Un afectuoso agradecimiento
para Adrián Dimarco, autor de este relato que gentilmente ha
ofrecido para este blog.
B10
por Adrián Dimarco
Ludueña se
sienta en la butaca a esperar indicaciones, no sabe qué hacer con
las manos. El Dr. Raiker no lo mira todavía porque está corrigiendo
unos datos del paciente anterior. Ya termina. Ahora sí, que apoye la
cara sobre el lector, le dice, y Ludueña obedece. Un acorde musical
indica que los registros biométricos del paciente se validan con
éxito. El Dr. Raiker puede así acceder a los análisis clínicos
que Ludueña se acaba de realizar por orden suya. Los cambios en el
brillo de la pantalla se reflejan en la cara del médico. Gráficos y
datos se desplazan modificando la apariencia de su piel rojiza, pero
nada de su expresión. Ludueña intenta en vano anticipar el
diagnóstico en algún gesto del profesional. El proceso demora unos
tres minutos de lectura y otros dos más de escritura de las
conclusiones. Al finalizar, el Dr. Raiker firma con su huella digital
las líneas agregadas a la historia clínica y le informa sobre su
suerte al paciente.
Los días
que siguieron al conocimiento del resultado fueron difíciles para
Ludueña. Nada de dormir, poco de comer, mucho de estar acostado con
la almohada rodeando su cabeza. Solo pensar en Sara lo libera de la
paradoja de sentir que le sobra el tiempo. Se exige, tiene que hacer
algo, no se le ocurre nada, las horas se le escapan. Pronto ella lo
va a llamar y no tiene que notar nada raro, nada en en su aspecto ni
en sus gestos ni en sus palabras.
Pero antes
que el de Sara recibe el llamado de un operador de GlobaNet, quien de
manera amable le habla de un ofrecimiento de suma importancia para su
vida. Ludueña se sorprende, no entiende nada, apenas si reconoce el
nombre de la empresa, pero necesita aferrarse a algo, lo que sea.
Responde con monosílabos y trata de concentrarse en lo que el
empleado le dice. En su cabezavincula el llamado con lo que le está
pasando, ¿qué otra cosa podría ser importante para su vida? El
operador sigue hablando, le propone una entrevista presencial con un
alto dirigente de la compañía, no le anticipa detalle alguno sobre
la temática de la misma, no los tiene, le aclara. Ludueña está
débil para exigirle que le pase con un superior y tampoco sabe si
prestó la debida atención a las palabras del operador, así que
acepta, sin más. El encuentro será mañana, a las tres de la tarde,
en su casa.
Esa noche
el insomnio de Ludueña es diferente. Enciende la computadora, busca
información mientras toma un té con galletitas de agua. Ensaya
mentalmente lo que le va a decir a Sara en caso de que lo llame. Se
le ocurre que sería mejor tomar una pastilla para dormir, aunque sea
un rato, no quiere estar tan cansado para recibir la visita de
mañana. Logra dormir dos horas, suficientes para soñar con Sara.
Son las
nueve y cuarto de la mañana. Ludueña está ordenando la casa para
disimular en algo el abandono. Empieza por el living, donde será el
encuentro, seguirá con el baño. Al mediodía siente ganas de
almorzar, pide algo liviano. Después de comer se prepara un café y
se acomoda en el sillón a esperar mientras ve la señal de noticias.
Se
sobresalta al escuchar la alarma de visitas. Ludueña observa las
identificaciones de rigor, parece que lee los nombres y analiza las
fotos, pero solo es mímica. El empresario es el licenciado Guillermo
Frisco, miembro del directorio de GlobaNet Inc. y activo participante
en el área de desarrollo de la empresa. Lo acompaña uno de sus
asistentes, especialista en seguridad integral. Encantado de
conocerlo, le dice, y le presenta a su acompañante. Antes de entrar
le pide permiso para hacer una rápida revisión de su casa, es solo
para garantizar la privacidad de la conversación, agrega. Ludueña
aprueba. El asistente se calza unos auriculares conectados de manera
inalámbrica a un dispositivo que lleva abrochado en el cinturón. En
la mano lleva un sensor con forma de pequeña antena parabólica que
también interactúa con el dispositivo. Se desplaza por la vivienda
apuntando el sensor en todas las direcciones y sentidos posibles. De
brazos cruzados, Ludueña lo sigue con la mirada, busca respuestas en
la cara del empresario, pero este le hace un gesto de que por favor
espere, que ya falta poco.
Todo en
orden, dice el asistente. El empresario le agradece y le pide que lo
espere afuera, tengo que hablar en privado con el Sr. Ludueña,
justifica. El asistente saluda a Ludueña y sale. Recorre el camino
hasta la vereda escaneando con su aparato hasta entrar al transporte
que dejó estacionado en la puerta. Permanece ahí en estado de
guardia.
Puedo
llamarlo Ariel, pregunta el empresario. Claro, responde Ludueña. Y
una última formalidad, Ariel, necesitamos grabar nuestra
conversación, ¿tiene alguna objeción al respecto? A Ludueña ya no
le gusta la idea, pero no es el de antes, no hay problema, le dice.
