PUESTA A PUNTO.
Por
Hugo Rodríguez.
Desde el viernes que no veía al
gordo. El fin de semana lo pasé en lo de mi tía. Con él nos conocemos desde pendejos. Vive pegado a mi casa, con la
'jermu'. Cuando preguntan por el gordo, dicen: 'vive al lado de chapita, el
chatarrero', y cuando preguntan por
chapita, dicen: 'vive al lado del gordo, el cartonero'. Je. Lo de chapita es
porque creen que estoy medio 'pirucho'. En fin. Así que, el lunes a la tarde lo
visité. La casa de él es una prefabricada que se cae de a pedazos. El alambre
tejido que nos separa hace años que está
caído y como siempre, me mandé por el fondo y
antes de entrar a la cocina lo llamé, no sea 'cosa' que estuviera haciendo
la chanchada con esa negra inmunda. Bueno, al menos él está casado y lo hace de
vez en cuando. Yo en cambio, nunca tuve mina y me las tengo que arreglar solo,
je. Lo llamé, como decía, pero el gordo no contestaba, la esposa tampoco y
había mucho silencio. Igual entré. Estaba oscuro. No habían levantado las
persianas. Lo volví a llamar y nada. Cuando se me acomodó la vista lo vi, allá
en el comedor. El gordo estaba aplastado en el sillón de hierro que le regalé:
nunca lo pintó el desgraciado. Me acerqué despacito. Lo miré: parecía más
muerto que vivo. No se había afeitado y tenía los ojos duros, clavados en la
puerta de entrada.
—Se te ve mal,
gordo ¿Qué te pasa? —le pregunté y lo zamarreé
un poco.
—Maté a mi esposa
–me dijo.
— ¡Ah! Pensé que
era algo peor, ¿la mataste? – el gordo me lo confirmó moviendo la cabeza. Seguía perdido, preocupado por la puerta.
— ¡Bueno, gordo! —traté
de consolarlo—. Al fin te deshiciste de esa bruja.
—Sí, chapita. La
maté; la estrangulé con mis propias manos.
Di unos pasos para atrás y miré
hacia el dormitorio: la puerta estaba abierta. No vi a nadie. Ni vivo, ni
muerto. También miré en el baño: nada.
— ¿Cuándo la
mataste, gordo?
—El viernes.
Después que vos te fuiste a lo de tu tía.
— ¿Qué hiciste con
el cadáver?
—Lo cremé.
— ¿Eh?
—La llevé a la
fundición de Carlos y la arrojé al horno.
Creí que el gordo me iba a seguir
hablando, pero cerró la boca, bueno en realidad se le quedó abierta. Yo Pensé
un rato. Pensé otro rato más.
—Buena idea —le
dije—. Hiciste bien. Ese Carlos es un tipazo, chorro, pero buen tipo.
—Sí, él me ayudó. Me
dijo que necesitaba avivar el fuego para fundir más hierro y terminar un auto
que estaba armando.
—Carlos es un genio
—me enganché—. Un artista. Con chatarra construye un deportivo, una limusina,
cualquier modelo. ¿Te acordás de la cuatro por cuatro?
—Sí, me acuerdo.
El gordo se quedó en silencio. Mi
amigo seguía sin arranque. Metido en sus pensamientos y en la puerta.
—Y bueno, gordo —intenté
animarlo—. Lo echo, echo está. Ahora pensá en lo que viene: nunca más vas a tener que soportar
los ronquidos de tu 'jermu', que eran peor que un 'mionca' como vos decías.
Ahora vas a poder ver lo que quieras en la tele: el TC, películas de terror,
minas en bolas.
—Sí.
—Podés llegar a tu
casa a la madrugada y nadie te va a rezongar. Yo la escuchaba a 'la negra'
cuando te gritaba. Sonaba como un escape roto.
—Sí.
—Ahora también
podés chupar y comer de todo.
—Ajá.
—Y hablando de eso,
ya mismo traigo dos cervezas y algo para picar. Brindamos en memoria de… tu
señora, je. ¿Qué te parece?
—Sí, es buena idea —el
gordo, mi amigo, me hablaba como un fantasma.
Encaré para la puerta y en eso,
se puso nervioso:
— ¡Esperá chapa!
¡No salgas! ¡Cuidado!
— ¡Qué hay gordo!
—Callate. Escuchá.
— ¿Qué? ¿Qué tengo
que oír?
— ¿No sentís? Un
motor.
—Sí, lo escucho, es
de un auto en la vereda.
—Pero chapita, no
es cualquier auto. Fijate por la ventana.
Me acerqué despacio. El gordo me
pidió que mirara por las rendijas, así que separé dos tablitas y miré:
— ¡A la mierda! —dije—
¡Es un porsche! Está bárbaro. Enseguida
vi en el guarda barro el calco de ‘Mecánica Carlos’.
—Je, lo miré al
gordo—, cuándo no, lo armó Carlos. Ese tipo es un genio.
—Sí, un genio —me
contestó el gordo con los ojos como
huevos—. No lo conduce nadie ¿no? —me preguntó asustado.
Separé las tablitas otra vez.
—No —le contesté—.
El dueño andará cerca. ¡Cómo suena ese motor, gordo! —le dije—. Vos lo
reconociste por eso ¿he? Ya lo habías visto.
—Lo he visto —y mi
amigo me habló igual que antes: como un fantasma—, claro que lo he visto. Desde
el sábado que da vueltas por acá. Y sí, lo reconocí por el motor: se oye igual.
El gordo se quedó en silencio
otra vez y yo me quedé pensando un rato. Pensé un rato más y entonces le pregunté:
— ¿Igual que qué,
gordo?
Fin.
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