viernes, 1 de noviembre de 2024

B10 por Adrián Dimarco

 

Un afectuoso agradecimiento para Adrián Dimarco, autor de este relato que gentilmente ha ofrecido para este blog. 
 
B10
por Adrián Dimarco
 
    Ludueña se sienta en la butaca a esperar indicaciones, no sabe qué hacer con las manos. El Dr. Raiker no lo mira todavía porque está corrigiendo unos datos del paciente anterior. Ya termina. Ahora sí, que apoye la cara sobre el lector, le dice, y Ludueña obedece. Un acorde musical indica que los registros biométricos del paciente se validan con éxito. El Dr. Raiker puede así acceder a los análisis clínicos que Ludueña se acaba de realizar por orden suya. Los cambios en el brillo de la pantalla se reflejan en la cara del médico. Gráficos y datos se desplazan modificando la apariencia de su piel rojiza, pero nada de su expresión. Ludueña intenta en vano anticipar el diagnóstico en algún gesto del profesional. El proceso demora unos tres minutos de lectura y otros dos más de escritura de las conclusiones. Al finalizar, el Dr. Raiker firma con su huella digital las líneas agregadas a la historia clínica y le informa sobre su suerte al paciente. 
    Los días que siguieron al conocimiento del resultado fueron difíciles para Ludueña. Nada de dormir, poco de comer, mucho de estar acostado con la almohada rodeando su cabeza. Solo pensar en Sara lo libera de la paradoja de sentir que le sobra el tiempo. Se exige, tiene que hacer algo, no se le ocurre nada, las horas se le escapan. Pronto ella lo va a llamar y no tiene que notar nada raro, nada en en su aspecto ni en sus gestos ni en sus palabras.
    Pero antes que el de Sara recibe el llamado de un operador de GlobaNet, quien de manera amable le habla de un ofrecimiento de suma importancia para su vida. Ludueña se sorprende, no entiende nada, apenas si reconoce el nombre de la empresa, pero necesita aferrarse a algo, lo que sea. Responde con monosílabos y trata de concentrarse en lo que el empleado le dice. En su cabezavincula el llamado con lo que le está pasando, ¿qué otra cosa podría ser importante para su vida? El operador sigue hablando, le propone una entrevista presencial con un alto dirigente de la compañía, no le anticipa detalle alguno sobre la temática de la misma, no los tiene, le aclara. Ludueña está débil para exigirle que le pase con un superior y tampoco sabe si prestó la debida atención a las palabras del operador, así que acepta, sin más. El encuentro será mañana, a las tres de la tarde, en su casa.
    Esa noche el insomnio de Ludueña es diferente. Enciende la computadora, busca información mientras toma un té con galletitas de agua. Ensaya mentalmente lo que le va a decir a Sara en caso de que lo llame. Se le ocurre que sería mejor tomar una pastilla para dormir, aunque sea un rato, no quiere estar tan cansado para recibir la visita de mañana. Logra dormir dos horas, suficientes para soñar con Sara.
    Son las nueve y cuarto de la mañana. Ludueña está ordenando la casa para disimular en algo el abandono. Empieza por el living, donde será el encuentro, seguirá con el baño. Al mediodía siente ganas de almorzar, pide algo liviano. Después de comer se prepara un café y se acomoda en el sillón a esperar mientras ve la señal de noticias.
    Se sobresalta al escuchar la alarma de visitas. Ludueña observa las identificaciones de rigor, parece que lee los nombres y analiza las fotos, pero solo es mímica. El empresario es el licenciado Guillermo Frisco, miembro del directorio de GlobaNet Inc. y activo participante en el área de desarrollo de la empresa. Lo acompaña uno de sus asistentes, especialista en seguridad integral. Encantado de conocerlo, le dice, y le presenta a su acompañante. Antes de entrar le pide permiso para hacer una rápida revisión de su casa, es solo para garantizar la privacidad de la conversación, agrega. Ludueña aprueba. El asistente se calza unos auriculares conectados de manera inalámbrica a un dispositivo que lleva abrochado en el cinturón. En la mano lleva un sensor con forma de pequeña antena parabólica que también interactúa con el dispositivo. Se desplaza por la vivienda apuntando el sensor en todas las direcciones y sentidos posibles. De brazos cruzados, Ludueña lo sigue con la mirada, busca respuestas en la cara del empresario, pero este le hace un gesto de que por favor espere, que ya falta poco.
    Todo en orden, dice el asistente. El empresario le agradece y le pide que lo espere afuera, tengo que hablar en privado con el Sr. Ludueña, justifica. El asistente saluda a Ludueña y sale. Recorre el camino hasta la vereda escaneando con su aparato hasta entrar al transporte que dejó estacionado en la puerta. Permanece ahí en estado de guardia.
