DUPLICATE.
Por
Hugo Rodríguez.
GRABANDO.
“Hola, a quien sea. Mi nombre es
Mary. Debo andar por los diez años. Creo que es lunes, si no perdí la cuenta.
Vivo en Berazategui y anochece. Encontré este celu que no tiene cámara, pero al menos graba. Estoy sola. Ya no
están ni mamá, ni papá”.
PAUSA.
GRABANDO.
“No quiero ser melodramática.
Vamos al punto. Bueno, ya saben, apareció uno que tocó los botones y ¡plaf! ¡A la mierda todo! Por estos lados no quedó ni el loro. No
hay agua, ni animales, ni plantas. Algún que otro robot patalea por ahí, como
Frank, que me acompaña. Frank es grandote y fortachón. Habla poco, pero es muy
inteligente. Me protege. Armó con lo que quedaba de un auto un coche solar que está genial y con eso
paseamos por todos lados. Esos sí, funca
de día nada más. Nos refugiamos en el Bingo. Quedaron algunas paredes y algo
del techo, lo demás es puro cascote”.
PAUSA.
—Mary,
conviene que descanses. Mañana salimos temprano.
—Sí,
Frank. ¿Frank? ¿Por qué no quedó agua?
—Después
de las explosiones, en la atmósfera se formaron posos enormes de vacío por donde el agua de los océanos, lagos y
ríos se fugó al espacio.
—
¡Uy! ¡Sí! Recuerdo las olas, ¡Gigantes! Se perdían en el cielo.
—Puede
ser que queden lagos o ríos subterráneos, nada más.
—
¿Encontraremos alguno, alguna vez?
—En
la provincia de Buenos Aires es poco probable. En la Patagonia o cerca de los
Andes, pudiera ser. Pero ahora descansá. Mañana tendremos una jornada intensa.
—Sí.
Ya se hizo noche.
GRABANDO.
“Mañana nos vamos para La Plata,
porque en el celular había entrado un mensaje:
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y duplicá tu crédito por 7 días.
Frank
me explicó que trianguliando, o algo
así, dedujo que la señal venía de allá. Según
él había posibilidades de que alguien estuviera vivo. Yo creo que no hay nadie,
que la señal se activó sola. Pero mientras vallamos para el sur está todo bien.
Porque acercarse a la capital es jodido. Desde acá, se puede ver el cielo
violeta eléctrico y eso quiere decir, radioactivo”.
PAUSA.
GRABANDO.
“Ah, me olvidaba, Frank le sacó
las gomas al coche solar y las yantas calzaron justo en los rieles del Roca
¡Así que viajaremos por las vías! ¡Es un capo!”.
PAUSA.
GRABANDO.
“Bien, supongamos que hoy es
martes. Perdimos toda la mañana preparando el viaje. Lo llenamos al coche de
porquerías. Al final partimos para La Plata a eso de las cuatro de la tarde.
Frank hizo otra trianguliación con el sol y supo la hora. Por las vías el auto-solar
anda más lento. Tenemos que ir con cuidado porque pueden estar rotas, como en
el cruce de Villa España. El fortachón se tomó el laburo de traer unos
rieles del ramal de Ránelagh y los calzó
donde faltaban y así pudimos llegar hasta Plátanos. En Plátanos no hay nada, ni
árboles, ni plantas, ni pastos. Me acuerdo de que antes que todo se fuera al
carajo vinimos un par de veces a la pileta con mis papis. Ahora no quedó ni el
trampolín. El arroyo ese que olía a mierda está más seco que no sé qué. Para el
oeste -yo sé dónde queda el oeste porque papá me enseñó; estirás los brazos en
cruz y mirás hacia donde sale el sol, ahí es el este, a la espalda el oeste, a
la izquierda el norte y a la derecha el sur-.
Bueno, miraba para el oeste, como decía, y está todo seco y pelado.
Lejos, lejos, se ven algunas chimeneas y nada más”.
PAUSA.
—Frank,
lo que dejamos atrás era Hudson ¿no?
—Correcto.
Ahora toda esta planicie que vez era un
bosque.
—
¿Un bosque?
—Sí,
Mary. Miles de árboles y plantas de diversas especies. Esto ya pertenece a
Pereyra.
—
¡Ah! El parque Pereyra.
—Correcto.
—
¿Frank? ¿Debería sentir hambre, no? ¿Trajiste comida?
—Negativo.
No se encuentra por ningún lado.
GRABANDO.
“Se
iba la tarde y nos detuvimos en los restos de un andén. Primero bajó Frank, que
limpió el lugar de vidrios, de maderas y escombro. Era la estación de Villa
Lisa, Frank encontró un pedazo de letrero, el que decía “Lisa”. Yo intentaba
reconocer el lugar desde el vehículo”.
PAUSA.
—Frank.
¿Vez este camino que va para el río?
—Afirmativo.
—Por
ahí íbamos a Punta Lara. A papá le gustaba pescar. A mí no. Pero le hacía el
aguante. A mamá tampoco le gustaba y se aburría. Ahora no debe haber ni un
pescado.
—Tampoco
hay agua, Mary.
—Tampoco
está papá.
—Pasaremos
la noche aquí. Dormirás en aquél banco junto al muro.
GRABANDO.
“Frank le arregló la pata al
banco y acomodó unas frazadas. Yo me
senté, no quería acostarme. No sé para qué, no dormiría y tampoco soñaría. No
recuerdo ningún sueño. Miré para el lado del río, ya se venía la noche y
empezaba a soplar viento, debería sentir frío. Recogí un pedazo de vidrio para mirarme la cara. Hacía
días que no me miraba: el viento me despeinaba las mechas, sucias y
descoloridas ¡si me viera mamá! Mi rostro es igual al de ella, aunque ahora le
falta un pedazo: se ve mi cámara óptica y mi estructura de titanio. No creo que
Frank me pueda reparar”.
Fin.
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