sábado, 3 de octubre de 2015

el planeta del olvido


Gracias Karina por tu colaboración.

Solo cuando cierran los ojos son capaces de dejar huellas en el camino de sus sueños y rozar hasta los aspectos sólidos del alma.

A tu mamá.

 

El Planeta del Olvido

Por

Karina García.

 

Existe un lugar de donde los muertos esperan volver. Pero no todos los que se han ido están allí, sólo aquellos que no pueden recordar que alguna vez han vivido. Esta extraña realidad se experimenta en un pequeño porcentaje de seres pero suficiente para conformar un planeta. El planeta del olvido, de los  que ignoran que han sido libres pero que han muerto; de aquellos que desean ser merecedores de entrar al reino de la tierra.

En ese sector del universo no existe el contacto físico entre sus habitantes, hacen el amor con la mirada y cuando se enamoran sienten que tocan la tierra con las manos. Solo cuando cierran los ojos son capaces de dejar huellas en el camino de sus sueños y rozar hasta los aspectos sólidos del alma. Esto les provoca tal dolor que lo único de desean es vivir de una vez. Pero, en este orbe sin luz, vivir por cuenta propia es considerado un pecado casi vital, por eso, llegada esa instancia, se prescriben tratamientos inmunológicos. Expertos en homeostasis selectiva inoculan a estos individuos algún que otro recuerdo, no cualquiera, sólo aquellos que resulten adecuados para cada sujeto. Esto dependerá de atributos personales  tales como el color de sus ojos, el calibre de sus pupilas y por supuesto dependerá de la intensidad que sus glóbulos oculares transmitan. Para miradas sutiles son eficaces retoños de caricias faciales así como de besos tiernos, en tanto que, para las miradas penetrantes es necesario administrar reminiscencias más potentes. El abanico de recuerdos es amplio, y todos ellos vinculados a experiencias placenteras.

Luego de semejante shock el individuo regresa a su “sin forma” habitual. De nuevo logra ver el iris de sus congéneres que intentan avistar la felicidad en ese mundo, por el tiempo que quede.

Unos pocos rechazan el tratamiento y otros tantos reaccionan ante el antídoto de manera adversa. Ambos grupos permanecen en el dolor, recuperan el sentido de las lágrimas, de las derramadas, de aquellas contenidas. Memoria que los dignifica y les brinda fuerzas para aceptar la verdad última de la vida. Es entonces que se tornan peligrosos, testigos de lo horrendo, capaces de contagiar a los demás las ansias de ver más allá, el exceso. Son perseguidos y exiliados del planeta hacia donde nadie sabe ni pretende recordar.

El resto, de algún modo se pregunta como osaron cerrar sus ojos y alejarse así del paraíso terrenal. Otros piensan que omitir el dolor tal vez no sane las heridas. Este abuso de conciencia se extingue fácilmente junto al resto de sensaciones que pudieron percibir durante esos instantes.

Y así olvidan, que son los muertos que esperan volver a donde nunca han de retornar.

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