domingo, 4 de septiembre de 2016

ATONAL

ATONAL.
Por
Hugo Rodríguez.

Ella se había despedido del sol y de alguna nube mediocre. Había dejado que la brisa le entibiara la piel y le contara historias de gaviotas.
Pálida.
Tersa.
Despiadada.
Se hundía su espalda en la arena igual que sus ojos en las cuencas, y la espuma ya la tocaba: en el hombro, en las manos, en el muslo, en los tobillos, en las uñas.

¿Por qué tanto silencio? Si aún la noche no comienza. No se oyen las estrellas.

Había dudas en ese cuerpo, tembloroso y  reciente que esperaba el desierto como quién espera el horizonte. Sus pechos como médanos. Su abdomen como playa, su pubis como océano.

El frío entra en los huesos, hiela la sangre y la brisa ya no habla.  

Pálida.
Tersa.
Despiadada.

Se alejaría con el agua y la sal  hasta el fondo impreciso, oscuro y entumecido.

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