pausa.
ÉL (intenta ser simpático): —La arena está fría.
ELLA (sonriendo): —Pronto amanecerá. 
Pausa.
ELLA (reflexiva): —Ojalá no amaneciera.
ÉL (algo sorprendido): — ¿Por qué? ¿No te agrada el sol?
ELLA (confusa): no, no es por eso. Es que son tan bellos los tonos que toman las nubes a esta hora. Y el mar cambia de color, despacito: del violeta al azul. Del azul al verde. Y hasta por momentos parece rojo.
Pausa.
ÉL (entusiasta): —Mirá, ya amanece. Pronto asomará el sol. Será un día espléndido.
ELLA (resignada): —Podría no ser el sol. Podría ser el aura de alguna divinidad que nos viene a buscar.
ÉL (admirando): — ¡Qué imaginación! A mí me parece un enorme semáforo en amarillo: preparados, listos… ¡a vivir!
ELLA (ríe).
ÉL (entusiasta): — ¡Vamos al mar! ¡Dame tu mano!
ELLA (sonriendo): —Te iba a proponer lo mismo. ¡Corramos!
OPERADOR: las risas de ambos que se alejan.  Fondo baja hasta silencio.
Pausa.
OPERADOR (sube): mar, viento, ulular de patrulla policial.  Comunicaciones de handies. Se mantiene como fondo.
OPERADOR: crujido de radio handies
OFICIAL (indiferente): —Sí comisario, se trata de sujeto masculino, de unos 30. Murió hace unas horas. Ahogado. Lo devolvió el mar. 
COMISARIO (desde el radio): —Había alguien con él.
OFICIAL (crujido): —Negativo. Encontramos sólo sus pisadas en la arena.
OPERADOR: fondo, baja hasta silencio.

Fin.