domingo, 2 de septiembre de 2018

Corazón artificial.

Corazón artificial. 

 Tropecé con Laura, por primera vez, en el despacho del doctor Gutiérrez, un psiquiatra del hospital al que asistí para que me examinaran, dado a mi pasado antisocial. Me habían sentado frente al escritorio. Gutiérrez y su ayudante me observaban de pié, con las manos escondidas en los bolsillos de sus guardapolvos de cuello redondos; sus caras angulosas y cincuentonas, me miraban como aguiluchos al acecho. La puerta permanecía abierta y afuera un grupo de médicos cuchichiaba. 
—La terapia convencional— comenzó la perorata el ayudante— se ha mostrado ineficaz para disminuir su odio contra la sociedad. Por eso el doctor Gutiérrez y yo desearíamos aplicarle nuestro programa de terapia androide. 
—¿Un androide? —me apuré a contestar— ¡Ni hablar, doctor! ¡No necesito la componía de ningún zombi mecánico! Vi como las arrugas de sus caras dibujaban el fastidio. 
—¡Vamos Mario! ¿Tiene miedo a una máquina? —me sentenció Gutiérrez. El ayudante se había retirado. Quedé a solas con el doctor que me invitó a pararme. Él se acercó a la puerta y los médicos de afuera dejaron de cuchichear: acompañada por el ayudante surgió bajo el umbral la figura curvilínea de Laura. 
—No esperamos que Laura lo cure, Mario— dijo Gutiérrez que balanceó la mano invitando al androide a entrar. —Laura contestará a sus preguntas —me afirmaba, mientras mis ojos revisaban cada milímetro de aquella morocha sintética—. Ahora lo guiará hasta su nueva habitación. 
Ella me entregó una sonrisa y paralizó mis ojos con los suyos: negros y audaces. 
—¿Eso es Laura? —se me ocurrió murmurar—. Bueno, después de todo, puede ser que resulte —terminé mi comentario. 
Caminé junto a ella por un pasillo por donde retumbaban nuestros pasos; delante marchaban el doctor y su ayudante. 
—¿Le sorprende mi aspecto humano? —me habló Laura mirando las espaldas de los doctores. 
—Puede ser —le afirmé sin mirarla—, pero no esperes que te trate como a una mujer. 
Nos detuvimos ante las puertas del ascensor que sisearon al abrirse, Gutiérrez y su ayudante se despidieron de nosotros y nos dejaron subir solos. 
—¿En qué cociste este dichoso programa? —intenté guiar la conversación después que las puertas del ascensor se cerraron. 
—Muy sencillo —Laura me miró con sus intensos ojos negros—, tu perfil psicológico ha perdido la influencia maternal. Es por eso que voy a actuar como una nueva madre. 
—¡No me digas! —el ascensor subía y nos paramos uno frente al otro— ¡Estoy convencido de que nunca tuve una madre! Laura bajó la mirada y apoyó su mano en mi pecho. 
—Sí, la tuviste, pero su imagen se borró de tu memoria—. Cuando lo dijo, algo se sacudió dentro de mí. —Y al olvidarla —continuó el androide, mientras sus ojos volvían a posarse en los míos—, olvidaste lo que ella te enseñó: responsabilidad, amabilidad —su voz se volvió tersa—, respeto hacia ti mismo y hacia los demás.  
Ella dejó de hablar y miró mis labios, luego agregó casi en un suspiro: 
—Y especialmente, perdiste la facultad de amar. 
La morocha mecánica rodeó su brazo por mi nuca; la hembra olía a rosas, su aliento olía a rosas; su rostro de mejillas sedosas se acercó demasiado, la boca se abrió y sus ojos se entrecerraban. 
—Por eso estoy aquí —dijo y se oyó más tersa aún—, para ayudarte a vivir de nuevo, para que madures y recuerdes. 
Sus labios quemaron los míos y tuve la sensación de que el ascensor se disfumaba. De pronto me volví niño. Mi rostro se hundía en el pecho de...de mi madre. Pude notar que sus brazos, sí los brazos de mi madre, me estrechaban con afecto. Escuché la voz de Laura, que parecía provenir de otro lugar y me decía: 
—Recordarás lo que aprendiste, lo que sentiste, el candor de tu infancia. Mi madre enredaba los dedos en mis cabellos y me abrigaba con el calor de su cuerpo. 
—Todo lo que tu mente ha bloqueado —la voz de Laura regresaba al ascensor—, lo que tu mente ha escondido lo traeré a tu realidad. 
La imagen de mi madre se alejaba y la mejilla de Laura se recostó en mi pecho. Olí sus cabellos de plástico. 
—¿Y voz vas a enseñarme todo eso? —le susurré—. ¡Qué divertido! —le dije y acaricié sus costillas sintéticas. 
Me sentí más fuerte, pero mis defensas se desmoronaban. 

Me había sentado frente al comunicador y la voz del doctor Gutiérrez emergía del aparato. No prestaba atención a esas palabras. Él controlaba constantemente mi conducta, pero su presencia me molestaba cada vez más, ya que yo, sólo confiaba en Laura. 
—¡Mario! —me llamó enojada —Estoy aquí— le contesté y desconecté la conversación con Gutiérrez. —¡Has descuidado otra vez tu trabajo de limpieza! —me regañó y eso me molestó. 
—¡A ver! —Me giré desde la silla para mirarla a los ojos— ¡Vos sos la máquina! ¡Vos sos la que tenés que limpiar! —le dije, aunque no me oí muy enojado. 
Gracias a ella, mis mejores impulsos se iban afianzando. 
—¿Sólo soy eso para ti? Una máquina —dijo, y se me acercaba reptando, insinuante— ¿Sólo tuercas y tornillos? ¿Sin corazón, sin alma? 
—Pero eres mí máquina, Laura —le contesté, mientras ella me derretía con su mirada oscura—, y te ponés preciosa cuando te enojás —agregué, casi sin aire. 
Noté que escondía algo tras su espalda. 
—¿Qué tenés ahí? —dije. Me levanté de la silla para tomar a Laura de la cintura y descubrir lo que escondía, acariciando sus caderas con picardía. Ella sonrió aceptando el juego. 
—Es un regalo para ti, Mario —retrocedió e interpuso la caja con moño evitando mis caricias. —¿Olvidaste que es Navidad? 
No le contesté. Claro que lo había olvidado. Un tiempo de alegría y buenos deseos entre los hombres, pero que yo no celebraba hacía mucho tiempo. —Dame. Quiero ver que es—. Me volví a sentar y retuve la caja sobre mis muslos. Mis manos se apuraron a desatar el moño: no aguantaba más y mis recuerdos volvieron; regresaban a retazo desde mi mundo infantil: mi madre bajo el umbral de la puerta con el regalo en sus manos; 'mamá ¿qué es eso?' le dije ansioso mientras corría hacia ella. La abracé y dije aquella frase, 'No aguanto más'. Mi pasado regresaba. Un pasado que no tardaría en recordar totalmente. '¡Un osito mecánico!', le exclamé a mi madre. '¡Justo lo que deseaba!', y me volví hacia ella para abrazarla una vez más. 
—Oh, Laura, un detector programable, justamente lo que deseaba. Nos abrazamos y ella olía a rosas y yo le acaricié las costillas sintéticas. —No había tenido un regalo de Navidad desde hacía— intenté contarle a Laura, pero mi garganta se contrajo; mi aliento se retuvo—. Me hacés sentir tan joven; tan vivo de nuevo —pude decirle con esfuerzo. La miré a los ojos y Laura me devolvía una mirada tierna; su mirada sintética. —La vida no vale nada, si no estás a mi lado—, le dije. 
Y una vez más sus labios quemaron los míos. Los doctores no pretendían que Laura fuera más que una máquina para aprender. Pero no pensaron que cuando uno recibe tantos cuidados de alguien, uno termina enamorándose de esa persona. Y aunque había sido programada para enseñarme lo maravilloso que es la vida para un humano normal, tenía que esforzarme para no olvidar que era sólo un robot. 
—No digas eso, Mario —deshizo el abrazo y me dio la espalda—. Has progresado mucho y pronto me dejarás —agregó. 
—Pero, Laura, vos sos... 
—Soy una máquina, Mario. No lo olvides. 
Me preocupaba comprobar que cambiábamos los papeles y no sin razón. Mi fiesta de cumpleaños recién comenzaba. 
—Hoy es un día muy especial, Mario —Laura lo dijo convencida. 
 —¿Porqué, vas a decirme que te vas? —dije. 
—No. Eres tú quién se va —logró tensionarme con esas palabras. —Para volver al mundo —agregó de inmediato regalándome una sonrisa que no alcanzó a mejorar mi humor. Laura se me acercó y me susurró: 
—He preparado una fiesta para ti: la celebración de tu nacimiento. Ya que es como si volvieses a nacer. 
—¿Amigos? —le reproché—, no necesito a ninguno, te tengo a vos. Dudé un momento. Laura se había alejado y me daba la espalda. —Se me acaba de ocurrir algo —me animé a contarle—. ¡Vamos a celebrarlo juntos! ¡Vos y yo! Laura no se giró y tardó en contestar. 
