domingo, 12 de abril de 2020

Enzo Pugliese

Enzo Pugliese es un joven poeta y su poesìa es asì, joven. Ha tenido la amabilidad de compartir su poema -por cierto, potente- y agradezco su colaboración.  
 
Pequeña hormiga cargando su vida
al viento, al viento....
Que no llueva, que no llueva
no hay refugio
el viento, el viento
Y el alboroto de ecos rotos murmurando finales predichos
todos se pospusieron
Señales de destinos en caminos densos
No me gustan algunos hormigueros
Señales de destinos inversos desapercibido lo inmenso
pupilas dilatadas del gusto proyectado
enfoque panoramico, sueño lucido
El viento, el viento
Ya no me vuela
puedo hacer de alguna que otra grieta mi refugio 
pupilas dilatadas del gusto proyectado
desde adentro hacia fuera
Andaría por lugares
después de brotar por alegrías de esperanzas secas
no riego lo pavimentado
el calor les abrirá sus propias grietas
el calor se llevara algunos cuantos charquitos
y las nubes se entregaran
a la grieta que te espera
y como destellos
se pestañea la fuga
de pesados pensamientos
Y brota y brota
crece y crece
raíces, flores y frutos
Pero siempre con espinas
para los sentidos muertos
torpes pies tropezando
con raíces
Trampas
enredaderas
para el contaminado creyente
de una pantalla transmitiendo la vida prometida del confort
No autoridad.

El ejecutivo

                                                         El ejecutivo
                                                        William Blau





D¡game, se lo ruego,
šcu l es el camino hacia Londres?
Esta noche debo estar all¡.
Oh, camine usted cien millas
y tuerza a la izquierda y luego a la derecha;
despues todo recto, despues en zigzag
suba, baje, y a paso r pido
llegar  en seis meses
no lejos de Londres.
Mother Goose (Cancionero infantil)

1

Kurt Insel est  llegando a los cincuenta y se siente cansado. Hoy no quiere ir a su oficina. Est  sentado en la salita de su peque€o apartamento, con su te y sus bollos ante el, sobre la mesa inundada de Sol, y le ha venido el pensamiento de que nunca, en todas las ma€anas de todos los a€os que ha estado en la compa€¡a, ha querido ir all¡. Es un pensamiento que le parece extra€o, despues de tantos a€os. Juega con la cuchara del azucarero de desva¡da porcelana de Dresde, d ndole vueltas en un sentido y en otro como si quisiera verla desde todos los  ngulos, como a su idea.
šQue pasar¡a si no fuese? El solo pensamiento era suficiente para que el departamento le inculpase de deslealtad, caso de que este pudiera saberlo. El castigo, aunque no est  especificado en las Normas ejecutivas, es terrible, y la sentencia tan remota, y eterna como el mismo departamento. l hab¡a o¡do de otros casos... extra€as desapariciones nocturnas. Un d¡a un hombre se sienta detr s de su mesa, tan vivo como el, con los mismos pensamientos, esperanzas y placeres, y al d¡a siguiente no est  -una mesa vac¡a, una oficina silenciosa-; el hombre se ha desvanecido sin dejar rastro. šQue les ha ocurrido a estos hombres? Kurt deja la cuchara sin revolver el te. A£n no piensa tomarlo.
El Sol alarga un poco m s la mara€a de sombras sobre la mesa, mientras el sigue pensando. Ya se ha hecho tarde. Tira el te al fregadero, y luego envuelve los bollos y los coloca cuidadosamente en un estante del armario. Despues comprueba el contenido de su cartera, se echa sobre los hombros la chaqueta de la compa€¡a y, tosiendo a causa del primer cigarrillo, deja el apartamento.
Llega al complejo amurallado y se dirige al edificio de la compa€¡a. Suspira agradecido al llegar ante las pesadas puertas de bronce que se abren al primer vest¡bulo, pues el Sol de invierno, m s intenso siempre en el centro de la ciudad, le ha dado todo el tiempo en los ojos produciendole dolor de cabeza. Sujetando firmemente la cartera, se adentra en la confusi¢n de la enorme habitaci¢n cubierta de murales. Masas dispersas de gente le obstruyen el camino. Hombres, mujeres, bedeles y gu¡as se le ponen delante. Los primeros grupos de trabajadores que se dirigen a la cafeter¡a le atropellan al pasar. Empuja a algunos y pide disculpas a otros, entrando y saliendo de las masas humanas en su camino hacia la gran escalera de m rmol que conduce al segundo vest¡bulo. Teme no llegar nunca a los ascensores, pasar el resto de su vida en lucha con la gente que va en direcci¢n contraria, hasta cuando llegue por fin a la puerta del ascensor, caer muerto entre los pies siempre m¢viles que pisar n los bordes de su abrigo y arrojar n su cartera, in£til ya, de un lado para otro.
Pero Kurt llega, como siempre, a los ascensores. Camina a lo largo de una hilera de puertas hasta llegar a una con la indicaci¢n de su piso y entra en ella. Cuando la puerta se abre, el sale r pidamente, seguido por otros cuyos rostros le son vagamente familiares, despues de tantos a€os de estar en la compa€¡a.
Al fin, solo en medio del pasillo, suspira y deja caer los hombros, y afloja la presi¢n sobre el asa de la cartera. Ahora s¢lo hay que cruzar la primera oficina, pero esta ma€ana ya se siente agotado.
Se quita el polvo de la cara con el pa€uelo, se aclara la garganta, se mira las u€as, alisa el abrigo de la compa€¡a y se cala el sombrero hasta que el ala le cubre la frente.
Oprime la cartera bajo el brazo y abre una puerta en la que hay escrito en pretenciosas letras doradas:

KURT INSEL, HAROLD FENSTER
CORRESPONDENCIA

El fragor de la primera oficina se detiene bruscamente cuando entra, y cien pares de ojos se levantan hacia el. Baja la vista hasta unos pocos cent¡metros por delante de el, tal como lo prescriben las Normas ejecutivas y empieza el largo camino por el pasillo que forman los peque€os escritorios y que se extiende casi hasta donde alcanza la vista, hasta la peque€a puerta de madera en la que hay escrito, simplemente:

Kurt Insel

Tarda tanto en pasar frente a los escritorios, que cree haber dejado atr s su despacho y haberse perdido. Detr s de cada escritorio se sienta una muchacha an¢nima, y cada muchacha le da un informe diferente. Por supuesto, no les contesta. Es parte de sus funciones darle estos informes cada d¡a, aunque el no puede imaginarse lo que har¡a con ellos.
Kurt mantiene su rostro oculto bajo el sombrero hasta que llega a su puerta, la abre y la empuja con un suspiro. La oficina es muy buena, muy confortable. Las peque€as paredes no est n abiertas por ninguna ventana. Kurt ya no echa de menos una ventana. Una ventana har¡a que su oficina fuera una mera extensi¢n del Mundo exterior. Sin ventanas, la oficina es, por lo menos, s¢lo para el. Kurt es una parte de ella. Cada persona tiene un sitio en la compa€¡a y este es el suyo.
Se quita la chaqueta de la compa€¡a y el sombrero, y los deja con cuidado sobre un sill¢n que hay en una esquina. La compa€¡a no quiere nada fuera de su sitio, y el es el responsable de ello. Va hasta su escritorio y se sienta despacio. Todo est  como debe estar. Las grandes pilas de papel procedentes de todos los comites y de todos los departamentos, que contienen todos los asuntos de la semana anterior, le est n esperando. Con ellos har  un Informe resumido que estar  listo a mediados de semana. Entonces lo enviar  a una de las muchachas de fuera, la cual lo mecanografiar  y lo enviar  a su vez al departamento de multicopistas, de forma que la semana pr¢xima habr  una copia de el en cada escritorio de la compa€¡a. Algunas veces, en pleno trabajo, le llegan correcciones, de forma que tiene que tirarlo y empezar otra vez, y Kurt piensa cuan in£til es su trabajo, ya que, aunque no haya correcciones, el informe no sirve para nada cuando llega a manos de los empleados. Pero la funci¢n de Kurt no es hacer preguntas sobre su trabajo, sino llevarlo a cabo, as¡ que coge el primer papel del mont¢n y lo pone frente a sus ojos. Una vez hecho esto saca la llave del bolsillo de su chaleco, y abre los cajones de su mesa, y vuelve a guardarse la llave.
Todo est  siempre como el lo deja: sus papeles, sus chucher¡as, sus frasquitos y sus fotograf¡as, sus cigarrillos. Todo en orden. Kurt enciende un cigarrillo, satisfecho, y saca sus cinco l pices del caj¢n central y los dispone sobre el escritorio.
Empieza con la primera hoja y ve que es de la oficina de comunicaciones, la que est  m s ¡ntimamente conectada con el departamento mismo, y considerada el registro m s fiel de lo ocurrido en el departamento durante la semana. Kurt tamborilea con los dedos sobre el papel unos momentos. El mismo departamento puede haber escrito parte de esto. ­Que grande, que remoto es todo esto! No hay nadie que sepa nada sobre el departamento, ni siquiera Fenster, el otro ejecutivo que tiene la oficina de al lado, cuyos contactos funcionales con el Mundo exterior y su mayor conocimiento de la compa€¡a y de la base en general, Kurt admira tanto. Algunos dicen que el departamento est  en Zurich, o en Krakov, pero eso no hace m s que aumentar el misterio. Fenster dijo una vez que el cre¡a que el departamento estaba all¡ mismo, en el edificio de la compa€¡a, pero Kurt no puede creerlo. Si fuera verdad, špor que nadie lo ha visto nunca?
l piensa con frecuencia en el departamento. Piensa en las fant sticas descripciones que ha o¡do -unas veces lo han descripto como un grupo de ancianos con grandes barbas blancas, y otras como seres sin nombre que montan en animales-. Ha o¡do tambien, sin hacer caso de ello, el rumor de que el £ltimo miembro del departamento muri¢ hace generaciones, y que este ya no existe desde hace cientos de a€os. Kurt no acepta estos rumores despues de pensar en ellos con un poco de l¢gica, pero aun as¡ no puede estar nunca seguro. Aun cuando enviara un bedel para que se informara y este tuviera todo el resto de su vida para ir, no llegar¡a nunca al departamento, dada la distancia que hab¡a de por medio. Pero el hecho de pensar en el departamento era una futilidad. Kurt pone a un lado el informe de la oficina de comunicaci¢n, ya que a este nunca se le hacen correcciones, y coge el siguiente.
Va pasando la ma€ana, y el mont¢n de papeles a la izquierda de Kurt sube poco a poco. Coge otro papel del mont¢n de la derecha y, deteniendose, lo examina con cuidado. La hoja es azul, y todas las dem s que ha visto son blancas. Lee, en la parte supeperior:

