Futuro y Presente
Abrirás la puerta de tu
departamento, John y presionarás la llave de la luz. Te recibirá el
tufo de siempre, a nicotina y alcohol. Mirarás las manchas de
humedad en las paredes. Esas paredes sucias y descascaradas. La
gabardina caerá en la silla y tú, en el sofá. Allí beberás el
vaso de ron y encenderás el cigarrillo. Entonces, en ese momento,
te llamaré.
—¿Hola?
Ah, Peggy.
No, acabo de llegar. Aún no tengo el dinero. No me presiones.
Lo tendrás para el fin de
semana, como acordamos.
Colgaré el tubo para que
bebas y fumes tranquilo. Después de todo, los próximos días serán
tus últimos. Mirarás esa mancha de siempre, encima de la puerta,
la que te sugiere un conejo. ¿A quién acudirás ahora, John? ¿Al
viejo Tomy?
—Hola,
¿Tomy?
Pero Tomy está peor. ¿Por
qué acudes a él? No podrá ayudarte.
—Sí,
la perra sigue presionándome, Tom. Escúchame, sólo unos
quinientos. Te los devolveré en dos semanas.
No le insistas, John, no
puede ni quiere darte una mano. Olvídalo. Tendrás que buscar por
otro lado.
—¡Maldición!
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