ENSUEÑO.
Por
Hugo
Rodríguez.
Mi
nombre es Juan y desperté aquella mañana con estos versos en mí cabeza, evocados
por una vos de mujer:
“Te
deseo.
Tu
imagen me encuentra sin vos,
Contorneándose
en la soledad de mí cuarto.
Despojada
de toda resistencia
Alucinando
que mis límites son polvo
Mis
leyes cenizas
Te
imagino presente
Me
embriago con tu sudor obsceno
Te doy
mi cuello, mi frente,
Mi
espalda, mis tobillos
Mi
humedad turgente.”
Me despejaba lentamente mientras la
voz me dejaba y en mi boca se diluía el sabor dulce de otra boca. Por un largo
tiempo recordé la estrofa y el extraño despertar.
Tal
vez, impulsado por ese recuerdo o a lo mejor, por mis horas vacías, empecé a concurrir a un taller literario donde retomé mi afición por
la escritura, abandonada por algún tiempo.
Promediando
el curso abordamos la poesía, un género
por el cual no sentía mucho apego. En esa oportunidad, el coordinador nos presentó
a Susana, una nueva tallerista que nos acompañaría hasta concluir el año. Nos organizó en parejas. Nos propuso que
escribiéramos algunos versos libres y que
luego, cada uno recitara el poema del otro. Susana fue elegida mi par. Así
que entonces, eché mano a la estrofa de
aquel extraño despertar y la escribí. La intercambié con ella. Yo leería primero
su poema, pero eso no sucedió.
Llevamos
un año de casados y las dos hojas con los mismos versos se protegen bajo el
vidrio de la mesa de luz.
Fin.
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