lunes, 1 de julio de 2024

Entre paréntesis.

 

Entre paréntesis.

Primavera de 2010. Sábado por la mañana. Puerto Madero.
(Lo bueno de trabajar de noche es que vas a contrapelo de todo. A esta hora no anda ni el loro.. Tirá el bolso. Sentate un rato, José, y luego a casa. Ya, estoy disfrutando del finde).

(El puente de la mujer. Sí, ahí sacaron las fotos de la revista. La morocha estaba buena, las otras dos, más o menos. Este domingo no compro el diario).

(¿Y la mina esa?,  ¿Qué hace a esta hora? Esta viene de una ‘fiestanga’, seguro. Me gusta ese vestido: hasta las rodillas y con vuelo. Mirá cómo camina. Se escapó de la sesión de fotos, ja). 

(¿Y por qué viene tan para acá? ¿Por qué se para? ¿Quién carajo es esta? ¿No tiene cartera? Me mira demasiado fijo, bueno, yo la voy a mirar de arriba a abajo):
—Una sirena no sos: a esta hora todavía están en el mar.
—Esta, tiene olor a mar.
—Una dama de la sociedad, tampoco sos. ¿Qué es lo que querés?
—Coger.
—¿Conmigo?
—Sí, boludo, con vos.
—No tengo para el ‘telo’.
—Vamos a mi departamento.  Mi auto está ahí.
—¿A tu departamento? Fijate vos la nena.
—Me lo prestó un amigo. El edificio está sin terminar. No hay nadie. El depto no tiene muebles, ni puerta. Hay un colchón José. Porque así te llamás acá, ¿no?
—¿Por qué, allá, cómo me llamo?
(Me engancho en su juego. Ahora bien, ¿cómo carajo sabe mi nombre? ¿Una joda de mis amigos?).
—Vamos, dale.
(La sigo. Qué puedo perder. Chorra no es. Casi me olvido el bolso).
—Entrá al auto.
(Me mira.. No usa maquillaje. El nudo en mi estómago. Ya estoy otra vez ante el abismo).
—¿Puedo saber tu nombre?
—Nancy.
—¿Y el de allá?
—Entrá, José.
(Mejor no me hago el vivo.)

Libertador.
(Conduce. Se recoge la pollera. Esto se me complica. Me mira. Es hermosa. Guarda con el abismo. Me clava los dedos en el muslo: ahora se me complica más).
—Nancy. ¿Podemos aclarar la situación? Vos me conocés y yo no. ¿Sos parte de alguna broma? ¿O algo así?
—Bien. Oíste hablar de los mundos paralelos ¿Sí?
(Por fin me suelta el muslo).
—Eh. Sí. Mundos paralelos, claro.
—Bueno, existen. Vengo de uno de ellos.
(Que siga, no voy a romper la magia).
—Allá eras mi amante. Mi pareja; mi novio; como carajo le llamen acá.
—Pareja, está bien.
(Se molesta, le sonrío; se molesta más).
— En mi mundo aparecieron unas puertas. De la nada. Los científicos las estudiaron y aprendieron a usarlas. Entonces pudimos viajar a otros mundos. Cuando llegaron las puertas, algunas personas, muy pocas, comenzaron a desaparecer.
(Me mira. ¿Llora?).  
—Un día te evaporaste vos. (Sí, llora).
—Te busqué, grité, grité tu puto nombre. Grité cada vez más fuerte, hasta sangrar.
(Llora. Y demasiado).
—Está bien, Nancy, calmate.
—Estoy calmada. Ustedes acá son muy flanes, son reprimidos. Vos no sos como él. Te cuidas para hablarme. Allá  me decías groserías, obscenidades que me excitaban.
—Sí, conozco la técnica, pero no es lo mío.
—Andá a cagar.

