miércoles, 26 de agosto de 2015

mágnum


MÁGNUM.
Por
Hugo Rodríguez.
A Fontanarosa.



Despertó y se sentó en la cama. La mágnum, que dormía con él bajo la almohada, ahora se afirmaba en sus manos. El rubión jadeaba como un perro rabioso. Apuntaba su arma a uno y otro rincón de ese cuartucho solitario y sucio, iluminado apenas por una luz titilante que se filtraba por la ventana. El rubión apuntó, pero nadie apareció ante sus ojos. En la pesadilla había escuchado aquella frase, su frase: ya está listo.

Separó sus rodillas y sobre las rodillas apoyó sus codos. La mágnum brillaba todavía en sus manos. Inclinó su cabeza y el jopo se bamboleó ante su frente transpirada y estrecha. Aquel grandulón, ese rubio teutón, sentado como un niño con las sábanas hasta la cintura, calmaba su respiración mientras, su cerebro crujía buscando el significado de aquella pesadilla. ¿Quién gritó su frase? ¿Quién estaba listo?

El lejano ulular de un patrullero distrajo su atención hacia la ventana. Y una vez más, como tantas otras noches, las ranuras celestes de su mirada se posaban en el letrero titilante de allá afuera: Dios siempre te habla. Iglesia del séptimo día. Otro cine, que abandonaba las películas a cambio de las alabanzas al Creador.

Entonces, la mágnum tembló en sus manos y luego osciló entre sus dedos para caer en el hueco que formaban sus pantorrillas. Su pistola, su amiga inseparable, se le había caído como un papel despreciable. Ya está listo volvía a sonar en su cabeza. Ya está listo y sus ojos se empañaban.

Boogie el aceitoso, el deleznable homicida, comprendía y por primera vez lloraba una muerte.

Fin.