Memor ndum de la Oficina de Quejas

El resto de la hoja est  completamente en blanco.
®šOficina de Quejas?¯
Kurt deja la hoja sobre la mesa, intrigado. Trata de hacer memoria, pero no puede recordar haber tomado nota de aquella oficina o haber visto nunca una hoja azul. Posiblemente es una oficina nueva, eso ser . Sin embargo, en el informe de la oficina de comunicaci¢n, el no ha le¡do nada sobre el establecimiento de ninguna nueva oficina.
Kurt se echa hacia atr s en su silla y golpea en la pared que le separa de la oficina de Fenster.
-Fenster -dice-. šQue es la Oficina de Quejas?
-šQue? -grita Fenster.
-Digo que que es la Oficina de Quejas. šEs algo nuevo?
La hoja azul parece completamente fuera de lugar sobre su escritorio. No sabe que hacer con ella.
-šLa Oficina de Quejas? No, no es nueva. Ha existido siempre, por lo que yo recuerdo.
-šS¡? -pregunta Kurt, intrigado-. šCu l es su funci¢n?
-Recoger las quejas de la compa€¡a. šPor que? -pregunta Fenster.
Kurt piensa un momento.
-...Debo asegurarme de que mi departamento siga sin saber lo. que es -dice r pidamente, esperando que su voz tenga una nota de autoridad; luego se calla, no hay respuesta de Fenster.
La idea es inquietante. Las ramificaciones de la compa€¡a son extensas. Alcanzan a todas las casas y todas las habitaciones. No se puede pensar de ninguna manera que alg£n empleado -y menos un ejecutivo- tenga quejas contra la compa€¡a, porque la compa€¡a es buena. Pero la compa€¡a debe tener muchas quejas contra sus trabajadores. La Oficina de Quejas es el l¢gico centro nervioso que resume dichas quejas. Kurt recuerda lo que sinti¢ esta ma€ana en el apartamento y se pone de tan mal humor que es incapaz de seguir trabajando hasta las doce.

2

Despues del almuerzo, Kurt se pone a trabajar de nuevo con la pila de informes. El siguiente es del Departamento de Muchachas An¢nimas. Nunca hay nada inteligible en este informe, as¡ que lo tira a la papelera y enciende un cigarrillo. Como siempre, la papelera est  vac¡a y el cenicero est  limpio. Esto siempre ha sido algo turbador para Kurt, lo mismo que para los otros. La idea de que alguien m s en el edificio tenga una llave de las oficinas ha sido causa de m s de una neurosis entre los ejecutivos. šQuien ser¡a? šEs alguien enviado por el departamento para que compruebe sus actividades cuando se han ido? Si esa persona tiene una llave de las oficinas, puede que tambien tenga una llave de los escritorios, puesto que los escritorios son suministrados por la compa€¡a. Kurt se siente inc¢modo. Aun cuando el trabajo de esa persona consista solamente en vaciar papeleras y limpiar ceniceros cuando ellos se han marchado, šque m s har  all¡ sola, en aquel mundo obscuro de habitaciones vac¡as, cuando nadie la mira? A ninguna persona le satisface pasarse la vida vaciando solamente papeleras y ceniceros. šCu l es su verdadera funci¢n en el edificio vac¡o? Quiz  se contente con sentarse tras los escritorios mientras los ejecutivos duermen. Pero entonces, šque hay de esas oficinas que de pronto aparecen desocupadas? Por primera vez se siente inc¢modo en la peque€a habitaci¢n.
Da la vuelta a la mesa y la examina cuidadosamente. Entonces ve algo: algo semejante a un ojo que le mira desde el suelo, junto a la pata de la mesa. Permanece aturdido unos instantes, y luego adelanta cautelosamente un pie y golpea aquel objeto. Este sale dando vueltas por el suelo y se detiene contra la pared. Va hacia el y lo recoge. Es un bot¢n. Un horrible, vulgar y usado bot¢n de n car.
Ya no hay ninguna duda, y la prueba es casi un alivio, al principio. Se sienta tras el escritorio y pone el bot¢n frente a el, sobre el papel secante. Una teor¡a empieza a tomar cuerpo en su mente: una persona viene por las noches, s¡. šPero lo sabe la Oficina de Quejas? šVisita esta persona otras oficinas tambien? Kurt decide guardar el bot¢n como evidencia. Pero la persona no debe saber que el lo tiene. Abre el caj¢n superior de la derecha y lo deja dentro, poniendo un secante encima; luego, con la llave, cierra el caj¢n.
Al d¡a siguiente no abre el caj¢n, pero no puede dejar de pensar en el bot¢n durante toda la ma€ana.
Mientras se mueve lentamente a lo largo del mostrador, a la hora del almuerzo, con su bandeja de comida, en la cafeter¡a del primer s¢tano, ve a Fenster un poco m s adelante, en la cola. Quiere hablar con el. Si alguna vez ha querido ver a Fenster con urgencia es ahora. Le hace un saludo con la mano. Fenster se lo devuelve y sigue adelante para recoger los postres. Kurt le indica una mesa y Fenster asiente con la cabeza. Kurt decide ir con mucho cuidado al abordar el tema. Quiz  sea el primero en tener una prueba de la presencia de la persona nocturna. Quiz  no debiera cont rselo a nadie, y mucho menos a Fenster, de quien Kurt ha sospechado siempre que es un esp¡a de la compa€¡a. Pero, al llegar a los postres, Kurt no puede contenerse m s.
-A prop¢sito, Fenster... -empieza-. Hay algo raro... encontre un bot¢n, un bot¢n de n car, en el suelo de mi oficina, ayer por la ma€ana.
Fenster levanta la vista hacia el un momento y luego la vuelve a posar en su pastel de queso.
®šPor que este silencio? -se pregunta Kurt-. šQue significa?¯
-S¡. Un bot¢n, šte imaginas? Ja, ja, ja...
-imagino que ser  de la se€ora Unter -dice Fenster, limpi ndose la boca con la servilleta.
-šLa se€ora... Unter? -repite Kurt.
-S¡. La mujer de la limpieza. Viene por las noches.
Kurt pierde el apetito. ­Fenster lo sabe! ­El bot¢n no le sorprende!
-šQue te ocurre, Insel? -oye que le pregunta la voz llana de Fenster-. Creo que necesitas unas vacaciones -en una mesa vac¡a ve a un hombre alto y p lido que le observa intensamente.
-Soy un... me encuentro mal -tartamudea Kurt, levant ndose de la mesa.
Tiene que salir de all¡ y volver a su oficina, donde pueda pensar. ­Fenster lo sabe! De pronto, lo ve con claridad. Siempre ha estado all¡, pero hasta que ha tenido ante sus ojos la hoja azul no lo ha visto claro. šPor que las oficinas no tienen ventanas? šPor que hay dos ejecutivos en su departamento? šLe permite la compa€¡a existir mientras no se haga esa misma pregunta? šSe desprende la compa€¡a de un empleado desleal y lo aisla para su propia protecci¢n y para frenar su irritaci¢n, asegurando la continuaci¢n del trabajo de este empleado por medio de una duplicaci¢n sin imperfecciones? Y Fenster, d ndole suficiente informaci¢n como para destruir su seguridad, prepara astutamente su salida y se dispone a trabajar tranquila y eficientemente, no hay duda, cuando llegue su final.
S¢lo son las doce y media, la oficina exterior est  vac¡a, pero el cierra su puerta y apoya la cabeza en sus manos. El nombre de la persona es se€ora Unter. El nombre conjura visiones de gruesos y toscos brazos y de facciones pesadas e informes. Y es una limpiadora. šQue hay detr s de esa frase? ­Una limpiadora! šQue prop¢sito se esconde tras esa funci¢n cuando ella entra en el edificio por la noche? Cuando s¢lo funcionan las luces de emergencia y las oficinas est n vac¡as y obscuras...