—No, Mario. Hemos estado demasiado tiempo juntos. ya es hora de que conozcas gente de verdad. Laura se acercó a la puerta y la abrió: el cuarto se pobló de personas con caras sonrientes, habladoras, una torta con velas y de algún lado comenzaba a surgir música. Se referían a mí como el recién nacido. Le susurré a Laura que nos fuéramos. Me instaron a que apagara las velas y pidiera un deseo. Comenzaron con el 'cumpleaños feliz'. Ella me pidió que lo hiciese. Le dije que no podía; que no estaba preparado para esto. Seguían coreando el 'feliz cumpleaños'. Victoreaban al 'recién nacido'. La música se volvía insoportable. 
—¡Volvamos a casa, Laura! —le supliqué, mientras ella me daba la espalda y yo la sujetaba de los hombros—. Donde podamos estar juntos los dos, como antes. La rodeé para pararme frente a ella. —¡Estoy asustado, Laura! —le imploré con voz ahogada mientras hundía mi mejilla en su pecho—. ¿Porqué me hacés esto? ¿Porqué no decís nada? Me dí cuenta que me descontrolaba ante su indiferencia. —¿Es que no me oís? ¡Laura! ¡Laura! 
De pronto advertí que en el cuarto sólo retumbaban mis gritos. Los invitados se habían callado y la música no sonaba. Pero lo más extraño es que se habían quedado inmóviles: estatuas de rostros agónicos, sin almas y de ojos opacos...como los de Laura. 
—Cálmese, Mario —el doctor Gutiérrez acababa de entrar a la habitación. 
 —¿Qué pasa aquí, doctor? —dije, separándome de Laura. 
—Todos son máquinas, todos son androides. Gutiérrez dijo esto mirando un control que sostenía en su mano. —Era una fiesta falsa, Mario —dijo, con algo de perversidad—; un test para comprobar su mejoría y notamos que se ha vuelto peligrosamente dependiente del androide. 
Un nudo me apretó el estómago e intercambiamos miradas con Gutiérrez mientras Laura continuaba paralizada. 
—¿Y dejar aquí a Laura? —se lo dije a Gutiérrez agudizando mi mirada. —¡Nunca! ¡no! 
—Ella no importa —me contestó con sadismo y agregó con mayor sarcasmo aún: 
—vamos; deje de arrastrarse por un robot. 
La ira inundó mi sangre y le grité: ¡Devuélvala a la vida, maldito! Los rasgos agudos del rostro de Gutiérrez ni se inmutaron y sus manos rapaces jugueteaban con los botones del control. 
—Vamos, Mario; deje esa máquina. No es humana. 
Guardó el control en un bolsillo de su guardapolvo y del otro extrajo una pistola hipodérmica. 
—Es una computadora. No tiene corazón, sólo un procesador y ¡esta es la única manera de demostrárselo! 
Gutiérrez se había transformado en un buitre al asecho. Le apuntó a Laura y yo me interpuse. En ese momento volvieron los recuerdos; recuerdos horribles: mi madre en su dormitorio y aquel hombre de rasgos filosos y mi voz de niño '¿qué pasa mamá? ¡No, no mate a mi madre! y luego el disparo. El sujeto huyó y yo grité: 'No te mueras mamá! En el dormitorio reinó el silencio y junto al cadáver de mi madre, el arma del asesino. El nefasto Gutiérrez y su séquito de cerebros me habían tratado como aún muñeco, pero me devolvieron mi pasado...y una segunda oportunidad, ahora podía salvar a la mujer que amaba. 
—¡No, no lo haga! le sujeté el antebrazo de la hipodérmica y se lo bajé. —De acuerdo —dije— regreso con usted a la clínica, pero no destruya a Laura. 
—Muy bien— me afirmó, mientras guardaba la pistola hipodérmica en el bolsillo y con un movimiento de su cabeza, le indicaba a unos colaboradores que retiraran a Laura. Me contuve y seguí el juego ya que era la única manera de devolverle la vida a ella. 
—Discúlpeme, doctor. Me comporté como un loco. 
—Sí, Mario. Es bueno que se controle. 
—Preocuparme tanto, por una máquina ¿no? 
Dejamos la fiesta artificial y nos dirigimos a la clínica. Supe que a Laura la habían puesto en marcha. Imaginé que se encargaría de otro, que amaría a otro como me amó a mí. Ella pronto sería un recuerdo lejano. Me devolvió la personalidad y hubiese sido un crimen no devolverle el favor.