El empresario sonríe por lo bien que marcha todo, le pide permiso, y
coloca una pequeña cámara sobre una de las repisas. El asistente la
activa desde el transporte y comienza a monitorear la reunión.
El
licenciado sabe de la ansiedad de Ludueña, pero necesita hacer una
introducción antes de ir al grano. Le habla sobre su condición de
antiguo usuario de todas las redes sociales del grupo GlobaNet, hace
más de treinta años que contamos con su membresía, le recuerda.
Intenta descontracturar mencionando un dato que presume curioso: el
alias de su interlocutor es “aluduenia”, sin “ñ”, porque en
aquel entonces la eñe era un problema para las máquinas, así que
fíjese, Ariel, lo que significa Usted para nosotros. Ludueña finge
interés porque no le queda más remedio. El empresario nota esa
actitud y decide saltear otras cosas que tenía pensado decir.
Lepregunta si recuerda las condiciones que aceptó al ingresar a la
red, en especial aquellas que se mencionan en la sección 7.2.5,
anexo XII, que hablan sobre consentir el uso de toda la información
volcada por los usuarios en la nube, sin consulta previa, siempre y
cuando sea en pos de un beneficio claramente comprobable para la
humanidad. Ludueña le responde preguntándole si él se acordaría
de un click que hizo hace más de treinta años, y qué tiene que ver
eso con todo esto.
El
empresario no tiene ya margen para digresiones ni formalismos, le
informa a su cliente que le solicitó esta reunión en su carácter
de líder de un revolucionario proyecto llamado “B10” y que si
está hoy en su casa es porque fue seleccionado entre todos los
usuarios del mundo para protagonizar una prueba piloto. Ludueña se
ríe, suelta una carcajada inevitable, eleva el tono de voz, se burla
del invitado destacando la mala puntería que tiene su empresa para
elegir y le dice que no, no moviendo la cabeza, no agitando el dedo
índice y no con la garganta. Pierden el tiempo conmigo porque... El
empresario lo interrumpe. Ya sé lo que me va a decir, Ariel, dice, y
le confiesa que sabe lo de su enfermedad. A riesgo de ser duro,
agrega, debo contarle que es por eso que lo hemos elegido.
A Ludueña
no se le ocurre pensar que el proyecto tal vez tenga que ver con una
cura para su mal o una salvación, no, en vez de eso, casi sin voz,
le dice que ahora entiende, que de seguro estaban buscando un tipo
solo y moribundo y que entonces escribieron en el buscador “tipo
solo y moribundo” y bingo, apareció su nombre, pero que hay algo
que le llama la atención en esta locura, porque supone que no debe
ser la única persona sola y moribunda del planeta, así que le
pregunta al licenciado qué es lo que tiene él de especial además
de los días contados.
El
empresario se incomoda, había subestimado la posible reacción de
Ludueña, pero logra reponerse a tiempo. Le pide disculpas por no
haber encontrado una forma mejor de abordar el problema. Le demuestra
conocer bien su verdadera preocupación que no en sí la enfermedad,
sino más bien la carrera de su hija Sara, que está a punto de
doctorarse en la Universidad Eötvös Loránd de Budapest. Sin darle
lugar para interrupciones le habla de su temor a lo que pueda pasar
si ella se entera de su estado de salud o de su inminente muerte, y
de que no soporta la idea de que todo esto pueda afectarle
negativamente en sus estudios o de que ella no logre ese doctorado
por el que tanto viene luchando.
Ludueña se
queda en silencio con los ojos llorosos, el empresario aprovecha,
añade que él es el único apoyo que tiene Sara y que jamás se
perdonaría ser el impedimento para que ella alcance su sueño. Este
es su verdadero tormento, le dice, y no la muerte.
Ludueña se
levanta a buscar agua. Sabe más de mí que yo mismo, dice, lo
felicito. Pero le insiste con que sigue sin saber cuál es su papel
en este juego.
El
empresario le explica que el proyecto que lidera persigue metas que
la ciencia médica jamás alcanzará porque ni siquiera están dentro
de sus dominios, y que si acepta ser protagonista, será recordado
como parte fundamental del comienzo de una nueva historia. Y ahora sí
entra en detalles, le explica lo que tendría que hacer, cómo y
cuándo. Le entrega una carpeta con folletos instructivos y un
contrato para ser firmado en caso de aceptar. Le pide absoluta
reserva, nadie puede enterarse de esto, insiste, y le da un plazo de
dos días para pensar en la respuesta.
Ludueña
acompaña al empresario hasta la puerta, se despiden. En el
transporte, el asistente le pregunta a su jefe si cree que el usuario
aceptará. No es cuestión de creer, le responde, aceptará.
La pantalla
gigante muestra el logo tridimensional de GlobaNet en movimiento. El
salón está completo. Se escucha el murmullo y una música
institucional. La voz de una locutora da la bienvenida a los
presentes. Los invita a ver una breve película sin decir nada más.
