LAS DOS ‘D’.
Por
Hugo Rodríguez.
—Diana.
—Ah.
Daniel. No te vi.
—Entré
por 47. Vi que salías de la biblioteca. ¡Hermosa mañana! ¿No?
—Sí. Los
pájaros están muy bochincheros. Se viene la primavera.
—Permitime
que te lleve los libros.
—Sólo
voy hasta Electrotecnia.
—Sí, lo
sé. Si te pasás la vida ahí.
—Tenés
razón. Dentro de unas horas probamos el
ciclotrón.
— ¿Nerviosa?
—Por
supuesto. Y más, sabiendo que viene el teniente Ramírez.
— ¿Y a
qué viene, ese?
—A supervisar la prueba. Es del gobierno.
—Todo va
a salir bien. Mario Báncora es un científico de mucho prestigio. Una mente
brillante.
—Sí. Sin
duda. Estudió junto a Lawrence y se animó a construir el primer ciclotrón de
Sudamérica. ¡Y lo instalamos aquí! ¡En La Plata! ¿¡No es extraordinario!?
—Y vos
te atreviste a modificarlo. Eso es también extraordinario. Ustedes las mujeres
van a gobernar el mundo.
—Puede
ser. Ahora votamos.
—A mí ya
me gobernás vos.
—Daniel…
— ¿Sabés?
Cuando sonreís te parecés mucho a Eva Duarte, la actriz ¿la conocés?
—Comportate,
por favor.
—De
acuerdo. Te dejo los libros. ¿Venís al bufete
después de la prueba? Así festejamos.
—Es una
buena idea.
—Macanudo.
Nos vemos entonces. Chau y suerte.
—Chau.
* * *
—Teniente
Ramírez. Bien venido. Llegó temprano.
—Doctora
Diana, un gusto de verla. El general Domingo Mercante le envía sus saludos.
— ¿Eh?
—Sí. No
se sorprenda. Usted ya es una persona a la
que se le presta mucha atención.
—Bueno.
Muchas gracias, a usted y al presidente Mercante, por supuesto.
—Se lo
haré saber. ¿Y cómo va todo? Algo me contó el ingeniero Báncora. Pero me
gustaría su opinión.
—Bueno
¿Si me lo permite Báncora?
—
Adelante, m' hija. Este proyecto es más tuyo que mío.
—Gracias,
doctor. Bien, cómo recordará, teniente, en el interior del ciclotrón, hay dos cámaras cilíndricas de vacío en forma
de 'D' mayúscula enfrentadas en espejo, que los norteamericanos las denominan
'Dees', y nosotros, bueno, también. Entre las 'Dees' hay una fuente de iones y
de ahí obtenemos protones.
—Sí,
entiendo. Continúe.
—Bueno,
en las 'Dees', cuando se activa el ciclotrón, circula un poderoso campo
magnético en el sentido del eje del
cilindro, ese campo magnético captura los protones y los hacen girar dentro del
ciclotrón a una gran velocidad, dotándolos de una poderosa energía. Luego las partículas escapan por uno de los extremos, en forma de
haz de protones, y se impactan en una placa y, digamos que, al romperse los
protones, nos revelan de qué están hecho: el misterio de la materia.
—Eso más
o menos lo tengo claro. Ahora ¿en qué consisten las modificaciones?
—Hemos
agregado un sistema de radiofrecuencia para generar un campo eléctrico alternante
y entonces obtendríamos, en vez de un chorro de partículas, pulsos de
partículas, dándole más precisión al haz. Aumentaremos también la energía del
rayo, que hasta ahora es de 100 mega electronvoltios y pensamos obtener en la
prueba una energía de 700 a 800 mega electronvoltios.
—Muy
bien doctora. Ahora dígame, ¿Podemos usar un núcleo de uranio, para obtener los
protones?
—Sí,
pero los riesgos…
— ¿Si me
permitís, Diana?
—Adelante,
doctor.
—Vea,
Ramírez, sé a dónde quiere ir. El ciclotrón abre dos puertas: una hacia la paz
y la otra, ya sabemos.
—Ah ja.
—Se han
hecho pruebas con el haz de partículas en medicina. Sirve para deshacer tumores
en la cabeza sin dañar el tejido cerebral.
—Sí,
entiendo Báncora. Pero debe comprenderme, soy militar y estoy aquí para cumplir
una misión. Pero mejor dejemos el tema para otra oportunidad. Si les parece podríamos empezar con la
prueba.