    Puedo llamarlo Ariel, pregunta el empresario. Claro, responde Ludueña. Y una última formalidad, Ariel, necesitamos grabar nuestra conversación, ¿tiene alguna objeción al respecto? A Ludueña ya no le gusta la idea, pero no es el de antes, no hay problema, le dice. El empresario sonríe por lo bien que marcha todo, le pide permiso, y coloca una pequeña cámara sobre una de las repisas. El asistente la activa desde el transporte y comienza a monitorear la reunión.
    El licenciado sabe de la ansiedad de Ludueña, pero necesita hacer una introducción antes de ir al grano. Le habla sobre su condición de antiguo usuario de todas las redes sociales del grupo GlobaNet, hace más de treinta años que contamos con su membresía, le recuerda. Intenta descontracturar mencionando un dato que presume curioso: el alias de su interlocutor es “aluduenia”, sin “ñ”, porque en aquel entonces la eñe era un problema para las máquinas, así que fíjese, Ariel, lo que significa Usted para nosotros. Ludueña finge interés porque no le queda más remedio. El empresario nota esa actitud y decide saltear otras cosas que tenía pensado decir. Lepregunta si recuerda las condiciones que aceptó al ingresar a la red, en especial aquellas que se mencionan en la sección 7.2.5, anexo XII, que hablan sobre consentir el uso de toda la información volcada por los usuarios en la nube, sin consulta previa, siempre y cuando sea en pos de un beneficio claramente comprobable para la humanidad. Ludueña le responde preguntándole si él se acordaría de un click que hizo hace más de treinta años, y qué tiene que ver eso con todo esto.
    El empresario no tiene ya margen para digresiones ni formalismos, le informa a su cliente que le solicitó esta reunión en su carácter de líder de un revolucionario proyecto llamado “B10” y que si está hoy en su casa es porque fue seleccionado entre todos los usuarios del mundo para protagonizar una prueba piloto. Ludueña se ríe, suelta una carcajada inevitable, eleva el tono de voz, se burla del invitado destacando la mala puntería que tiene su empresa para elegir y le dice que no, no moviendo la cabeza, no agitando el dedo índice y no con la garganta. Pierden el tiempo conmigo porque... El empresario lo interrumpe. Ya sé lo que me va a decir, Ariel, dice, y le confiesa que sabe lo de su enfermedad. A riesgo de ser duro, agrega, debo contarle que es por eso que lo hemos elegido.
    A Ludueña no se le ocurre pensar que el proyecto tal vez tenga que ver con una cura para su mal o una salvación, no, en vez de eso, casi sin voz, le dice que ahora entiende, que de seguro estaban buscando un tipo solo y moribundo y que entonces escribieron en el buscador “tipo solo y moribundo” y bingo, apareció su nombre, pero que hay algo que le llama la atención en esta locura, porque supone que no debe ser la única persona sola y moribunda del planeta, así que le pregunta al licenciado qué es lo que tiene él de especial además de los días contados.
    El empresario se incomoda, había subestimado la posible reacción de Ludueña, pero logra reponerse a tiempo. Le pide disculpas por no haber encontrado una forma mejor de abordar el problema. Le demuestra conocer bien su verdadera preocupación que no en sí la enfermedad, sino más bien la carrera de su hija Sara, que está a punto de doctorarse en la Universidad Eötvös Loránd de Budapest. Sin darle lugar para interrupciones le habla de su temor a lo que pueda pasar si ella se entera de su estado de salud o de su inminente muerte, y de que no soporta la idea de que todo esto pueda afectarle negativamente en sus estudios o de que ella no logre ese doctorado por el que tanto viene luchando.
    Ludueña se queda en silencio con los ojos llorosos, el empresario aprovecha, añade que él es el único apoyo que tiene Sara y que jamás se perdonaría ser el impedimento para que ella alcance su sueño. Este es su verdadero tormento, le dice, y no la muerte.
    Ludueña se levanta a buscar agua. Sabe más de mí que yo mismo, dice, lo felicito. Pero le insiste con que sigue sin saber cuál es su papel en este juego.
    El empresario le explica que el proyecto que lidera persigue metas que la ciencia médica jamás alcanzará porque ni siquiera están dentro de sus dominios, y que si acepta ser protagonista, será recordado como parte fundamental del comienzo de una nueva historia. Y ahora sí entra en detalles, le explica lo que tendría que hacer, cómo y cuándo. Le entrega una carpeta con folletos instructivos y un contrato para ser firmado en caso de aceptar. Le pide absoluta reserva, nadie puede enterarse de esto, insiste, y le da un plazo de dos días para pensar en la respuesta.
    Ludueña acompaña al empresario hasta la puerta, se despiden. En el transporte, el asistente le pregunta a su jefe si cree que el usuario aceptará. No es cuestión de creer, le responde, aceptará.
     
