LA HIJA DEL
ETERNAUTA.
Por
Hugo Rodríguez.
II
EN SU CASA.
Luego de andar unas pocas cuadras, la adolescente se detuvo frente a la pared de un chalet, la trepó y
saltó al otro lado, parecía entrenada para esto. Cayó sin hacer ruido en el
fondo de la casa... de su casa. Oculta en la oscuridad y soberbiamente erguida,
miró la vivienda; la ventana iluminada de su habitación; el laboratorio de su
padre y de los amigos; donde inventaban... pobres sus amigos, recordó. Ahora
miró otra ventana iluminada, era la del altillo y vio a través de las cortinas.
No le cupo la menor duda: era la silueta del
padre y la de sus compañeros y la partida de truco; y las bromas; y las
risas; pero no podía reír y comenzó a llorar como nunca, porque nunca hubo
tiempo para hacerlo, de donde venía.
Quizás el intenso llanto hizo
atraer la atención del grupo que jugaba
cartas, como haya sido, de pronto se encendió la luz del fondo y la chica
enfundada en el extraño traje de buzo quedó expuesta a la vista de los cuatro
hombres. Se acercaron y el padre, sin reconocerla, le apuntó con una escopeta:
— ¿Qué haces adentro de mi
casa?
Lo miró con ojos húmedos y un temblor enorme
le recorrió el joven cuerpo, un nudo se le hizo en la garganta que le congeló
el llanto. La muchacha no podía controlar la enorme emoción que significaba
tener de nuevo al padre tan cerca,
después de tanto tiempo y tanto dolor transcurrido. Pero al fin pudo
controlarse, porque sabía cómo hacerlo:
—Te amo papá —-le contestó con
un tono de vos que hacía tiempo no se escuchaba a sí misma —. No sabes cuánto
te extrañé.
Los cuatro hombres escucharon la
frase de la chica. Conmovidos prestaron mayor atención al rostro de la joven.
Simplemente no lo podían creer, era la cara de Martita, la hija de Juan Salvo.
Juan era el más incrédulo. Pero eran los profundos ojos negros de su hija los
que lo miraban. Y fueron esos ojos los que lo obligaron a bajar el arma.
De la casa salieron dos personas más,
Elena, la esposa de Juan y la ‘otra’ Martita, algo menor que esta.
—Mamá
—Marta susurró desde el interior del traje —. Y comenzó a lloriquear.
Desconcertado, Juan Salvo, volvió a increparla,
esta vez con un tono más bajo, sin apuntarla
y sin aceptar todavía la paradoja de dos Martitas al mismo tiempo:
—Te
parecés mucho a mi hija, pero no eres ella, así que decí quién sos y que hacés
acá.
Respirando
profundo el 'otro' aire, Martita se recompuso y miró a Favali, el profesor de
física amigo de Juan:
—
Favali —dijo —, seguro vos vas a entender mejor, por tus conocimientos de
física.
Todos
se alertaron al notar lo bien que lo conocía. Martita al darse cuenta del
asombro que produjo, comenzó a enumerar datos de los demás.
—Ud.
Es Polsky, jubilado, y vos sos Lucas,
empleado bancario: con Favali quieren
armar un micro láser, allá en el laboratorio —dijo, señalando el lugar en la
casa.
Volvió
a mirar al padre con enorme ternura:
—
Y vos, además de ser mi padre, tenés el hobby del astro-modelismo.
Martita
se detuvo en los ojos a la mamá y a de la
‘otra’ Martita y les sonrió con amor. ¡Amor, por fin amor! Fue lo que pensó.
Volviéndose hacia el desconcertado
Favali, comenzó a recitar una
explicación que había aprehendido de memoria:
—.Favali,
yo soy Martita Salvo pero vengo del futuro, de algunos años en el futuro. Por
eso estoy más crecidita. Ya soy adolescente y vengo a prevenirlos de la invasión.
Sucederá dentro de una semana... el próximo viernes por la noche... se cortara
la luz, cuando ustedes estén jugando al truco en el altillo y luego…
Martita
comenzó a perder las palabras y la ilación del relato, siguió diciendo:
—Y
luego comenzará una nevada... los copos te matan...
No es
que Martita no recordara el relato, lo sabía y muy bien, lo había vivido, sino
que de pronto la embargó una profunda consternación por el futuro funesto de
los amigos del padre. Trató de simular y continuar con el relato, pero en ese
momento Lucas interrumpió:
—
¡¿Una nevada en Buenos Aires?¡
—
Si, así es Lucas —le contestó—. Solo que no es una nieve de este planeta, sino
que la traen los ‘Ellos’: una raza maldita que nos quiere invadir y doblegar.
Ahora el
que la interrumpía era el padre:
—Bueno
ahora sí creo que no eres mi hija y también creo que estás loca.
Favali
pidió la palabra:
—Juan,
puede ser que no sea tu hija, pero el parecido y lo que sabe de nosotros... una
forma de explicarlo es... bueno, la posibilidad de que haya viajado en el
tiempo, lo cual yo creo posible, y me gustaría seguir escuchando la explicación
pero dentro de la casa, si te parece. Está muy frío aquí y no creo que ella sea peligrosa, además tenés
la escopeta.
Luego de dudarlo un poco, Juan Salvo
invitó al grupo a entrar a la casa. Los tres amigos avanzaron delante, luego
Martita en su traje de buzo y luego él, la esposa y la hija del presente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario