CRONÓSFERA II.
Por
Hugo Rodríguez.
Sentado
en la butaca frente a los controles, Douglas giraba diales y corroboraba
indicadores.
No, Douglas. No
continúes. Quedarás atrapado en una espiral infinita. ¡No, no!
Dejó
la butaca para dirigirse a las columnas del computador, miró por un momento a
través de sus anteojos las cintas magnéticas y luego estudió la tira perforada
que saltaba del linotipo. La arrancó y la leyó mientras se encaminaba,
ondulando su delantal desabotonado, hacia
el batiscafo, que descansaba en el centro del laboratorio. Se inclinó e
ingresó por la abertura oval, el sillón giratorio lo recibió y alternando la
lectura de la tira con miradas rigurosas al
tablero, Douglas permaneció absorto en el interior de la
‘CRONÓSFERA’ varios minutos.
Si cambias el flujo
del tiempo, no alterarás el presente. Es imposible. No se puede desarticular el
pasado.
Cerró
la compuerta y giró la rueda. Sentado, Douglas contemplaba el tablero, en
especial la palanca del tiempo. Posó la mano temblorosa en ella.
¡No jales la
palanca! ¡No podrás volver! ¡Quedarás en el Limbo, para siempre!
La
jaló lentamente hacia el pasado. Las bombillas en la bóveda de la esfera
parpadearon, se agitaron las agujas de los voltímetros y por un momento la
esfera tembló y Douglas se aferró al posa-brazos del sillón. Las gotas de sudor
le recorrían las mejillas y los ojos se veían desmesurados a través de los
anteojos. Dejó de inclinar la palanca y las agujas se calmaron, también cesaba
el parpadeo de las luces. Douglas se secó el sudor con la manga e inspiró
profundo. Se irguió sobre sus piernas
trémulas y se acercó con lentitud a la entrada. Giró la rueda y abrió la
compuerta: se vio de espaldas, sentado en la butaca frente a los controles.
Sinfín.
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