    La pantalla gigante muestra el logo tridimensional de GlobaNet en movimiento. El salón está completo. Se escucha el murmullo y una música institucional. La voz de una locutora da la bienvenida a los presentes. Los invita a ver una breve película sin decir nada más. Las luces se apagan. La pantalla muestra la típica cuenta regresiva previa al inicio de un producto audiovisual. Cuando llega a cero, por unos segundos aparece el título: “Proyecto B10” y luego el rectángulo se divide en dos; a la izquierda aparece la imagen de Ludueña y a la derecha la de Sara, su hija. Empiezan a conversar. Sara le pregunta a su padre cómo anda y Ludueña le dice que anda bien, pero que se estaba comiendo las uñas esperando el llamado. Que le diga ya cómo le fue, exige. Sara cambia la cara y le cuenta que la traicionaron los nervios, que no estuvo a la altura, que todo el esfuerzo que hizo no fue suficiente. Ludueña la mira con desconfianza, se da cuenta de que le está haciendo una broma, puede ver la alegría de Sara por detrás de su gesto fingido y sus palabras bien actuadas. Hace un gesto de incredulidad. Al verlo, Sara se tienta de risa, se pone colorada y agacha la cabeza. Me fue bien, tanto que no lo puedo creer todavía, le dice entre carcajadas. Yo sabía, dice Ludueña, y grita de la emoción, y le tira besos y abrazos, y la felicita en varios idiomas. Sara le responde los gestos como si estuvieran en el mismo lugar y le agradece, que sin su ayuda no lo habría logrado, le asegura. Ludueña le dice que todo el mérito es de ella y que quisiera estar ahí para festejar juntos. Ella lagrimea, le dice que también quisiera eso y se le ocurre una idea. Tenés algo para brindar, le pregunta. Ludueña responde que sí. Buenísimo, dice ella, entonces llenemos unas copas y hagámoslas chocar contra la pantalla. Ambos salen del rectángulo por un momento y vuelven luego con sendas copas llenas; con vino la de él, la de ella con cerveza. Salud, gritan al mismo tiempo, y las copas ocupan por un momento cada mitad de la pantalla.
    La película termina, aplauden de pie. Las luces se encienden gradualmente. El licenciado Frisco aparece desde un costado. Saluda y agradece la presencia de todos y todas. Antes de explicar el video que acaban de ver hace un pequeño recorrido histórico de su empresa y de los avances tecnológicos en general. Se remonta al siglo XX, les habla de los inicios de Internet, de cómo las personas se fueron habituando a las redes sociales hasta convertirlas en una necesidad, de cómo empezaron a subir voluntariamente toda clase de información a las nubes motivados por la utilidad y la confianza que la seguridad informática les fue brindando. Pone énfasis en que fueron los deseos de la gente los que moldearon a la tecnología y no al revés. Les asegura que GlobaNet no ha hecho más que responder a la necesidad de las personas de compartirlo todo, en todo momento y lugar. La concurrencia aplaude. El empresario se refiere ahora al video. Fue grabado hace seis meses, dice, y es el resultado de un ambicioso proyecto denominado B10. Después de hacer una breve biografía de Sara y de su padre, el empresario pregunta al público si notaron algo raro, algo que les haya llamado la atención o fuera de lugar en la escena. Se forma un silencio, las personas intercambian miradas, nadie dice nada porque todo parece estar bien en la película. El empresario asume esto último como respuesta y les revela que cuando tuvo lugar esa charla tan emotiva, el Sr. Ariel Ludueña llevaba ya cuatro meses de fallecido y que durante todo ese tiempo mantuvo comunicaciones no solo con Sara sino también con todos sus contactos. Sin demora interrumpe las crecientes exclamaciones del público aclarando que tal fue la voluntad del señor Ludueña en procura de no afectar con su enfermedad y muerte el doctorado de su hija.
    Termina la presentación explicando el porqué del nombre del proyecto. El orador se remite al sistema de numeración binario. En forma de anécdota les cuenta que a uno de los desarrolladores de su equipo se le ocurrió escribir el prefijo “BIO” reemplazando la “I” por un uno y la “O” por un cero, y que a él esto le pareció genial porque representa de manera muy creativa la penetración quela tecnología digital tiene en nuestras vidas.
    Se abre un espacio para las preguntas del público. Demuestran un alto interés en el uso y la adquisición de esta herramienta. El empresario les ofrece varios planes con diferentes prestaciones que varían en el nivel de realismo de la simulación y, por supuesto, en el precio. Añade también que se encuentra en etapa de desarrollo una versión del sistema optimizada para gobiernos y organismos de seguridad.
    Los asientos van quedando vacíos. El asistente técnico de la organización del evento empieza a desmontar el equipo audiovisual. Al bajar del escenario el micrófono se le cae al piso. Se agacha para juntar los pedazos. No tiene arreglo, piensa, y mientras camina hacia el cesto de basura se pregunta si la doctora Ludueña se habrá enterado ya de la verdad o si todavía sigue conversando con la figura animada de su padre muerto.

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