LA HIJA DEL
ETERNAUTA.
Por
Hugo Rodríguez.
VI.
LA
JOVEN Y LA NIÑA.
Juan
llegó a su casa el miércoles por la tarde, regresaba de su taller, como muchas
otras veces en su vida. Pero su vida ya no era igual, después de la llegada de esa otra hija del futuro. Ya
no podía separar su afecto de una por otra. No le cabían dudas que se trataba
de la misma Martita dividida en dos, la de hoy, aún una niña y la de mañana ya
una joven. Él mismo estaba dividido en dos: el Juan del pasado, un hombre
común, con una familia feliz y el Juan de ahora, dispuesto a asumir su rol de defensor de su
familia; si el relato de su hija del futuro era cierto. Si ese era su destino
lo aceptaría y combatiría junto con sus, ahora dos hijas, a ese enemigo
impiadoso llamado ‘los Ellos’. Nunca pensó que sería un combatiente de una
causa libertaria. Pero al ver a su hija
convertida en una hidalga luchadora por la libertad de la humanidad humillada,
se sintió orgulloso de su Martita y aceptaría el desafío que ella le confería.
Juan
saludó a Elena con un beso.
—
¿Nuestras hijas? –preguntó.
—Están
en su cuarto — le respondió su esposa sonriendo—. Pasan mucho tiempo juntas —agregó.
De
pronto se escucharon llantos. Juan y Elena acudieron a la habitación de las
chicas.
—
¡Es culpa mía ¡¡La atemoricé con mis relatos del horror que se avecina! –dijo
en llanto, Marta del futuro que salía del cuarto—. Quise que estuviera
preparada –continuó—. Pero ella, o sea yo..., soy tan niña todavía.
—
¡No quiero que llegue el viernes¡ ¡No quiero pelear¡ —dijo, Martita del
presente, que asustada y llorosa se abrazaba a su madre.
—Soy
una estúpida –intervino la joven del porvenir—. Debo entender que maduré de
golpe. Dejé de ser niña de la noche a la mañana. Pasé de los juegos al horror y
mi Martita de ahora es aún una niña.
Elena
intentó asirla de la mano y Juan quiso abrazarla. La joven se apartó y les
sonrió con lástima: los tres recordaron la advertencia que ella les había
hecho la noche de su llegada.
Una
tensa calma se adueñó del cuarto de las hijas. El grupo familiar decidió
continuar con los preparativos, sellando las ventanas y aberturas de la casa. Elena
y Martita, la menor, acomodaron los alimentos. Juan y la otra Marta se
encargaron de las municiones y armas, que había traído Favali el día anterior.
Revisaron también los trajes aislantes, Lucas había traído el suyo por la
mañana. La muchacha revisaba el traje de su padre y no pudo evitar evocar la
última visión que tubo de él en ese futuro de espanto, alejándose de su
casa, pisando la nieve mortal y con su
escopeta al hombro.
La noche del miércoles llegó a su fin y las
luces del chalet se apagaron. Sus moradores no durmieron bien, era mucha la
tensión. Tampoco dormirían en la noche del jueves: víspera del viernes que cambiaría la ya alterada vida de los
Salvo, de sus amigos, de sus vecinos y de la humanidad toda.
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