3

Son casi las diez cuando llega a su escritorio a la ma€ana siguiente, dispuesto a hundirse en el trabajo.
A las once nota un intenso calor en el codo. Lo levanta del escritorio y ve una luz brillante que sale del caj¢n superior de la derecha. Va a abrirlo y se quema los dedos en el tirador. Saca un pa€uelo y abre el caj¢n. All¡ est  el bot¢n, brillando a traves del secante y llenando de luz el caj¢n. Aterrorizado, introduce la mano en el caj¢n y coge el bot¢n. Est  tan fr¡o como cuando lo puso all¡, pero brilla intensamente. Le empieza a arder la mano. Abre r pidamente el caj¢n inferior, tira dentro el bot¢n y vuelve a cerrarlo con llave.
De vuelta del almuerzo casi tiene miedo de entrar en su oficina. Cuando lo hace no hay se€al de luz en el escritorio, y aunque lo observa cuidadosamente toda la tarde, el caj¢n permanece obscuro. Al final del d¡a abandona la oficina sintiendose exhausto.
Al d¡a siguiente es jueves. Puede ver una luz tenue en el caj¢n inferior en cuanto entra en su oficina. Sin quitarse siquiera el sombrero, corre hacia el escritorio y abre el caj¢n. No hay ning£n error. El bot¢n brilla m s intensamente que nunca. Kurt saca febrilmente el contenido de los dem s cajones y lo arroja sobre el bot¢n, cerrando luego el caj¢n de golpe. El resto del d¡a lo pasa esperando, sin bajar siquiera a comer.
A la una ha empezado a brillar otra vez, y a las tres la luz es tan fuerte que le duelen los ojos si lo mira directamente. Se acercan las cinco. Si lo deja all¡, brillando, se habr  desvanecido toda la esperanza.
Desesperado, coge la papelera y sale a la oficina exterior. Evitando los ojos de las muchachas an¢nimas, llena la papelera en el dep¢sito de agua fresca. De vuelta a su despacho, ve a Fenster apoyado en la puerta del suyo, fumando un cigarrillo y observ ndole.
-šQue est s haciendo ahora, Insel? -le pregunta.
Pero Kurt pretende no verlo, entra en su oficina y cierra la puerta. Entonces abre el caj¢n inferior donde est  el bot¢n, tira el agua dentro y vuelve a cerrarlo de un golpe. La luz desaparece y Kurt r¡e, aliviado. El agua empieza a filtrarse y a caer en el suelo, pero a Kurt no le importa nada mientras no brille la luz.
El viernes por la ma€ana abre la oficina y la encuentra llena de luz. Horrorizado, corre al caj¢n inferior, donde la luz es m s intensa. Da vuelta a la llave y, cogiendo el tirador, trata de abrirlo, pero no se mueve. Tira m s fuerte, sujetando el escritorio, pero el agua que arroj¢ ha hinchado la madera y el caj¢n no se mueve un mil¡metro. Le domina el terror y corre por la habitaci¢n tratando de escapar de la luz, pero no hay donde esconderse. Debe atacar antes de que le ataquen. Decide ir inmediatamente a la Oficina de Quejas y tratar de poner en su conocimiento todo el asunto. No puede continuar, tal como est n las cosas, y si lo que piensa es verdad, estar n esper ndole.
Pero todos sus papeles y l pices est n en el caj¢n inferior y no puede cogerlos. Sale de su despacho cerrando la puerta tras de s¡, y entra en el de Fenster. Este baja la revista que ha estado leyendo y le mira, interrogador.
-Tengo un asunto urgente -balbucea Kurt- y est n desinfectando en mi oficina. Me pregunto si podr¡a usar tu escritorio un momento.
Fenster contin£a sentado unos momentos, considerando lo que puede haber de verdad en las palabras de Kurt. Luego se levanta, encogiendose de hombros. Kurt se sienta y pone en orden sus pensamientos. Un abordaje bien llevado puede significar media victoria. Debe, pues, abordar a la Oficina de Quejas de una forma correcta. Debe ingeni rselas para que su carta parezca la de un ejecutivo, es decir, de una persona importante, y tambien para que demuestre que el es humilde y no cree en su propia importancia. Finalmente, coge una hoja de papel y escribe:

®Distinguidos se€ores:
¯El reciente comunicado de la Oficina -fechado el £ltimo lunes-, ha establecido su validez para el que suscribe.
¯En consecuencia, el que suscribe podr  disponer de una porci¢n de su tiempo para registrar un caso que concierne a la mencionada Oficina.
¯Uso para reforzar mi petici¢n, las palabras de Walt Whitman: "No me cerreis las puertas, nobles Dependencias."
¯En consecuencia, el abajo firmante conf¡a en su buena disposici¢n y queda de ustedes, suyo afect¡simo,
¯KURT INSEL, ejecutivo.¯

Mientras relee su carta con satisfacci¢n, se da cuenta de que Fenster est  inclinado sobre su hombro, as¡ que la mete r pidamente en un sobre y pone la direcci¢n.
-Veo que escribes a la Oficina de Quejas -dice Fenster, todav¡a inclinado sobre su hombro.
-...S¡ -Kurt est  ocupad¡simo en cerrar el sobre.
-šCu l es el problema? -pregunta Fenster en tono descuidado.
Kurt sigue sin mirarlo.
-He solicitado una entrevista -dice por fin.
-Ah...
Kurt no sabe si esto es una pregunta o un signo de conformidad.
-Presento una queja contra la se€ora... Unter -se siente forzado a a€adir.
-­Muy bien! -exclama Fenster-. ­Creo que es una buena idea!
-šS¡? -inquiere Kurt, sorprendido.
-S¡. Creo que debes hacerlo.
-šPor que?
-Cuanto antes mejor -prosigue Fenster, ignorando la pregunta de Kurt-. Dame, la enviare yo mismo -arranca el sobre de las manos de Kurt y lo deja solo en la oficina.
Kurt recuerda el comportamiento de Fenster durante aquel almuerzo y quisiera recuperar su carta. Pero es demasiado tarde. No puede.
Vuelve a su despacho, asustado por lo que acaba de hacer.

4

Lunes por la ma€ana. Son m s de las once cuando consigue llegar a su oficina, despues de atravesar el gent¡o de la planta. El resplandor que inundara su oficina el viernes por la tarde ha desaparecido por completo, y la habitaci¢n est  a obscuras. Enciende la luz y ve sobre su escritorio una hoja de papel con un membrete:

OFICINA DE QUEJAS

impreso en su parte superior.
El papel dice:

®Al se€or Kurt Inzip, del se€or Nass: Presentese por favor en la Oficina de Quejas el lunes por la tarde a las tres en punto.¯

No hay firma.
Kurt est  en ascuas mientras espera que lleguen las tres. A mediod¡a no siente apetito y no puede tomar el almuerzo. La nota le hace sentir escalofr¡os. Ni siquiera su nombre est  escrito correctamente. No hay duda ya de que Fenster est  mezclado de alguna forma en todo esto. Quiz  sepa lo del £ltimo lunes y haya informado sobre el.
A las tres, Kurt toma el ascensor y se dirige al £ltimo piso, donde se encuentra la oficina.
Sale del ascensor y camina a lo largo de un polvoriento corredor que necesita una mano de pintura. El corredor est  junto a una de las paredes exteriores del edificio, en la que se abre una fila de ventanas. Escucha el viento, que a estas alturas siempre sopla haciendo temblar los polvorientos cristales. La altura que se percibe desde las ventanas le marea, as¡ que anda casi pegado a la amarillenta pared de la derecha. Hay una sola puerta en todo el corredor, y al final de este, un viejo radiador y un barril lleno de papeluchos. Hay muchos trozos de papel por todas partes, y algunas c scaras de naranja. En la puerta figura el n£mero 35.001 y debajo, en un dorado tan desva¡do que apenas se pueden leer las palabras:

OFICINA DE QUEJAS - NUNCA CERRADO

Kurt da unos golpecitos. No hay respuesta. Abre la puerta y ve una inmensa habitaci¢n, de una altura equivalente por lo menos a dos pisos, que ocupa la extensi¢n de toda la planta y cuyo interior est  iluminado por una media luz rojiza, como una estaci¢n de ferrocarril. En la pared de la derecha, alt¡simas, dos ventanas dejan caer la tenue luz rosada de la tarde a traves de sus cristales obscurecidos por el polvo. Todo el techo es una c£pula a dos pisos de altura; la c£spide del edificio; Kurt puede sentir el viento aullando en el exterior. Del mismo centro de la c£pula desciende una largu¡sima cadena de la que cuelga una vieja l mpara mortecina.
La habitaci¢n est  fr¡a, especialmente a la altura del liso suelo de cemento, donde el viento forma una corriente. En la pared de la puerta y en la opuesta a la de las ventanas, hay una desordenada hilera de sillas tapizadas de cuero con brazos de madera. El cuero est  viejo y desgarrado, y el relleno sale por algunas aberturas. A lo largo de todas las paredes hay montones de papeles, de jirones de tela y de otras basuras, y junto a la pared del fondo hay unas cuantas cajas y barriles, como si la habitaci¢n hubiese estado destinada en su principio a almacen o a desv n. En una pared hay un viejo telefono y, finalmente, muy al fondo, una mesa de grandes proporciones, como las de los tribunales de justicia, y detr s de ella, expeliendo volutas de humo hacia el aire gris, cuatro hombres.
Frente a ellos se encuentra un hombre muy grueso que Kurt ha visto algunas veces en el ascensor; est  de pie y mueve las manos mientras habla con una voz que oscila entre la c¢lera y el lloriqueo. Los cuatro hombres que hay detr s de la mesa se muestran agitados, revolviendose en sus sillas, inclin ndose unos a otros para hablar, soltando bocanadas de humo y todo ello sin prestar la m s m¡nima atenci¢n al hombre que tienen delante.
Kurt quiere salir corriendo de all¡, pero en lugar de esto se sienta en el borde de una de las sillas de cuero, cerca de la puerta. Est  confuso. Ni siquiera ha podido traer la prueba, porque est  dentro del caj¢n atascado. Ser  juzgado, aun cuando es el el acusador. Siente aqu¡, mucho m s intensamente que en los pisos inferiores del edificio, c¢mo la fr¡a maquinaria del aislamiento se mueve lentamente, para envolverlo. Kurt deja de pensar y trata febrilmente de preparar su declaraci¢n.
De pronto, de los cuatro que hay tras el escritorio, el hombre que ocupa el centro se levanta y golpea con los dos pu€os sobre la mesa, con gesto de ira.
-­M rchese, se€or Pawl! ­Est  usted despedido! ­Despedido! ­Despedido!
El hombre grueso sale disparado y pasa ante Kurt tembloroso, con los ojos muy abiertos, la cara roja y el labio inferior seco y colgante.
Los miembros de la oficina se quedan, inm¢viles y silenciosos, mirando hacia adelante, los cigarros olvidados en los ceniceros. El del centro llama:
-El siguiente caso. Se€or Kurt Inzip.
Kurt se levanta y se aproxima lentamente a la mesa. Siente que va a caerse.
-Insel, se€or -musita mientras cruza la vasta habitaci¢n.
Se detiene ante la mesa y mira al hombre que le ha llamado. Un sujeto corpulento, con gafas sin montura.
-Soy Nass -dice el hombre-. šY bien?
Kurt permanece mudo. Ha perdido el habla.
-Nuestro tiempo es precioso -dice Nass.
-Ya se que se lo han contado, pero no debe creerlo -comienza Kurt absurdamente, echando a perder todos sus preparativos-. No debe creer en su versi¢n. Yo estaba enfermo aquella ma€ana... estaba muy enfermo.
-Est  usted enfermo, se€or Inzip. Bien, no veo...
-­No! No estoy enfermo. Lo estaba. Usted no comprende.
-Estamos intent ndolo, se€or Inzip. Usted estaba enfermo.
-S¡, lo estaba. Lo estaba realmente, entonces.
-šCu ndo estuvo usted enfermo, se€or Inzip?
-šCu l era el problema? -pregunta el hombre que est  a un extremo, inclin ndose para mirarle fijamente.
-La £ltima... la £ltima semana. No quer¡a, es decir, cre¡a que no pod¡a venir.
-Entonces usted no vino la semana pasada -afirma Nass.
-Yo... s¡ que vine.