(Conduce. No quita la mirada del camino. Dónde estará su cabecita. Qué carajo le pregunto):
—¿Existe otra Nancy en este mundo?
—No. Elegí uno donde yo no existiera.
(La Nancy zafa. Me mira. Piensa).
—No te iba a compartir, José.
—Claro. Entonces si acá no existís, ¿Cómo es que tenés un amigo? Digo, por  el dueño del departamento.
— Él no es el dueño. Trabaja en la inmobiliaria y tiene la llave del edificio. En mi mundo era mi amigo. Me dio una copia. Para que vos y yo, lo usemos, allá.
(¿Por qué me la muestra? Tiene llagas en la mano).
—Entonces me la traje. Para que vos y yo lo usemos, acá.
—¿Qué te pasó?
—Me quemé. La otra mano también.
—¡Agarrá el volante, Nancy, por favor!
—Tenemos que cruzar las puertas en bola.
—No podemos traer nada con nosotros. Ni maquillaje. Pero necesitaba las llaves, las del depto y las de este auto y la boutique, que son de mi amiga. Este vestido y las sandalias son de su negocio. También le saqué plata.
—Las llaves entonces, ¿te quemaron las manos?.
—Sí, José. Veo que acá, también sos inteligente.
(Lo tiene todo muy bien estudiado. Me gusta esto. Aunque, las quemaduras... en fin).

(Conduce bien).
—Y ¿cómo es atravesar la puerta?
( Piensa).
—Te sube el estómago a la garganta. Te sentís en un ascensor y  el ascensor tiene espejos enfrentados, que repiten tu imagen, que se achica hacia lo infinito. Vos estás en medio, con el estómago en el cogote. Mirás las imágenes repetidas esperando que alguna haga algo distinto al resto; no sé: salirse de la fila, asomarse y saludarte. De pronto se corta la luz. El estómago regresa a su lugar; igual te sentís para la mierda. Se prende la luz: llegaste al otro lado. Y el otro lado se parece. Solo eso; se parece.
(Otra vez su cabecita se va. Creo que llegamos).
—Es acá, José.

(Igual al de mi laburo).
—Es alto, che. ¡Son unos cuantos pisos! ¿No?
—Entrá, José, dale.
—¡Las escaleras en el medio! ¡Fijate vos!.
(¿Se saca las sandalias?)
—Dame la mano, José. Subámos. Es en el segundo.
—¿Por qué corremos? ¿Por qué te reís?
—Porque te amo. ¿Algún problema con eso?
(El abismo está demasiado cerca. Las sandalias y el colchón).
—Sacate la camisa. Lo vamos a hacer en la ducha.
—Y si te quitás el vestido, ¿qué pasa?
(Ni lo duda).
—¿No tenías nada debajo?
—No. Para qué.
—Claro.
—No te quites el pantalón. De eso me encargo yo.
(Tiene las manos ásperas: son las yagas).
—¿Y si viene tu amigo? Que allá era tu amigo y acá no.
—Hoy es sábado. Los fines de semana se borra. Allá y acá. Relajáte, José. Vamos a la ducha.

En el colchón.
    (Menos mal que no había mamparas. Es una ninfómana. No puedo creer que esté sobre mí. Es tan tibia. Seguro que quiere más, y yo laburé toda la noche. En su mundo son una manga de sexopatas. Aunque esa conexión tan  yin y yang que tienen con el sexo y el amor, me arremanga. Estoy cayendo al abismo y no está mal. ¡El portero!):
 —¡Es tu amigo!
—No, boludo. Es el mandadero.
—¿Quién?
—¿Cómo le dicen acá al pibe que trae la comida?
—Ah. Delivery.
(¿Por qué se pone mi camisa?)
—¿Así vas a bajar?
—¿Querés que me la saque?
(Me agradan sus pies por la escalera.  No creo que venga de un mundo paralelo, pero sí le creo a ella. La historia se aclarará de alguna forma. Pero del abismo no me salvo. Otra vez  el portero).
—Cómo. ¿No te abrió? Mierda. ¿Dónde están los pantalones?
 
—¡¡Nancy!!

—¡¡Nancy!!

(Vacío. El edificio vacío).
 
—Hola. ¿No la viste?
—¿A quién? No vi a nadie.
—Tomá. Te debo la propina.

( La caja está tibia).
 
(¿Dónde estás, Nancy?).

(A la escalera. ¡Cuántos pisos! Repetidos, infinitos. Dale, Nancy, asomate. Quiero gritar tu nombre, con todas mis fuerzas. Quiero gritar. Gritar).

(Se parece. Solo eso).

(Me abrazo a  la caja. Me agrada su calor).







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