jueves, 9 de octubre de 2014

MAQUINARIA


MAQUINARIA.

 

 

En esa noche de nadie, el viento barría las hojas del andén  vacío y penumbroso. El tren que se acercaba silbó y su luz brilló como una estrella de presagios.

En el interior de uno de los vagones,  de pocos pasajeros, un joven, que descansaba las pantorrillas en el asiento opuesto,  discutía con la Unidad de Seguridad:

 

— ¡Qué vigilás pedazo de chatarra! Qué ¿no puedo viajar? Tengo derecho ¿No? Saqué boleto, mirá. Así te programaron los soretes esos: si el chaboncito es negro y pobre, guarda el hilo.

—Unidad de Seguridad Urbana, serie B785, exige al ciudadano que se identifique.

—Por qué no me dejás de joder, maquinaria. Pedile los documentos a los demás. O qué. ¿No pueden ser chorros algunos de esos giles? O porque van bien vestidos, peinadito y toda la bola,  te pensás que no afanan.

—Repito: Unidad de Seguridad Urbana serie B785 exige al ciudadano que se identifique o ejecutaré su aniquilación.

 

El muchacho retiró los pies del asiento.

 

—Ta' bien. Aguantá la moto. Pará. Ahí tenés la chapa. ¿Todo legal?

—Ciudadano identificado: Sergio Pérez. 16 años. Sin estudios. Sin antecedentes.

—Vistes, limpito. Así que no jodas, chatarra.

—Por los rasgos raciales y sociales existe la posibilidad de que usted sea un potencial delincuente.

—Qué denso que estás, hojalata. ¿Te la agarraste con migo?

—Debo evitar la declinación de la sociedad. Reducir los niveles delictivos, mediante la aniquilación de lo degradado.

—Sí, volándome la cabeza. Pero yo no hice nada. Así que tranquilo, ¿eh? Voy para el fondo, chatarra. Te prometo que me porto bien. No me sigas.

 

El tren se detuvo. El joven pasó a la formación contigua y  permaneció de pie cerca de las puertas de acceso. Miraba en dirección a la Unidad y también hacia una señora que hablaba por celular.

 

El guarda sonó el silbato, el tren  reiniciaba el traqueteo, y la señora gritó:

 

— ¡Me sacó el celular! ¡Agárrenlo! ¡El hijo de puta me sacó el celular!

 

El pibe saltó del tren. Tropezó y  rodó por el andén. La formación se detuvo y dos tipos saltaron sobre él.

 

—Adónde vas, pendejo de mierda. Chorro hijo de puta.

 

Empezaron a golpearlo. Con puños primero. Patadas después. El pibe se cubría con los brazos. Se sumaron más pasajeros:

 

—Vamos, vamos a darle.

—Hay que matarlos a todos estos guachos.

—Rompele la cabeza.

 

El muchacho sangraba de la boca y de los oídos. La lluvia de golpes seguía.

Descendieron el guarda y la señora del celular:

 

— ¿Dónde está la Unidad de Seguridad?

—Ahí viene, señora.

— ¡Qué lo liquide de una vez!

 

            La Unidad se acercó y su voz inmutable retumbó en el lugar:

 

—Ciudadanos, apártense.

 

Las personas formaron un corro alrededor del pibe, que se retorcía en las baldosas bañadas con su sangre.

La Unidad desplegó el arma. Y la ráfaga fulguró en la penumbra de la estación. Los pasajeros que habían golpeado al ladrón, cayeron como piezas de dominó. La Unidad se acercó  al pibe y le quitó el celular. Se lo entregó a la señora,  luego le ordenó al guarda:

 

—Ponga en marcha el tren. Debemos continuar con  el servicio.

—Pero, mataste a todas esas personas.

—Evito la declinación de la especie. Ahora, obedezca. Sigamos con el viaje o tendré que ejecutar su aniquilación.

 

La señora subió primero, seguida por la Unidad de Seguridad. El guarda pitó mientras agitaba la linterna y la locomotora  respondía con el silbato.

En el andén, el joven, con su espalda en la sangre y rodeado por los  cadáveres, forzaba una mueca en su boca destrozada.

 

Fin.