MAQUINARIA.
En esa noche de nadie, el viento barría las hojas del
andén vacío y penumbroso. El tren que se
acercaba silbó y su luz brilló como una estrella de presagios.
En el interior de uno de los vagones, de pocos pasajeros, un joven, que descansaba
las pantorrillas en el asiento opuesto, discutía
con la Unidad de Seguridad:
— ¡Qué vigilás pedazo de chatarra! Qué ¿no puedo
viajar? Tengo derecho ¿No? Saqué boleto, mirá. Así te programaron los soretes
esos: si el chaboncito es negro y
pobre, guarda el hilo.
—Unidad de Seguridad Urbana, serie B785, exige al
ciudadano que se identifique.
—Por qué no me dejás de joder, maquinaria. Pedile los
documentos a los demás. O qué. ¿No pueden ser chorros algunos de esos giles? O
porque van bien vestidos, peinadito y toda la bola, te pensás que no afanan.
—Repito: Unidad de Seguridad Urbana serie B785 exige
al ciudadano que se identifique o ejecutaré su aniquilación.
El
muchacho retiró los pies del asiento.
—Ta' bien. Aguantá la moto. Pará. Ahí tenés la chapa.
¿Todo legal?
—Ciudadano identificado: Sergio Pérez. 16 años. Sin
estudios. Sin antecedentes.
—Vistes, limpito. Así que no jodas, chatarra.
—Por los rasgos raciales y sociales existe la
posibilidad de que usted sea un potencial delincuente.
—Qué denso que estás, hojalata. ¿Te la agarraste con
migo?
—Debo evitar la declinación de la sociedad. Reducir
los niveles delictivos, mediante la aniquilación de lo degradado.
—Sí, volándome la cabeza. Pero yo no hice nada. Así
que tranquilo, ¿eh? Voy para el fondo, chatarra. Te prometo que me porto bien.
No me sigas.
El tren se detuvo. El joven pasó a la formación
contigua y permaneció de pie cerca de
las puertas de acceso. Miraba en dirección a la Unidad y también hacia una
señora que hablaba por celular.
El guarda sonó el silbato, el tren reiniciaba el traqueteo, y la señora gritó:
— ¡Me sacó el celular! ¡Agárrenlo! ¡El hijo de puta me
sacó el celular!
El pibe saltó del tren. Tropezó y rodó por el andén. La formación se detuvo y
dos tipos saltaron sobre él.
—Adónde vas, pendejo de mierda. Chorro hijo de puta.
Empezaron a golpearlo. Con puños primero. Patadas
después. El pibe se cubría con los brazos. Se sumaron más pasajeros:
—Vamos, vamos a darle.
—Hay que matarlos a todos estos guachos.
—Rompele la cabeza.
El muchacho sangraba de la boca y de los oídos. La
lluvia de golpes seguía.
Descendieron
el guarda y la señora del celular:
— ¿Dónde está la Unidad de Seguridad?
—Ahí viene, señora.
— ¡Qué lo liquide de una vez!
La
Unidad se acercó y su voz inmutable retumbó en el lugar:
—Ciudadanos, apártense.
Las personas formaron un corro alrededor del pibe, que
se retorcía en las baldosas bañadas con su sangre.
La Unidad desplegó el arma. Y la ráfaga fulguró en la
penumbra de la estación. Los pasajeros que habían golpeado al ladrón, cayeron
como piezas de dominó. La Unidad se acercó
al pibe y le quitó el celular. Se lo entregó a la señora, luego le ordenó al guarda:
—Ponga en marcha el tren. Debemos continuar con el servicio.
—Pero, mataste a todas esas personas.
—Evito la declinación de la especie. Ahora, obedezca.
Sigamos con el viaje o tendré que ejecutar su aniquilación.
La señora subió primero, seguida por la Unidad de
Seguridad. El guarda pitó mientras agitaba la linterna y la locomotora respondía con el silbato.
En el andén, el joven, con su espalda en la sangre y
rodeado por los cadáveres, forzaba una
mueca en su boca destrozada.
Fin.