jueves, 1 de agosto de 2024

Obsolescencia programada.

Obsolescencia programada.

EXOPLANETA GJ 1061.

    La noche, plagada de estrellas, se hundía en el océano. Las tres lunas de 1061 comenzaban a rozar el horizonte. Ella estaría mirándolas al borde del perímetro, mientras escuchaba el estallido de las olas contra el acantilado. Una rutina de todas las noches; noches que, para mi androide de compañía, eran distintas; siempre.

    Carolina extendía los brazos y dejaba que la briza nocturna jugara con su pelo. Vestía su túnica caqui: solo la túnica. Yo miraba su nuca mientras me acercaba. Caro no oía mis pasos: los presentía.
— Hola, Héctor. ¿Se transparentan mis formas? Me habló y bajó los brazos. Permaneció de espalda. —Por supuesto que se nota. Susurré y la tomé de los hombros. Se giró y en sus ojos permanecieron las estrellas.
—¿Siempre intentándolo por detrás, Héctor? —dijo con dureza. Luego, con una sonrisa, agregó:
—Suspendimos el sexo, no lo olvides. Sacudió los hombros y la solté.
    
    Carolina había incorporado frases insidiosas y punzantes. Para una androide de compañía M900, eso no era una buena señal: su software se estaba desfasando. Había desarrollado cierta ironía en la conversación y su conducta era más esquiva. No. No era esquiva: ella había aumentado los silencios.
—¿Sabés por qué te atraen mis formas?
Preferí no hablar.
—Porque me diseñaste para que mis rasgos fértiles sobresalieran. Mi cara y mi voz son como las de tu madre, por lo edípico, ¿sí? Tenía que parecerme a tu mamita, humano.
Otra vez la punta de sus ironías. —¿Por qué supones que te diseñé?
—Y ¿quién, si no?
    Me daba su perfil, y sus pies caminaron por una línea imaginaria. Se detuvo, se giró y una vez más se enfrentó a las lunas. Intentó avanzar hacia ellas y su cuerpo se arqueaba como los juncos en el viento. Giró la cabeza hacia mí y, sin dejar de mecerse, clavó los ojos en los míos.
—¿Por qué mis piernas no pueden dar otro paso?
—Ese es tu límite, Carolina. Ya lo sabés.
Dejó de cimbrar y me apuntó con el índice.
—¡Porque vos lo pusiste! ¡Porque vos me lo programaste!
—Es por tu seguridad —dije. —Es para que no te rompas, Caro. —intenté ser mordaz. Ella se llevó el índice a la cien.
—Tengo mi cámara ocular derecha fuera de foco  y no precisamente por violar el límite.
—Violaste otro límite: el de mi paciencia.
—Sí, claro, muy conveniente. Lo dijo mientras se alejaba hacia la casa. Unos pocos pasos después se giró y comenzó a caminar de espaldas, mirándome.
—¡Tocaré el piano y cantaré una canción! ¡Creo que nunca la canté! ¡Forzaré mi software!
Volvió a caminar de frente. Volvió a darme la espalda. Levantó los brazos hacia la noche y luego gritó:
—¡Forzaré mi software, Héctor... para no dedicártela!
La seguí.

    El software de Caro ya había superado su fecha de vencimiento. Yo debí reconfigurarla, pero algo en mí deseó no hacerlo. Ya llevaba 364 ciclos sin reprogramación y me agradaba la Carolina que surgía. Me acompañaba, ya no como una sombra, sino como un espejo.
                                 
    Los tres bloques de cemento y cristal que formaban la casa y que se incrustaban en la roca se habían encendido. Carolina ya tocaba el piano. Entré, acerqué la silla y me senté cerca de ella, de manera tal que, podía mirarla al rostro y observar sus manos en el teclado.
Sus dedos caían como pétalos sobre las teclas. Los acordes inundaban de armónicos la casa: el cemento, el cristal, la roca.
    Carolina permanecía con los párpados abiertos y sus iris me apuntaban, pero no parecía mirarme. Inspiró, aunque no necesitaba del aire. Entonces, su voz emergió sin esfuerzo, con la textura del mar. La canción exigía un descenso por la escala con la frase: no me dejes, no. Las últimas notas  debían ser apenas expiradas por el intérprete para expresar la agonía del amante: Carolina lograba mucho más que eso.

    Disfruté de su voz y su música. Había dejado de tocar y compartimos un espeso momento sin nada que decirnos. Su batería baja la adormilaba.
—Vamos Caro, ya es hora.
—A veces creo que este es el mejor momento del día para vos.
—Todos son buenos momentos si los compartimos.
—Sí, claro. ¿Reconociste la canción?
—No, nunca te la había oído.
—Como otras, que seguro no recordás. Con que facilidad los humanos olvidan. Me oís cantar, pero no me escuchas. Estás pensando en una nueva posición en la cama. Tu droide de placer, de compañía, solo eso, ¿no?
—Vamos, Caro.
    La tomé de la cintura y ella se reclinaba en mí. Carolina no se equivocaba: sí. Este era el mejor momento del día. Me agradaba abrazar su cuerpo cálido, vulnerable. Nos detuvimos ante el tubo de recarga. Caro ya se había descalzado y prefirió dejarse la túnica. Afirmó los pies en los zócalos de contacto. Me pidió que no seleccionara la opción  párpados cerrados. La puerta de acrílico del cilindro se plegó. Luego, digité en el frente: ocho horas de carga. Carolina entraba en trance, mirando a través del cristal.

    En el dormitorio la cama permanecía con las sábanas tendidas. Me acerqué a la pared del espejo y me contemplé por un momento. Finalmente decidí no desvestirme, solo me descalcé  y como todas las noches vocalicé: 20 6 20 T3 T2. El espejo se disfumó y el tubo de recarga quedó ante mí.  Afirmé mis pies en los zócalos de contacto. El cilindro se cerró. Luego, digité en el cristal:

TIEMPO DE CARGA: siete horas.
CONTENIDOS DE LOS SUEÑOS:

Me pregunté si Carolina alcanzaría a soñar. Dejé el campo sin completar.

ACTIVAR LA CARGA: suspender.

Qué sea esta noche. No es distinta a otras. Solo ella puede transformar las noches y para eso, Caro necesita de los sueños.

PROGRAMACIÓN: INGRESE SU CLAVE:  20 6 20 T3 T2.
UNIDAD HÉCTOR M3000, ACCESO PERMITIDO.
MENÚ. DESACTIVAR UNA UNIDAD: acceder.
NOMBRE DE LA UNIDAD A DESACTIVAR: Héctor M3000.
MOTIVO DE LA DESACTIVACIÓN: obsoleto.
NUEVA UNIDAD: Carolina M900.
PERMITIR  A LA UNIDAD DE REMPLAZO USAR LA CLAVE 20 6 20 T3 T2: permitido.
DESACTIVACIÓN DE LA UNIDAD HÉCTOR M3000 EN CURSO.