* * *
— ¿Van a
recolectar miel? ¿Y esos trajes?
—No,
teniente. Es para protegernos de la radiación.
— ¿Ha
Habido alguna fuga? ¿Salió mal la prueba?
—No lo
sabemos. Pero ha subido dos puntos la emisión
gama en la sala del ciclotrón. No es peligroso. Nos ponemos los trajes
sólo por precaución.
— ¿Le
ayudo con el cierre, doctora?
—Sí
gracias, Ramírez. Y alcánceme esa caja, por favor, es el contador GEIGER.
—Cómo
no.
— ¿Entramos,
profesor?
—Sí,
adelante Diana.
—Revisaré
el foso.
— Yo
miraré la placa. ¡Báncora! ¡Vea esto!
— ¡Es
increíble! ¡Y flota en el aire! ¡Se puede ver a través de él!
—Es un
aula. Es el Nacional.
— ¡¿Profesor
Báncora?! ¡¿Diana?! ¡¿Qué sucede ahí dentro?!
—Que
dice el contador, ¿Diana?
—De aquí
proviene la radiación gama. Pero es muy baja. No hay peligro.
—Me
quitaré el visor. Quiero verlo con mis propios ojos.
—Yo
también.
— ¡Báncora!
¡Diana! ¡¿Qué sucede?! ¡¿Están bien?!
—Sí.
Pase no más Ramírez, no es peligroso.
— ¡Carajo!
¡¿Y eso qué es?!
—No lo
sabemos. Sin duda surgió al momento de la prueba.
— ¡Es
como una bola de cristal! ¡Se puede ver a través de él! ¡Es una clase de
secundaria! ¡Caray, es increíble! Y bueno, profesores ¿De qué se trata?
—Sí, es
el Colegio Nacional. El de acá, de La Plata. El de avenida 1. Y es el aula del
segundo piso. Vea profesor por aquella ventana: el monumento a Brown, en la
plazoleta de 52. Es el salón que da al sur.
—Ah ja.
Al parecer ellos no nos ven, ni nos oyen.
—Quiere
decir, Báncora que esta pelota de cristal flota en el aula y los alumnos y esa
profesora ¿no la ven?
—Así
parece, Ramírez.
—Pero
¡la pucha! ¿Qué es esto? ¿Qué explicación le dan?
—No
tenemos una explicación. Sólo podemos conjeturar.
—Bueno,
deme una conjetura, Diana, por favor.
—Podría
tratarse de un agujero, sólo que en vez de dos dimensiones, tiene tres. Por eso
parece una pelota. ¿Báncora?
—Estoy
de acuerdo con vos, Diana: un agujero esférico.
— ¡Ufa,
profesores! ¡Hay que entenderlos a ustedes! ¿Eh?
* * *
—Bien,
les diré algo profesores, por el momento no vamos a difundir este fenómeno.
— ¡Pero,
teniente, es importante que lo conozca la comunidad científica! ¡Es un descubrimiento
que escapa a nuestra capacidad!
—Tranquilícese, Diana,
la comprendo. Pero por ahora no haremos ningún anuncio. Primero debo
informar a mis superiores y luego veremos.
—No sé
por cuanto tiempo podremos ocultar el suceso, Ramírez. Además, así como vino puede desaparecer en
cualquier momento.
—No se
preocupe, profesor. Se dará a conocer a su debido tiempo. Les enviaré un equipo
de filmación y cámaras fotográficas. Debemos documentarlo.
—Sí. Esa
es una buena idea.
—Si les
parece, Báncora, Ramírez, iré al Nacional. Seré discreta. Comprobaré si hay
algo en esa aula. Por qué sospecho que estamos ante un fenómeno más complejo
aún.
— ¿A qué
te referís, Diana?
—Primero
me gustaría confirmar lo del aula, profesor, y luego le aclaro. ¿Teniente, puedo
ir?
—Vaya
usted, Diana. Confío en su discreción. ¿Profesor? Al resto del personal
manténgalos informados, hasta ahí no más.
—Bien.
—Iré a
notificar a mis superiores. Les enviaré el equipo de filmación. Y, según las novedades, los veré más tarde. Aquí
le dejo este número de teléfono, profesor. Es una línea especial. Llámeme ahí,
cualquier cosa.
—Muy
bien. Hasta luego, Ramírez. Diana, regresá pronto, por favor.
—Sí,
profesor.
* * *
—Diana.
¿Cómo te fue?
—Vamos
al ciclotrón. Le explicaré allí.