Las luces se apagan. La pantalla muestra la típica cuenta regresiva
previa al inicio de un producto audiovisual. Cuando llega a cero, por
unos segundos aparece el título: “Proyecto B10” y luego el
rectángulo se divide en dos; a la izquierda aparece la imagen de
Ludueña y a la derecha la de Sara, su hija. Empiezan a conversar.
Sara le pregunta a su padre cómo anda y Ludueña le dice que anda
bien, pero que se estaba comiendo las uñas esperando el llamado. Que
le diga ya cómo le fue, exige. Sara cambia la cara y le cuenta que
la traicionaron los nervios, que no estuvo a la altura, que todo el
esfuerzo que hizo no fue suficiente. Ludueña la mira con
desconfianza, se da cuenta de que le está haciendo una broma, puede
ver la alegría de Sara por detrás de su gesto fingido y sus
palabras bien actuadas. Hace un gesto de incredulidad. Al verlo, Sara
se tienta de risa, se pone colorada y agacha la cabeza. Me fue bien,
tanto que no lo puedo creer todavía, le dice entre carcajadas. Yo
sabía, dice Ludueña, y grita de la emoción, y le tira besos y
abrazos, y la felicita en varios idiomas. Sara le responde los gestos
como si estuvieran en el mismo lugar y le agradece, que sin su ayuda
no lo habría logrado, le asegura. Ludueña le dice que todo el
mérito es de ella y que quisiera estar ahí para festejar juntos.
Ella lagrimea, le dice que también quisiera eso y se le ocurre una
idea. Tenés algo para brindar, le pregunta. Ludueña responde que
sí. Buenísimo, dice ella, entonces llenemos unas copas y hagámoslas
chocar contra la pantalla. Ambos salen del rectángulo por un momento
y vuelven luego con sendas copas llenas; con vino la de él, la de
ella con cerveza. Salud, gritan al mismo tiempo, y las copas ocupan
por un momento cada mitad de la pantalla.
La película
termina, aplauden de pie. Las luces se encienden gradualmente. El
licenciado Frisco aparece desde un costado. Saluda y agradece la
presencia de todos y todas. Antes de explicar el video que acaban de
ver hace un pequeño recorrido histórico de su empresa y de los
avances tecnológicos en general. Se remonta al siglo XX, les habla
de los inicios de Internet, de cómo las personas se fueron
habituando a las redes sociales hasta convertirlas en una necesidad,
de cómo empezaron a subir voluntariamente toda clase de información
a las nubes motivados por la utilidad y la confianza que la seguridad
informática les fue brindando. Pone énfasis en que fueron los
deseos de la gente los que moldearon a la tecnología y no al revés.
Les asegura que GlobaNet no ha hecho más que responder a la
necesidad de las personas de compartirlo todo, en todo momento y
lugar. La concurrencia aplaude. El empresario se refiere ahora al
video. Fue grabado hace seis meses, dice, y es el resultado de un
ambicioso proyecto denominado B10. Después de hacer una breve
biografía de Sara y de su padre, el empresario pregunta al público
si notaron algo raro, algo que les haya llamado la atención o fuera
de lugar en la escena. Se forma un silencio, las personas
intercambian miradas, nadie dice nada porque todo parece estar bien
en la película. El empresario asume esto último como respuesta y
les revela que cuando tuvo lugar esa charla tan emotiva, el Sr. Ariel
Ludueña llevaba ya cuatro meses de fallecido y que durante todo ese
tiempo mantuvo comunicaciones no solo con Sara sino también con
todos sus contactos. Sin demora interrumpe las crecientes
exclamaciones del público aclarando que tal fue la voluntad del
señor Ludueña en procura de no afectar con su enfermedad y muerte
el doctorado de su hija.
Termina la
presentación explicando el porqué del nombre del proyecto. El
orador se remite al sistema de numeración binario. En forma de
anécdota les cuenta que a uno de los desarrolladores de su equipo se
le ocurrió escribir el prefijo “BIO” reemplazando la “I” por
un uno y la “O” por un cero, y que a él esto le pareció genial
porque representa de manera muy creativa la penetración quela
tecnología digital tiene en nuestras vidas.
Se abre un
espacio para las preguntas del público. Demuestran un alto interés
en el uso y la adquisición de esta herramienta. El empresario les
ofrece varios planes con diferentes prestaciones que varían en el
nivel de realismo de la simulación y, por supuesto, en el precio.
Añade también que se encuentra en etapa de desarrollo una versión
del sistema optimizada para gobiernos y organismos de seguridad.
Los
asientos van quedando vacíos. El asistente técnico de la
organización del evento empieza a desmontar el equipo audiovisual.
Al bajar del escenario el micrófono se le cae al piso. Se agacha
para juntar los pedazos. No tiene arreglo, piensa, y mientras camina
hacia el cesto de basura se pregunta si la doctora Ludueña se habrá
enterado ya de la verdad o si todavía sigue conversando con la
figura animada de su padre muerto.