martes, 1 de diciembre de 2015

PLAZO

PLAZO.
 
Por

Hugo Rodríguez.

           

            En la penumbra de la cocina, la heladera gruñía en el rincón. Allí dormía su siesta de años, allí repetía  su ronquido de fastidio, mientras la hería  un rayo de sol agónico en la tarde de otoño. 

            El chancleteo de la anciana irrumpió. La vieja huesuda que respiraba con dificultad se refregaba las manos en el delantal. Se detuvo ante la heladera y se afirmó en  la manija para tantear en la parte superior: dio con unos anteojos negros de carey que se calzó en el puente de la nariz. Los ojos se agrandaron  y se fijaron en la puerta de la heladera. La abrió y la luz pálida del interior  cinceló las arrugas de la cara.

Jadeaba. La lengua  vacilaba en la boca abierta, mientras la mano temblorosa alcanzaba el paquete  de  manteca del fondo. Se acomodó una vez más los anteojos, pero no pudo leer la fecha de vencimiento. Otra fecha de vencimiento había llegado.

           

Fin.

 

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