—Ha
habido cambios, Diana.
— ¿A qué
se refiere?
—Miralo
vos misma. Vamos.
— ¡Pero
por favor! ¡Es enorme!
—Cuadruplicó su tamaño.
— ¿Cuándo
sucedió?
—Hace unos
minutos. Ha absorbido parte del ciclotrón y de la pared.
—Me doy
cuenta, sí.
— ¿Y
cómo te fue con el aula?
—Conozco
al rector. Le pedí que me dejara recorrer un poco los pasillos. Nostalgia.
Justo se dio el recreo y aproveché para entrar al aula. Bueno, confirmé lo que
sospechaba: en el aula no hay nada y además, ese mapa que cuelga allí, el de
Europa, allá no estaba. Las paredes tienen otro tono de pintura. Reconocí
algunos de los chicos en los pasillos, pero vestían de otra forma.
— ¿Cuál
es el punto, Diana?
—Es otro
mundo, profesor. Un mundo paralelo.
—Comprendo:
miramos a través del agujero, hacia un mundo semejante al nuestro.
—Sí. Hemos abierto una ventana espacio
temporal.
—Debemos
convencer a Ramírez de informar a otros científicos.
—Estoy
de acuerdo.
—Me dejó
un número de teléfono para que lo llame por cualquier cosa. Lo llamaré.
—Bien.
¿No ha habido cambios en la radiación gama?
—No.
Sólo creció de tamaño.
—Voy
hasta el bufete, me muero de hambre. ¿Le traigo algo profesor?
—Sí, un
pebete de jamón y queso y una VIDÚ. Decile a María que me lo prepare como
siempre.
— ¿Quién
es María?
— ¿Cómo
quién? La del bufete.
—Claro,
sí. Ya regreso.
* * *
—Buenas
tardes, señorita.
—Buenas
tardes, Diana ¿Qué le sirvo?
— ¿Me
conoce usted?
—Sí,
Diana García, de electrotecnia. ¿Se siente bien?
—Sí,
sólo que yo, bueno ¿No se encuentra Daniel?
— ¿Daniel?
—Sí, el
muchacho que atiende el bufete.
—Pero
Diana ¿Qué le pasa? Si el bufete lo atiendo yo desde hace tres años.
— ¡No
puede ser! ¡Estuve con él por la mañana! ¡Yo a usted no la conozco!
—Soy
María, profesora. Pero ¡Profesora! ¿Adónde va?
* * *
— ¡Miren
eso! ¡Es como un globo gigante!
— ¡Por
Dios! ¡Báncora!
— ¡No
conviene que entre, profesora!
— ¡Pero
Báncora está ahí dentro! ¡Y hay otras personas también!
— ¡Sí,
pero es peligroso! ¡No sabemos de qué se
trata! ¡Parecen dos lugares superpuestos! ¡El Colegio Nacional dentro de
Electrotecnia! ¡Es muy extraño! ¡Es una cosa de locos!
—Claro.
'Daniel ¿Dónde Estás?'
— ¡Sigue
creciendo! ¡Corran! ¡Corran! ¡Aléjense todos! ¡Vamos! ¡Vamos profesora!
* * *
—Diana.
—Ah.
Daniel. No te vi.
—Entré
por 47. ¡Hermosa mañana! ¿No?
—Sí. Los
pájaros están muy bochincheros. Se viene la primavera.
—Permitime
que te lleve los libros.
—Sólo
voy hasta la biblioteca.
—Lo sé.
Me gusta caminar junto a vos. A las tres termino en el bufete. ¿Nos vemos a la
salida?
— ¿Puede
ser a las tres y media? Tengo que catalogar.
Bueno,
sí. ¿Te conviene el trabajo en la biblioteca?
—Lo
preciso. Me ayuda con la carrera.
—Mirá
que seguir doctorado de física. ¡Fijate vos!
—Es una
carrera prometedora. ¿Viste que la central atómica de Ezeiza adquirió un
ciclotrón? Allí me gustaría trabajar.
—Creo
que algún día lo vas a lograr. Ustedes las mujeres están ganando mucho terreno.
—Bueno,
ahora ya votamos.
— ¿Sabés?
Con el pelo recogido te parecés a Evita.
—Pero
vos no te parecés al general Perón.
* * *
— ¡Ufa!
No terminaba más, con esos libros. Disculpame, Dani.
—Está
bien. Mirá. Lo tallé mientras te esperaba. 'D y D'.
— ¡Pobre
árbol! Vamos.