MICRORELATOS.
Le dijo Dios al
sabio: ‘muy bien, me encontraste. Ahora te toca esconderte a vos’.
Los alienígenos invadieron los cielos.
Bombardearon nuestras ciudades y en días destruyeron el planeta. Sobrevivimos
unos pocos y nos ocultamos en túneles. Logramos capturar a uno de ellos. Es una
bestia horrenda, tan horrenda como su alma. Cómo pudo Dios crear engendros como
estos. Tradujimos su lenguaje. Sólo nos dio su rango y su planeta de origen: lo
nombran Tierra, el tercero e una estrella que llaman Sol.
OTRA VEZ.
Ese día había compartido el sándwich con su
compañero mientras le comentaba que había donado los órganos. Trabajaba en el tendido eléctrico. Joven, de más de 30. Se electrocutó poco
antes de terminar la jornada. Quedó aferrado de los hilos, con los brazos
estirados. Lo descendieron del poste.
Estuvo en coma algunos días hasta que autorizaron la extracción de sus órganos
entonces, aquel ciego vio con sus corneas y aquel otro, moribundo, vivió con su
corazón.
MEDUSA.
-Buen día.
-Buenas.
-Upa, hoy no estás de
humor ¿no? Ni te peinaste: tenés los pelos que parecen culebras.
-Es que ayer estuve
con él.
Ah, ahora entiendo.
Y se lo dijiste.
-No, no hizo falta.
Lo miré a los ojos y se quedó callado. Duro como una estatua.
-Sargento: lo
felicito. Liquidó al teniente. ¿Cómo supo que era un extraterrestre?
-Nac, truc perg
tung ac.
-¡No! no puede ser
Nueva York.
-Sí, Taylor.
Regresaste a tu planeta pero, 10000 años en el futuro.
-Mejor cierra la
boca, maldito mono.
El crono-nauta
aplastó, sin advertirlo, al gusano del Cretáceo.
Regresó a la máquina
del tiempo y viajó hasta su época.
El lagarto de
guardapolvo que abrió la portezuela de la máquina exclamó:
-¡Es un homínido!
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