-Usted ha dicho que estaba enfermo -puntualiza el hombre del extremo.
-Bueno, no estaba enfermo.
-šNo estaba enfermo? -pregunta el hombre delgado, a la derecha de Nass.
-Yo estaba enfermo -dice Kurt, angustiado.
-Vamos, vamos, se€or Inzip, usted estaba enfermo o no lo estaba. šLo estaba o no? -inquiere Nass, impaciente.
-Yo no cre¡a que estaba enfermo -responde Kurt, con voz temblorosa.
-No... cre¡a... que... estaba... enfermo -repite el hombre a la izquierda de Nass, al tiempo que escribe en un gran libro.
-Usted dijo que no quer¡a venir a trabajar... -recuerda el hombre que est  en un extremo.
-S¡ que quer¡a..., ­me sent¡a enfermo... Yo no sab¡a que quer¡a...
-Acaba de decir que no pens¢ que estaba enfermo, se€or Inzip.
-­S¡ que lo pense!
-Acaba de decir que no -dice el hombre a la izquierda de Nass, mirando en el libro.
-Quiero decir que lo sent¡.
-Entonces, no lo estaba realmente -concluye el hombre a la derecha de Nass.
-­Lo estaba... pense que lo estaba...! Yo... ­No lo se! ­No lo se! -grita Kurt.
-Bueno, bueno, se€or Inzip. Debemos controlar nuestros nervios -dice Nass, conciliador.
El hombre que est  a un extremo coge una jarra de metal que hay sobre la mesa y llena un vaso, luego viene hacia donde est  Kurt y se lo da.
-Beba esto, se sentir  mejor -dice, sonriendo y posando una mano en el hombro de Kurt.
El resto del equipo ha encendido sus cigarrillos de nuevo y todos arrojan el humo hacia Kurt.
-šPor que no fuma usted? -pregunta el hombre a la derecha de Nass, con acento paternal.
-Gracias -dice Kurt, agradecido, y enciende un cigarrillo con dedos inseguros.
-Ahora veamos lo de esa enfermedad -dice Nass.
-­No, no! ­Es la se€ora Unter! -grita Kurt, casi histerico.
-Ah, la se€ora Unter est  enferma.
-No. No lo est  -dice Kurt; est  intentando con todas sus fuerzas no perder el control-. No est  enferma. Est  en mi oficina. šNo comprenden?
-šEn su oficina? -corean todos.
-Tengo su bot¢n y se que he hecho todo lo que he podido, pero no lo pude sacar. ­Llene el caj¢n de agua y no lo puedo sacar!
-šQue quiere decir, Inzip? -ruge Nass-. šEst  usted estropeando el material de la compa€¡a?
-Se explica que estuviera enfermo -dice secamente el hombre que est  a un extremo.
-­Es su bot¢n! ­Su bot¢n!
-Ha destruido usted algo suyo y ahora ella quiere una compensaci¢n -resume est£pidamente el hombre a la derecha de Nass.
Kurt se siente invadido por el p nico. No tratan de entenderle. Tratan de que sus palabras suenen disparatadas. šQue perseguir n con ello?
-No es su oficina, Inzip -puntualiza Nass.
-­Insel! -vocifera Kurt.
-Entonces usted cree que ella fue enviada... ella... dice... ha venido para perjudicarle y por eso estaba usted enfermo -lee el hombre del libro.
-­Ah! -exclama el hombre a la derecha de Nass.
-Es una grave acusaci¢n -advierte Nass en voz baja.
-­Yo no hago la acusaci¢n! -dice Kurt.
-Ya la ha hecho -dice el hombre del libro-. Est  registrado.
-­No la he hecho!
-Bien. Veremos lo que podemos hacer -suspira Nass-. Por supuesto que ser¡a mejor que usted modificara sus declaraciones un poco...
-­Pero yo no he hecho ninguna declaraci¢n! -dice Kurt, roncamente.
-S¡ que lo ha hecho -dice el hombre del libro, levant ndolo para que Kurt pueda verlo.
-šPor que no deja usted que nosotros las retoquemos un poco al enviar nuestro informe, se€or Inzip? -sugiere Nass en tono confidencial.
Kurt est  de acuerdo, est  casi agradecido, en que las retoquen. Lo £nico que quiere es marcharse de all¡ y volver a su peque€a y c lida oficina de paredes pintadas de color suave, a sus l pices.
-­S¡! ­Oh, s¡! -concede, sintiendose aliviado de pronto.
Hay un largo silencio. El viento a£lla en la c£pula y repiquetea en las ventanas. Nass prosigue:
-Bien. Eso es todo, se€or Inzip. Pronto nos pondremos en contacto con usted.
-Gracias, se€or -tartamudea Kurt, y se dirige a la puerta.
-Nos cuidaremos de todo... -le asegura Nass mientras cierra la puerta.
Al encontrarse solo se siente tan debil que debe apoyarse en la pared unos momentos antes de volver al ascensor.

5

Los dos d¡as siguientes los pasa Kurt sentado en su oficina sin apenas avanzar en su trabajo. No ha recibido comunicaci¢n alguna de la Oficina de Quejas y empieza a temer que le llame el mism¡simo departamento. Ha conseguido abrir el caj¢n inferior y sacar, todav¡a h£medos e hinchados, todos sus l pices y dem s cosas. El bot¢n ha dejado de brillar, pero la pintura de su escritorio se ha desconchado un poco y ello se nota.
A la hora del almuerzo ha conseguido evitar a Fenster, sent ndose en una mesa ya ocupada por otras tres personas, pero al segundo d¡a, subiendo en el ascensor, ve a Fenster junto a el.
-He o¡do que has cantado las cuarenta -dice Fenster por fin.
-šQue quieres decir? -susurra Kurt.
-El asunto de la se€ora Unter. Circula por toda la compa€¡a, šsabes?
-šQue? šQue dices? šQue asunto?
-Apuesto a que el departamento decidir  que ella no es eficiente y nada m s, as¡ que no ser  sancionada... Ha sido un buen truco. No te cre¡a capaz de hacerlo.
-šHacer que? -pregunta Kurt, casi gritando.
-Vamos, vamos, Insel, deja ya esa cara de sorpresa. Todos vamos detr s de lo mismo. Y con esto no quiero decir nada...
Kurt se queda callado, sintiendo todos los ojos fijos en el.
-Creo que con todo esto conseguir s una promoci¢n -dice Fenster-. De hecho, cuando envie tu carta, a€ad¡ algo...
-Santo Dios, šde que est s hablando? ­Yo no quiero ninguna promoci¢n! Yo no...
El ascensor llega a su piso y Fenster r¡e, con m s esfuerzo que humor.
-Acuerdate de tus amigos de cuando estabas aqu¡ abajo, Insel -le dice, oprimiendole el hombro; luego se va hacia los lavabos.
Kurt vuelve a su oficina con la cabeza d ndole vueltas como un trompo, se encierra y se sienta, derrengado, en su silla.
A la ma€ana siguiente encuentra sobre su escritorio un memor ndum del se€or Nass, diciendole que ser  recibido en la Oficina de Quejas a las tres.
Ya ha pasado la hora cuando vuelve a pensar en ello. Sale disparado de su despacho, sin cerrar la puerta ni los cajones del escritorio y llega a la oficina con diez minutos de retraso.
Cuando entra de nuevo en la enorme y polvorienta habitaci¢n, hay solamente tres hombres detr s de la alta mesa. El hombre que en la otra ocasi¢n se sentara a un extremo no est .
-­Pase, Inzip, pase! ­La Oficina de Quejas tiene buenas noticias para usted! -dice Nass; gui€a uno de sus abultados ojos y el hombre del libro sonr¡e ampliamente-. La oficina ha presentado su caso al departamento -contin£a Nass-, y usted ha conseguido absolverse.
®šAbsolverme? -piensa Kurt-. ­Oh, gracias a, Dios, gracias a Dios!¯
-Y no s¢lo eso, sino que ­tenemos un ascenso para usted! Y la Oficina de Quejas tiene orden de hacer todo lo posible a su favor respecto a ese asunto de la Unter...
El alivio de Kurt se enfr¡a. Entonces recuerda que ha dejado abierta su oficina y tambien sus cajones. Siente que se ahoga. Se sostiene primero en un pie y luego en el otro, mientras espera llegar antes de que sea demasiado tarde.
-Nuvola -contin£a Nass leyendo una hoja de papel con timbre, profusamente mecanografiada- ha sido enviado al Brasil, e inmediatamente...
-šBrasil? -repite Kurt-. Pero, špor que ha ido a Brasil?
La sonrisa del hombre del libro desaparece, mientras que el que est  a la derecha de Nass sigue mir ndole con expresi¢n tensa, como si temiera que fuese a volar en a€icos en cualquier momento. Nass deja de leer, deja el papel sobre la mesa y estudia a Kurt largo rato.
-Usted quiere ayuda, šno? -pregunta por fin.
-Claro que s¡, se€or -responde Kurt.
Hay una pausa hasta que Nass encuentra otra vez el punto de su lectura.
-...Nuvola ha sido enviado al Brasil -prosigue con gran enfasis, e inmediatamente a€ade-: Trocken y Nariz se dispondr n a partir para Benares y esperar n all¡ futuras ¢rdenes.
Trocfcen, el hombre de la derecha, empieza a meter l pices y papeles en una cartera.
-Benares -murmura Kurt.
Nariz y Trocken se levantan del escritorio y se dirigen a la puerta, hablando en voz baja. Kurt escucha sus pasos mucho rato.
-šBien? -pregunta Nass-. šHay algo m s?
La puerta se cierra all  al fondo y el viento gime fuera. Kurt sigue con la mirada perdida en las sombras, m s all  de la mesa.
-šNada m s? šNo? Muy bien -exclama Nass, convirtiendose de improviso en un af n de actividad, apilando papeles, traslad ndolos de un caj¢n a otro, cogiendolos a pu€ados y metiendolos en su cartera, sin advertir siquiera que Kurt est  all¡. Luego se levanta y se echa encima una chaqueta de la compa€¡a que ha estado todo el tiempo sobre una silla de cuero. Luego se aparta de la mesa y empieza a dar vueltas por la habitaci¢n, rebuscando en los escombros, examinando las paredes, la c£pula, las ventanas, los muebles, todo en la penumbra de la estancia. De pronto se da cuenta de que Kurt est  all¡ y dice:
-Mi puesto est  en Munich. Usted ha sido ascendido. Por tanto desde ahora dejar  usted su oficina y subir  aqu¡ para hacerse cargo de la Oficina de Quejas en lugar nuestro.
-Pero šy mi oficina? -dice Kurt-. Por eso he venido. ­No quiero salir de mi oficina!
-Tonter¡as, todo el Mundo quiere salir -dice Nass, cogiendo una vieja silla de cuero y arrastr ndola al otro extremo de la habitaci¢n.
-­Mi oficina! ­Mi oficina! -grita Kurt, a punto de llorar.
-­Est  usted aqu¡ arriba ahora, Inzip! -exclama Nass, irritado, de vuelta al centro de la habitaci¢n-. šNo siente usted ninguna gratitud?
Kurt oye, muy debilmente, un ruido como de raspadura. Es la se€ora Unter, revolviendo en las entra€as del edificio. Ya se dirige r pidamente a su oficina. Dentro de un momento la ver  vac¡a. Se abalanzar  en su interior. Se sentar  en su silla, rugiendo. Hundir  sus grandes y toscas manos en los cajones abiertos y se apoderar  de todas sus pertenencias. Acercar  a ellas su nariz para olerlas, y, mientras, sus ojos dar n vueltas en su rostro embotado.
-­No deben hacer esto! -suplica Kurt.
-Es todo por su bien -responde Nass lac¢nicamente, y se dirige al telefono. Lo aferra con ambas manos y lo arranca de la pared, arroj ndolo a continuaci¢n a los brazos de Kurt-. No se desprenda nunca de esto, Inzip -dice, y luego se encamina a la puerta-. Estaremos continuamente en contacto con usted.
La puerta se cierra con violencia. Kurt permanece en el centro de la enorme y vac¡a habitaci¢n, mirando hacia la puerta. El telefono roto cuelga de sus manos. Sopla el viento y la fr¡a corriente le hiela las piernas. La luz disminuye m s y m s, confundiendo las sillas y los papeles en una masa de sombras, a lo largo de las paredes de ladrillo, mientras el Sol de invierno se vuelve rojo en las ventanas. Se le empiezan a llenar los ojos de l grimas y grita;
-­Malvados! -agita el pu€o cerrado hacia la puerta-. ­Malvados! ­Me habeis destruido y ni siquiera sabeis mi nombre! -y se cubre la cara con ­as manos.
El golpe en la puerta apenas se oye y, despues de un momento, la puerta se abre y entra un hombrecillo con un deste€ido chaleco de seda y una visera verde, llevando en sus manos un aparato roto.
-šEs esta la Oficina de Quejas? -pregunta en un susurro.
Ve a Kurt en el centro de la habitaci¢n y se queda mir ndole un instante, visiblemente impresionado. Luego, tomando los sollozos como un signo de que es bien recibido, se acerca t¡midamente y empieza:
-Ver , se€or, soy el ejecutivo de Mimeograf¡a y...
Pero Kurt cae de rodillas y el £nico sonido que puede o¡rse en la habitaci¢n es el lamento del hombre arrodillado y el viento que repiquetea en las ventanas y a£lla eternamente en la c£pula.